El desbordar emociones era debilidad. Pensar una cosa a la vez mantenía el control, y lo mismo sucedía con los sentimientos.
Era imposible pensar que las personas pudieran sentir odio y amor a la vez, así como miedo y afecto. O ira y alegría.
Para Abel los sentimientos funcionaban uno a la vez. Por ese motivo era tan bueno en su trabajo, porque en el momento de matar, de dejar ir una vida... Él era el mejor. Y nunca le había importado ser juzgado, no por los otros asesinos o guardias del castillo, sabía que lo llamaban la Ira de los Dioses, sin embargo, no podía culparlos, no cuando al reflexionar él mismo se asustaba de ese sitio al que descendía, a ese abismo frío y cruel, gobernado por el vacío total. No había pensamientos o sensaciones. Estaba hueco. Únicamente un espacio se encontraba ahí, un pequeño atisbo de vida. Así se sentía al matar, al cumplir sus misiones, en ese momento sus emociones cobraban sentido y podía salir de ese oscuro abismo al que descendía.
Y cuando Amaris apareció en su vida, ese lugar se llenó de luz y alegría. No había lugar para nada más. Abel solía preguntarse como ella era capaz de sentir tanto y ser feliz de esa manera.
Ella era capaz de frenar un descenso oscuro frío y cruel.
Abel se llevó las manos a la cabeza, justo donde el dolor se volvía más agudo. Sus ideas no tenían un orden, cada pensamiento iba en una dirección diferente, se sentía como si quisiera encontrar algo importante y hubiera olvidado donde lo guardó.
Cada fugaz memoria perdida en alguna parte de su mente, provocando dolor cuando quería traerla a flote ¿Qué demonios le pasaba? Él no se perdía en recuerdos, él no buscaba aquello que no era capaz de encontrar...
Sabía que debía ir detrás de Amaris, pero no podía levantarse, no cuando las preguntas llenaban su mente ¿Tenía la capacidad de sentir amor? Conocía la respuesta, ya que era un sentimiento tan verídico como el odio. No podía ser gobernado por uno sin aceptar el otro. Amaba a su hermano. Amaba a Gabriel y a cada miembro del gremio. Era capaz de sentir simpatía por otros, como Campana.
Sin embargo, se sentía perdido al tratar de recordar cuando fue la última vez que más de un sentimiento hizo eco en su ser. Así como en esos momentos era gobernado por la duda.
Una parte de él sabía que la respuesta se encontraba en los Abismos, pero había prometido a Adam no ir a ese lugar.
Tal vez había sido demasiado ingenuo al pensar que merecía un poco de felicidad después de toda esa muerte y sufrimiento.
Recordó, una pequeña parte de su vida, antes de llegar con Gabriel al castillo, esa misma existencia de la que Adam no le hablaba.
Abel caminaba por un campo, aunque no era algo bello de contemplar. El sonido de las moscas no lo dejaba escuchar los lamentos de los heridos, aun así, el canto de la muerte era sencillo e hipnotizantes. En ese momento se preguntó si solamente él podía verla, tan tranquila con su cabello blanco platinado moviéndose con el viento, y esas ropas de color negro cubriéndola, sus pies descalzos atravesaban el campo de guerra sin lastimarse, ella estaba flotando y por donde flotaba, los heridos acallaban sus quejas, siendo arrastrados por una muerte tranquila después de todo su sufrimiento.
Hombres levantando las espadas contra sus hermanos, contra sus hijos o esposas. No había lugar para la familia ahí. Tampoco para las razas, ya que el manto negro arrastraba a cualquiera. No importaba si tenía alas como los Habitantes del aire, o marcas de Brujas, tampoco el color negro en las hermosas pieles de los Nativos del Malakah. La estatura nunca fue importante en esa guerra, pues la gente pequeña se alzó en armas cuando vieron el ataque a Punta estrella desde el Collado de las Montañas.
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El Último Oráculo
FantasyUn poderoso reino. Dos experimentados asesinos. Tres leyendas para niños. Cuatro reyes que luchan por un mundo. Cinco diferentes criaturas. Seis guerreros de Élite. Siete elementos del destino. Ocho hijos que quieren un trono. Nueve décadas de...