CAPITULO 58.-

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Había una vez una pequeña niña de cabello blanco que vivía en lo profundo de un oscuro bosque.

Su único contacto con el mundo eran los libros que aparecían en su portal. Un Ser eterno la había enseñado a leer, pero fue lo único que pudo mostrarle.

Una pequeña ventana en aquella cabaña oculta de los ojos de los Dioses, se había convertido en su más fiel aliada, mostrándole pedazos de bosque, marcando el paso de los días de sol.

El tiempo pasaba y ella continuaba leyendo y hablando con las hojas de los árboles que entraban a través de la ventana... hasta que un día, tomó el valor de salir, para darse cuenta de que no se encontraba en una cabaña, si no en una alta torre.

La ventana, las ramas de los arboles a través de ella, habían sido producto de su imaginación... sin embargo, el niño de ojos azules caminando sobre las hojas secas no lo era.

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Era joven y estúpida.

Ella y sus hermanos tenían permitido visitar el castillo del reino del Oeste para el funeral de la reina.

Todos estaban ahí; desde Bertrán hasta Anathya, quien no dejaba de mover sus manos de manera nerviosa.

Su ansiedad era tan notoria que el rey la observaba de reojo mientras todos sus hijos se encontraban de pie frente al trono.

Lineria respiró con tranquilidad al ver que Veronet envolvía las manos de Anathya con las suyas, cuidando de su hermana menor, se preguntó si la mayor se llevaría a la más joven a sus tierras ahora que la reina estaba muerta...

Dejó de respirar al sentir el impacto de ese pensamiento: la reina estaba muerta.

Su madre había saltado desde los puentes colgantes. No sabía cómo eso podía ser una sorpresa, la reina estaba loca, después de todo.

No fue capaz de escuchar el discurso hipócrita del rey, no cuando su amante ahora ocupaba el trono de la reina Yunen. Ni siquiera respetaban el luto, los días oscuros para el corazón de todos ellos.

Los cuatro hijos de la amante se encontraban ahí, de pie detrás del trono. Dos de ellos miraban el lugar como si les perteneciera, la joven compartía miradas con Arles que no pasaban inadvertidas para Lineria, y el cuarto hijo parecía aburrido de ser obligado a estar ahí.

Lineria abandonó la sala del trono a la mitad del discurso, lidiaría después con las consecuencias.

Permaneció oculta en las escaleras colindantes con la muralla del castillo donde se encontraban sus habitaciones, se sentó sobre los mohosos escalones, sintiendo la humedad pasar a través de su vestido.

Observó como el líder de la élite entrenaba en la orilla del mar, la cual se encontraba un poco alejada del muelle, sin embargo, solo se podía llegar a esa zona nadando.

Fue cuando Lineria se dio cuenta de que había alguien más con él.

Se trataba de un joven, quien nadaba contra las olas de la costa, mientras intentaba sostener una espada en cada mano, también vestía con una cota de malla, si sus ojos no la engañaban. Era como se le enseñaran a pelear contra la fuerza del mar, a pesar de que era algo imposible.

Por un momento, se quedó observando todo, hasta que sorprendentemente, el joven logró arrastrarse a la orilla, donde apenas tuvo tiempo de tomar una respiración antes de que le líder de la élite lo atacara, dándole instrucciones sobre cómo defenderse, que hacer, donde poner los pies.

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora