Sus compañeros lo dejaron solo con la bebe.
Gabriel tomó una respiración profunda y sacó su daga de plata del cinturón, aquella que era especial para ese tipo de trabajos. Esto sería rápido y efectivo. Esa niña estaba marcada desde antes de nacer y según las profecías escritas por el oráculo, si ella moría ahora, se evitaría un derramamiento de sangre en el futuro.
Aunque, no solo era una bebe indefensa, también era la última heredera al trono de la Luna.
Sacudió la cabeza y alzó la daga para apuñalarla. El astro nocturno arrancando destellos plateados de su arma. Cerró los ojos y bajó el cuchillo. El arma nunca tocó a la niña. Gabriel la detuvo pocos centímetros antes de llegar a la tierna piel de la criatura.
Tomó a la pequeña entre sus brazos y se adentró más en el bosque, esto sería rápido. Si él no tenía el valor suficiente para matarla, entonces una de las criaturas del bosque sí.
Gabriel se detuvo en seco de su carrera. Frente a él estaba una mujer de un aspecto hermoso, se atrevió a pensar en que no era digno de observar tal belleza. Ella lo miraba con curiosidad, sus ojos oscuros iban de él a la niña.
―Extraña noche la que elegiste para pasear por el bosque― dijo la mujer. Una voz que sonaba en todas partes y en ninguna.
―Estoy de paso.
―Y nos dejaras un presente por lo que veo. Y no cualquier regalo, se trata de la última de su especie ¿De verdad quieres deshacerte de ella?― En su tono no había acusación, más bien curiosidad pura.
Gabriel se encontró asintiendo.
―Los humanos son criaturas tan extrañas― murmuró la mujer―. Dame a la niña. Yo lo haré por ti.
― ¿A cambio de qué?― exclamó Gabriel lleno de ira mientras retrocedía dos pasos― ¡Ustedes! ¡Tú y tu asqueroso pueblo están llenos de trampas y de mentiras!
La mujer caminó hacia él, parecía que sus ligeros pies flotaban sobre el musgo, sus largas y perfectas piernas hacían que el guerrero pusiera a prueba su autocontrol.
―Solo pediré una cosa a cambio y esa es que cada vez que la luna brille como lo hace ahora, vengas a verme y hables conmigo. Yo y mi asqueroso pueblo estaremos agradecidos.
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Adam hizo un movimiento de cabeza en dirección a su hermano, un claro mensaje de que no entraría con ellos a la sala del trono. Él nunca se enfrentaría a la reina sin una roca protectora. Tenía demasiados secretos que ocultar.
Respiró profundo mientras avanzaba por las escaleras para llegar a la torre. Esperaba que sus habitaciones estuvieran lo suficientemente limpias como para simplemente descansar. A pesar de que ya estaba acostumbrado a Lancuyen, sus piernas dolían, pues el viaje y todas las peleas al fin decidían cobrarle factura a su cuerpo.
Terminó de subir los escalones, deteniéndose únicamente en la ventana de la torre, aquella que lo dejaba ver parte de los jardines. Ahí estaban los hijos pequeños de Bertrán. Ellos jugaban con espadas de madera. Adam supuso que el mayor pronto estaría en edad de recibir una espada de verdad.
Frunció el ceño a esa imagen, pues le traía dolorosos recuerdos, y continuó su camino. Empujó la puerta de su habitación y encontró la ventana abierta. Deseó golpear su cabeza contra la pared, pues ese había sido un descuido suyo y le tenía prohibido a toda la servidumbre el entrar a sus habitaciones cuando él no estaba.
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El Último Oráculo
FantasyUn poderoso reino. Dos experimentados asesinos. Tres leyendas para niños. Cuatro reyes que luchan por un mundo. Cinco diferentes criaturas. Seis guerreros de Élite. Siete elementos del destino. Ocho hijos que quieren un trono. Nueve décadas de...