"Con las primeras gotas, al cielo la vista alzó.
Eran rojas como el carmín, eran tibias en su piel.
Sus manos juntó, y a los Dioses rezó.
Una lluvia de sangre regaba la tierra de un rey.
El cielo lloraba, la pérdida de un fiel.
La tierra pereció, el viento cesó, el agua murió, el fuego cantó...
Ella lloró por la sangre que el cielo derramaba.
Una maldición en su descendencia cayó.
Aceptó la blasfemia sobre su familia, con un simple favor:
Aquella marca maldita no sería por siempre.
La forma de romperla caería sobre el destino.
Atando de esa manera las vidas de seres sin existencia.
La Reina reunió el coraje, y una daga en su corazón clavó.
El fuego cantó una furiosa canción... sobre siete elementos que el mundo perdió.
Las brujas se han relegado. Los magos han buscado. Los reyes han peleado...
Criaturas antiguas y sabías se han alejado...
Y en la era del olvido los elementos se han perdido"
Canción del desierto negro de Malakah.
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Se colocó la capucha para ocultar el cabello rojo.
Había visto a varios amorfos en los jardines, por lo cual, decidió abandonar el castillo a por las puertas que se encontraban al lado de los establos. De esa forma no despertaría el interés de las pequeñas criaturas al servicio del rey.
Dwyer caminó por las calles del reino, manteniendo la mirada en los pies. Pudo ver a varios mercaderes en el camino hacia el Este. Preguntándose su trasladaban refugiados o simples objetos sin valor para vender e intercambiar con los gitanos.
Tal vez, si les pagaba lo suficiente, guardarían silencio hasta llegar al puerto, o hasta atravesar los bosques y llegar a la puerta del sol del Este. Ahí podría dejar a esos hombres con los que Adam había peleado, quienes aún se encontraban en la taberna. Dwyer acudía a ellos para terminar de curar sus heridas cada vez que tenía tiempo de hacerlo.
Aunque con Campana vigilando sus movimientos, se había vuelto complicado. Podía ver al niño crecer en fuerza e inteligencia, solo esperaba que no olvidara de donde venía.
Se preocuparía por eso después.
Evitó a un par de guardias del castillo, quienes montaban sobre sus caballos, empujando a las personas hacia un lado. Como si las calles adoquinadas del reino hubieran sido hechas para ellos y no para los demás.
Sabía que era una especie de error meterse con ellos, así como viajar sola al pueblo, donde habían intentado quemarla, pero necesitaba saber que esos guerreros del Este se encontraban bien y en condiciones de viajar.
Adam había respetado sus deseos al mantenerse alejado de ella, y al no obligar a esos hombres a viajar heridos. Era como si el asesino simplemente de hubiera olvidado de ellos, de los tres, pues Dwyer también estaba incluida.
Se percató de que los guardias terminaron su recorrido, hizo un gesto en dirección a ellos y continuo caminando, con la canasta fuertemente sujeta en su mano izquierda, la derecha apoyada sobre una daga en su cinturón. Si alguien trataba de capturarla, estaría en un error, pues Dwyer había estado entrenando con Taisha, la asesina de Verdugos. Así la llamaban los guardias, y algunas veces los otros asesinos. La sanadora no conocía el motivo de ese nombre, ya que nunca la había visto asesinar a alguien. Más debía habérselo ganado, al pertenecer a la élite de asesinos del rey del Oeste.
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El Último Oráculo
FantasíaUn poderoso reino. Dos experimentados asesinos. Tres leyendas para niños. Cuatro reyes que luchan por un mundo. Cinco diferentes criaturas. Seis guerreros de Élite. Siete elementos del destino. Ocho hijos que quieren un trono. Nueve décadas de...