CAPITULO 47.-

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La reina su corazón protegió, en un reino de montañas a la luna rechazó.

Un heredero educado sin amor, hasta que un rey que no quería ser rey a la tierra regresó.

Siendo expulsado por su propio pueblo, el hombre en los bosques refugió, un artefacto que los dioses encomendaron.

Una diosa celosa por tal poderosa encomienda, al heredero susurró:

Una muerte al reino paz traerá, cuando un mal que a todos acecha, muera en el corazón de un hombre que no quería ser rey.

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El mar de los dioses se extendía por los límites del reino del Oeste, hasta donde el sol colindaba con el océano. Después se encontraba el Archipiélago de los Alquimistas, justo donde el mar Esmeralda comenzaba, el verde perdiéndose en una línea con el azul más puro de la extensión acuífera del mar de los dioses.

Se contaban historias sobre ambos océanos, cuentos que hacían a su piel erizarse de emoción o miedo, leyendas que eran llevadas de puerto en puerto hasta El Tridente de Altamar, donde el Cimarrón decidía que hacer con esa información.

Si te posicionabas en lo más alto de la Isla de los Sueños durante una noche de dos lunas, en donde las cuevas cantaban las canciones de las sirenas cuando la marea subía, podías distinguir entre las olas tranquilas y los límites del océano, las arenas negras del Desierto de Malakah, donde según las leyendas los primeros Vigilantes habían surgido. Salvajes en toda la extensión de la palabra, ellos eran el motivo por el cual la Élite de asesinos del reino de la Luna existía, porque el rey del Oeste guardaba temores del poder apagado de esos Seres, que tal vez, algún día regresarían a reclamar lo que era suyo, después de todo, fueron la última resistencia antes de que pudieran acabar con el reino punta estrella en las montañas.

Lineria no podía dejar de pensar en todas esas leyendas y territorios mientras observaba el mapa en una de las mesas.

― ¿Qué es eso?― preguntó el niño en la habitación.

Los demás se habían marchado, para disipar la niebla, ayudando a la guardia de Arles. La princesa estaba en esa torre cuando el chico hizo el juramento de no separarse de Marion hasta que estuviera sano. Si mal no recordaba la conversación con Gabriel, era ese mismo niño quien había acompañado al guerrero a la Colina de Virum.

Estuvo tentada a mandarlo al demonio y no responder, pero en otro momento de su vida ella también había sido curiosa en una tierra extraña.

―Aquí― dijo Lineria, señalando el mapa―. Es una extensión del mar Esmeralda, después del Tridente de Altamar, donde quien reina sobre todos es el Cimarrón.

― ¿Es un rey?― indagó el chico con curiosidad.

―No― respondió, casi de un modo cortante, sin estar acostumbrada a hablar con alguien tan pequeño―. Es un pirata.

Los ojos del chico se ampliaron con sorpresa, como si le hubiera dicho que el cielo no existía.

― ¿Y ahí? ¿Por qué hay una parte vacía después del mar?

―Es el territorio de las montañas, ahí comienza el desierto negro de Malakah― explicó, llevando su dedo hacia el lugar donde debería estar ese territorio salvaje―. Dicen que es el único modo de llegar a ese reino, pero es una mentira. Cuando el reino de las montañas fue conquistado, el territorio desapareció de los mapas, las entradas al dominio de punta estrella fueron borradas. Es imposible llegar a través del mar, así como tampoco pueden entrar por el Collado de las montañas. Quien quiera hacerlo resultara perdido, y nadie quiere perderse entre la línea de bosques de ese reino y el creciente Muro de Almas.

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora