CAPITULO 2.-

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Abel llegó hasta la entrada a la tienda con la comida y el agua que Gabriel había pedido, preguntándose como demonios terminó siendo el siervo de una joven ermitaña.

Sacudió la cabeza y entró. Tener esa clase de pensamientos no era bueno.

Adentro no había nadie más que una chica recostada, manteniendo, al parecer, tormentosos sueños.

Él recordaba todo lo que habían hecho para sacarla de su prisión.

La mitad de los hombres se habían perdido en esa misión ¿Por qué era ella tan importante? ¿Por qué el Rey y la Reina la querían con tanto ahínco? Sacudió la cabeza de nuevo, un buen soldado no se hacía tantas preguntas, y era todo lo que él quería, ser como Gabriel, el mejor soldado.

Alguien le tocó el hombro y casi soltó la el plato con comida que llevaba en sus manos.

Solamente una persona se podía acercar sin que él lo sintiera.

―¡Demonios Adam!― gritó.

Su hermano no dejaba de reír, aplastando su estomago con ambos brazos, tenía un semblante alborozado, con las mejillas rojas por haber consumido vino. Un olor repugnante emanaba de él

―Hueles a taberna― espetó Abel.

Adam expandió su sonrisa mientras se incorporaba, y un brillo malicioso llegó hasta sus ojos verdes.

Las diferencias entre ellos eran más que notorias, algunos no se daban cuenta de que eran hermanos, porque no sabían encontrar las congruencias en los rostros. El perfil afilado, los pómulos altos, elegantes y una mandíbula fuerte. Las diferencias entre ellos eran el color de sus ojos y cabello, pues mientras Abel tenía el cabello negro, el de Adam era rubio.

―Claro que huelo a taberna, pedazo de ignorante ¿A qué esperabas que oliera? Llevamos días en ese maldito viaje y...― Se detuvo al observar a la chica dormida.

También tenía el ligero olor a perfume barato. No solamente había estado en la taberna, había ido hasta el burdel.

A Taisha le daría un ataque cuando se enterara.

― ¿Ha dicho algo?―preguntó Adam, sin apartar su mirada de la joven.

―Si te importara tanto no te habrías ido― replicó Abel.

Su hermano mayor puso los ojos en blanco.

―Si te molestaras en seguirme de vez en cuando, no serias tan amargado, hermanito― Sonrió con burla.

A pesar de que Abel podía soportarlo mejor que los demás, se dio cuenta de que estaba perdiendo la paciencia, todo el trabajo y las noches sin descanso cobrando factura a su cuerpo y cambiando su carácter normalmente tranquilo.

―Y así ya no serias la burla del ejercito de su majestad― continuó Adam― ¿Estás seguro que no eres de los que prefieren hombres?

Abel sintió la ira subir desde su pecho hasta su cabeza, llenándola de ese humo que no lo dejaba pensar con claridad. Se incorporó lo mas que pudo para dedicarle una mirada asesina a su hermano, esa era la primera advertencia, pero Adam ni siquiera lo miraba a él.

El hermano rubio se acercó a la joven, y colocó una mano sudada y sucia sobre su frente, retirando el cabello platinado con sumo cuidado.

Hubo algo en esa imagen que no le agradó. Él ni siquiera dio una segunda advertencia cuando se lanzó sobre su hermano.

Abel era menor que Adam por dos años, pero él siempre dedicaba más tiempo a sus entrenamientos y era más disciplinado.

Arremetió contra él soltando la comida, golpeando con su hombro la espalda de su hermano, haciéndolo caer sobre la tierra fría, y golpeándolo fuerte en la cara. La sorpresa del mayor duró simples segundos y reaccionó gracias a años de práctica y entrenamiento. Respondió a la agresión y ambos cayeron al suelo en un mar de golpes.

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora