2. LA TORMENTA

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El viento en la cara me hacía sentir una especie de libertad que hacía tiempo que no sentía. Sonreí a Merle, que conducía su motocicleta a mi lado. Daryl iba detrás de él con la misma expresión hosca de siempre.


Habían pasado tres días desde que abandonamos la casa donde había vivido con mi padre. Aún me dolía recordar la imagen de su cadáver abalanzándose a mí siendo una cosa semi viva, y cómo cayó al suelo cuando Daryl le atravesó el cráneo con una de sus flechas. Era incapaz de quitarme de la cabeza la idea de que tendría que haberme quedado a su lado, aunque sabía que habría corrido la misma suerte que él. Me salvó la vida, mantenerme viva y a salvo es lo menos que puedo hacer para agradecérselo, me repetía, tratando de convencerme a mí misma.

Gracias a Daryl y Merle pude enterrarle, y así darle un descanso algo más digno. Mi familia no era creyente y, como consecuencia, yo tampoco, no obstante, siempre me gustó la idea de enterrar bajo tierra a los seres queridos que habían fallecido. Siempre había pensado que era mucho más bonito que los restos de alguien reposaran bajo tierra, bajo la luz del sol y la lluvia, y así quería que descansara mi padre, bajo el mundo que tanto había amado.

Tras el pseudo entierro, decidimos quedarnos a pasar la noche en mi antigua casa, era tarde y ese era el único lugar lo suficientemente seguro, además estaba limpio de zombis. Merle había ido a buscar la moto con su hermano y la guardó en el garaje junto a la mía. Al día siguiente nos fuimos de ahí, no sin antes vaciar la despensa y coger algo de ropa limpia para los tres.

Tras eso, nos pasamos dos días vagando de aquí para allá sin tener un rumbo fijo, simplemente buscábamos sitios con potencial para saquearlos. Tratábamos de no quedarnos mucho rato en un mismo lugar, y por las noches hacíamos cuatro cambios de guardia en vez de dos, para estar lo suficientemente descansados, por si algún grupo de supervivientes nos encontraba y decidía atacarnos o si se acercaba un grupo demasiado grande de zombis.


Volví a la realidad y pensé que era una lástima que mi padre hubiera vendido hacía tiempo su moto, en esos momentos le habría venido bien a Daryl para moverse con total libertad. Daryl era ese tipo de persona que necesita sentirse libre, no dependía de nadie para vivir, o sobrevivir que era lo único que se podía hacer desde que el virus se extendió.

Estábamos en una carretera que nos llevaba a Atlanta, parecía que era casi mediodía, aunque nunca había sabido determinar la hora que era mirando la posición del sol. Miraba la carretera, absorta en mis pensamientos sobre Daryl, y sonreí al recordar lo raro que fue el encuentro con ambos hermanos. Desde que los conocí hasta ese instante me habían tratado como a una hermana, me habían protegido y ayudado en todo momento, incluso me había permitido llorar ante Daryl, cuando yo nunca había llorado ante nadie que no fueran mis padres.

― ¡Pequeña!― Merle me hizo un gesto con la cabeza para que mirase más adelante.

Me pareció ver a lo lejos un coche en movimiento, aunque no estaba del todo segura. Volví la mirada hacia Merle y le indiqué con la cabeza que se apartase a la cuneta. Nos ocultamos en el bosque que había al lado de la carretera y esperamos en silencio. Daryl y yo nos bajamos de las motos y preparamos nuestras armas. El vehículo estaba más cerca.

Cuando casi teníamos el coche delante, Merle salió a toda velocidad de entre los árboles y frenó en medio de la carretera. El sonido de los frenos del coche se hizo eco por el bosque. Daryl y yo salimos de nuestro escondite con la ballesta y el arco cargados.

― ¡Bájate del coche!― gritó Merle al que parecía ser el único ocupante del vehículo.

Salió un chico de rasgos asiáticos y nos miró con nerviosismo. Daryl lo cacheó y le quitó un par de cuchillos y un arma de fuego pequeña, dejó todas las armas en el suelo, en un lugar suficientemente separado del desconocido y se acercó a él.

My bow girl  [Daryl Dixon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora