20. SEGUIRÉ BUSCÁNDOTE

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― Siéntate.

Nya obedeció. Me miraba con los ojos brillantes, a la espera del premio por haber acatado la orden a la perfección. Le di un poco de comida de la lata que se suponía que tenía que ser mi almuerzo.

Era el animal más listo que había conocido jamás. Cuando era pequeña me gustaba jugar con los perros de mis abuelos, siempre se me dieron bien los animales y aquellos eran dóciles e inteligentes, sabían cómo comportarse con una niña. Pero la inteligencia de aquella loba era algo que jamás había visto. En cuestión de un mes había aprendido todas las órdenes que le había enseñado, me alertaba de los peligros y rastreaba con una facilidad asombrosa, no obstante, lo que más me sorprendía era su capacidad de expresión. Parecía ser capaz de mostrar lo que pensaba o lo que quería decirme, a través de su mirada podía comprender cómo se sentía y qué necesitaba.

― Cualquier día será más lista que tú.― comentó irónicamente Jonathan.

Le saqué la lengua a modo de respuesta.

La loba seguía sentada ante mí, expectante. Era capaz de pasarse todo el día en la misma posición si se lo pedía yo. Con el boxeador, sin embargo, no había manera de que acabase de congeniar. Se respetaban y hasta podía asegurar que el hombre le había tomado algo de cariño a pesar de que aún le tenía cierto miedo, pero ella no le hacía ni caso. Si le pedía que la vigilase mientras iba a buscar leña, la loba aparecía a los pocos segundos detrás de mí, no soportaba apartarse de mi lado. "Debiste llamarla Sombra", me decía Jon siempre que se escapaba de su vigilancia. Me gustaba esa conexión, me sentía protegida con ella a mi lado.

― Ven aquí, golfa.― dije, agachándome con los brazos abiertos.

Se levantó y se abalanzó sobre mis hombros, fundiéndonos en lo que parecía ser un abrazo.

La bola de pelo había dado paso a una lobezna algo más alta y menos delgada. Cuando la llevé a la cabaña mostraba signos de deshidratación y una desnutrición severa, posiblemente debido a que no se había separado de su madre desde que cayó gravemente herida. La alimenté lo mejor que pude en las circunstancias en las que nos encontrábamos, pese a las múltiples quejas del boxeador, no sin razón, puesto que le daba la mitad de mi comida al animal. En cuestión de un par de semanas el cuerpo de la cachorra empezó a cambiar, ya no se le marcaban las costillas y sus ojos parecían haber abandonado la constante expresión de tristeza.

Los lametones que me daba en el rostro me sacaron de mis pensamientos. Debía tener unos cinco meses y había crecido bastante en altura en comparación a cuando la encontré. Le acaricié la cabeza e hice que se sentase de nuevo.

― Es una auténtica gamberra, ¡a mí no me hace ni puñetero caso!

― Está entrenada para que no se deje gobernar por ningún hombre.

― ¡La loba feminista, lo que me faltaba!

Solté una carcajada. Jon se sentó a mi lado, con el semblante serio. Oh no, otra vez no. Silbé para que Nya me mirase y le di un poco más de la comida de mi lata.

― Sara, creo que debemos hablar seriamente.

No aparté la vista de la loba, que comía tranquilamente de mi mano. Sabía qué quería decirme, la historia se repetía cada dos o tres días, el tiempo suficiente para dejar pasar mi enfado y volver a la carga con el mismo cuento.

― Deberíamos intentar buscar la autopista. Sé que lo hemos hablado muchas veces, pero no voy a darme por vencido.

― Exacto, lo hemos hablado muchas veces, Jon, y ya te dije que no pienso volver a ilusionarme con encontrar a los míos. Estoy bien así, no pienso revolver más el pasado.

My bow girl  [Daryl Dixon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora