28. EL MONSTRUO TRAS LOS MUROS

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― ¡Suelta el arma y levanta los brazos! ¡Ahora!― ordené, mientras salía de la tienda sin dejar de apuntar hacia la nuca del tipo.

El hombre no era mucho más alto que Jonathan, aunque sí parecía ser más musculoso. Llevaba el pelo muy corto y vestía canas.

― La querías para ti solo, eh.― dijo el desconocido, soltando una sonora carcajada.

La voz me pareció extrañamente familiar, aunque no sabía identificar a quién me recordaba. Avancé un poco más hacia ellos. Desde mi nueva posición pude ver a Jonathan arrodillado en el suelo, con los brazos detrás de la cabeza, su arma estaba a un lado, a unos metros de su cuerpo como si la hubiera apartado él mismo. Debió de sorprenderlo por la espalda de una forma sumamente silenciosa. El sigilo digno de un experto en caza, justo como Daryl sabía moverse, pensé.

― ¡Cállate! ¡Te he dicho que sueltes el arma y levantes los brazos!

El desconocido dejó la pistola en el suelo, al lado de sus pies y, lentamente, alzó los brazos hacia el aire. El corazón empezó a latir con fuerza en mi pecho. Donde supuestamente tenía que haber la mano derecha, el hombre tenía un artefacto de acero con una cuchilla larga, algo así como el invento que llevaba el Capitán Garfio para suplir la falta de esa extremidad.

― Al menos déjame verte la cara, con esa voz tienes que ser una auténtica delicia.― comentó, mientras empezaba a girarse hacia mí, con una sonrisa ladeada.

Sentí cómo, de repente, me faltaba el aire. Había pasado mucho tiempo y se notaba que éste no lo había tratado bien, no obstante habría reconocido esa cara entre un millón de rostros. Las fuerzas me flaquearon, estaba completamente en shock, tanto que no fui capaz de destensar el arco y simplemente lo aparté un poco de mi vista. Parpadeé, intentando averiguar si realmente aquello estaba sucediendo o lo estaba imaginando. Él parecía igual de sorprendido que yo. Bajó los brazos. Se le había borrado la sonrisa y me miraba de arriba a abajo, como si no pudiera creer que realmente estuviera ante mí.

― M... ¿Merle?― balbuceé.

Las lágrimas se amontonaban en mis ojos y apenas podía ver cómo su rostro iba dibujando una sonrisa de nuevo, esta vez llena de felicidad. Pese a mi ceguera momentánea, imaginaba la confusión que debía mostrar Jonathan en ese mismo instante.

― ¿Vas a seguir apuntándome con eso mucho tiempo más o vas a venir a darme un abrazo, hermanita?― respondió el hombre que había dado por desaparecido muchos meses atrás.

Como si mis músculos siguieran sus órdenes, destensé el arco y lo dejé en el suelo. Mis movimientos eran lentos, cautelosos, como si cualquier gesto pudiera hacer que la visión que tenía ante mí se desvaneciera en cualquier momento. De repente, corrí a los brazos de Merle, que solo con el brazo izquierdo levantó todo mi peso del suelo.

Las lágrimas bañaban mi rostro incontroladamente. Después de tanto tiempo, después de tanto dolor, me había reencontrado con uno de los primeros hombres que me hizo sentir que volvía a tener una familia tras alejarme de mi padre. Parecía algo imposible, pero ahí estaba, abrazándome, llamándome hermana como si nunca se hubiera ido de mi lado.
Me separé un poco de él y lo miré a los ojos.

― ¿Estás bien, pequeña?

Asentí e, inmediatamente, volví a abrazarle con fuerza.

― Parecerá una pregunta algo absurda, pero, ¿de qué conoces a este tipo, Sara?― cuestionó Jonathan.

Me había olvidado por completo de que el boxeador estaba ahí. Había bajado los brazos, no obstante, seguía arrodillado en el suelo. Me deshice del agarre de Merle, que me depositó sobre el suelo suavemente y me besó la mejilla con cariño.

My bow girl  [Daryl Dixon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora