24. APUNTAD A LA CABEZA

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― No pienso ponerme una cosa de esas, ¡no insistas más!

Hice un mohín con la boca, mirando el casco para antidisturbios que me tendía Jonathan. El boxeador lo miraba inocentemente, aparentemente le parecía una gran idea. El objeto en cuestión olía nauseabundamente mal debido al tiempo que lo había llevado el guardia convertido al que se lo habían arrebatado Rick y el resto de miembros que habían asegurado la prisión cuando la encontraron.

Está jodidamente loco si piensa que me va a convencer para que me ponga eso en la cabeza, pensé mientras alzaba una ceja a modo de desafío.

― Sara, tienes que protegerte.― respondió, con el semblante serio.

― No voy a ponerme eso ni en tus mejores sueños. Olvídalo.― aparté el casco con la mano y negué con la cabeza por enésima vez en lo que llevábamos de conversación.

Todos los miembros del grupo de expedición del edificio anexo nos habíamos reunido junto a la celda donde guardábamos nuestro arsenal. Cada uno se había centrado en su equipo y sus protecciones. Todos menos Jonathan, que llevaba diez minutos intentando encasquetarme el maloliente casco.
Glenn nos miró y esbozó una sonrisa. Me conocía muy bien, sabía lo terca que podía llegar a ser cuando se me metía algo entre ceja y ceja.

Daryl había observado la escena con un silencio sepulcral y el semblante hosco que tanto lo caracterizaba. Finalmente se acercó a mí.

― Si no vas a ponerte el casco, al menos ponte esto.

Me tendió un chaleco. También había pertenecido a los guardias, aunque no olía tanto a carne putrefacta como el resto de las protecciones. A falta de una niñera, tengo dos. Titubeé. Aceptar el chaleco sería darle la satisfacción de haber conseguido convencerme de algo que Jonathan no había podido y, como consecuencia, sería darle la razón en la necesidad de protegerme.
Miré al boxeador y este asintió con la cabeza, dándome a entender que debía aceptarlo. Suspiré y cogí la protección, al hacerlo nuestros dedos se rozaron y sentí como si una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo. Me separé al instante del cazador y salí de la celda-armería, como si poner algunos metros entre nosotros pudiera hacer que olvidase la sensación que me producía el tacto de sus dedos.

Carl, a mi lado, se probaba un casco como si de un juguete nuevo se tratase, mientras Beth reía cada vez que se le ladeaba la protección. Lo observé durante unos segundos, mientras me ponía el chaleco y lo regulaba para que se ciñera a mi torso, con la presión justa para dejarme una buena movilidad. El pequeño de los Grimes se comportaba la mayoría del tiempo como un semi adulto, pero en momentos como ese sacaba a relucir la verdadera mentalidad de preadolescente aniñado. Es demasiado joven como para venir con nosotros, no está preparado. Como si el sheriff pudiera leerme la mente, se acercó a su hijo y le pidió, con cierta solemnidad, que se quedase junto a su madre y el resto de mujeres que no vendrían a la expedición, para cuidarlas. ¿En qué narices estás pensando, Rick? Carl había crecido en un mundo donde la violencia era una elección y no una forma de sobrevivir, donde despertar cada día no significaba tener mil posibilidades de morir atacado por un ser que quiere comerte vivo. Si el fin del mundo, tal y como lo conocíamos, nos había afectado tanto a los adultos y aún nos costaba asimilar ciertas situaciones, ¿cómo podíamos pretender que un niño de apenas doce años pudiera adaptarse tan rápidamente a los cambios que había sufrido todo aquello que conocía? Más aún si se tenía en cuenta la situación familiar que estaba viviendo el chico, que claramente le estaba afectando.
Nadie dijo nada al respecto, aunque en los rostros de algunos de los miembros del grupo se notaba el desacuerdo con esa petición del que era nuestro líder.

Me coloqué el carcaj a la espalda y cogí el arco que sujetaba entre mis piernas. Estaba preparada para lo que pudiéramos encontrarnos en el otro edificio, o eso creía. Habían pasado tres días desde que había salido de mi estancia sin las muletas, desde entonces no había dejado de practicar con el arco y el cuchillo para ganar rapidez y, además, había andado por todo el patio de la cárcel, con la finalidad de fortalecer las piernas. En aquel momento podía andar con total normalidad.

My bow girl  [Daryl Dixon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora