32. DURMIENDO CON EL ENEMIGO

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― ¿Qué narices haces ahí pegado?― reprimí una carcajada al ver a Merle agarrándose con el único brazo intacto a la puerta de hierro que separaba el comedor del pasillo.

Parecía un niño al cual su madre lo había castigado sin poder salir a jugar con sus amigos.

Bajé los escalones de la entrada del módulo que llevaban al comedor. El hombre se acercó a mí y me abrazó con fuerza. Aquel abrazo me trajo recuerdos del principio de todo, cuando solo estábamos los Dixon y yo.
En aquellos tiempos la supervivencia tenía un sabor más crudo y era mucho más difícil, puesto que siendo tres se reducía mucho la probabilidad de sobrevivir a una horda de caminantes, no obstante, juntos habíamos vivido momentos divertidos e incluso agradables. Medité durante unos segundos sobre si me habría gustado volver atrás en el tiempo, experimentar nuevamente la sensación que tuve durante ese periodo que estuve a solas con ellos, luchando de una forma más visceral y primitiva para seguir con vida. No, no habría querido hacerlo. Era la mujer que era en aquel momento, en parte, gracias al pasado, no habría vuelto atrás ni habría cambiado nada de lo sucedido, por muy duro que hubiera sido, dado que aquello me había hecho más fuerte como persona. Además, no habría renunciado a Nya, Judith y Jonathan solo por revivir momentos que siempre podría evocar en mi mente.

Había conseguido perdonar a Merle, incluso llegué a entender por qué no movió un solo dedo al oír mis gritos en Woodbury, pues sabía muy bien que Philip podía ejercer un gran poder de persuasión si se lo proponía. Lo único que me turbaba el ánimo respecto al mayor de los Dixon era no saber si realmente le había dado la espalda al Gobernador o si las manipulaciones a las que estuvo sometido fueron tales como para quebrantar su decisión de abandonar el pueblo en cuanto tuviera delante a aquel tipo. No, si algo tiene Merle es la lealtad a su familia.

― Eres dura de pelar, ¿eh?― musitó cariñosamente. Se separó un poco de mí y me miró directamente a los ojos.― Esa cría tiene suerte de tenerte como madre.― añadió con sinceridad.

― La suerte la tengo yo. Si no hubiera sido por ella y por Nya, no sé cómo habría soportado vuestra ausencia.― respondí con una sonrisa.

― Si no hubiera sido por ella y por la loba, habrías venido con nosotros.

Sus palabras no sonaron a reproche, no obstante, se me borró la sonrisa al instante. Yo había querido ir con ellos, mi única condición era ir a buscar a Nya y a la niña, porque no iba a abandonarlas jamás, pero Daryl se había opuesto a ello. Podía entender por qué lo había hecho, sin embargo, no iba a dejar que mi decisión de quedarme con ellas pesase en mi conciencia como si hubiera sido un error hacerlo.

― No podemos irnos, este es nuestro hogar.― oí que decía Glenn, con un tono de voz propio de un mitin político.

Me acerqué a la puerta donde había estado cogido Merle y vi que todos estaban distribuidos por el pasillo y por las escaleras que llevaban a la planta superior. Algunos rostros parecían congestionados por la preocupación, otros más bien denotaban ira. Volví a mirar a Merle. Lo han separado como si fuera el peor de los criminales, pensé en cuanto analicé la escena.
Suspiré y di una palmada a la espalda del hombre.

En ese momento, Carol entró al edificio. Sorbía por la nariz. Parecía que había estado llorando, a juzgar por sus ojos enrojecidos. La miré con indiferencia. Si tiene que llorar por todo lo que me ha hecho, podría secarse el más grande de los océanos porque ella lo llenaría de nuevo.

El sheriff abrió la puerta de rejas que separaba ambas estancias y nos indicó a la mujer y a mí que accediéramos al pasillo. Cerró detrás de nosotras, volviendo a dejar a Merle completamente solo en el comedor. Este volvió a colgar el brazo entre los barrotes, con una sonrisa sarcástica en los labios.

My bow girl  [Daryl Dixon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora