19. UNA FLECHA MORTAL

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Al amanecer, empecé a limpiar con dedicación mis flechas. Analizaba cada una de ellas en busca de cualquier mancha, arañazo o imperfección a causa del uso, que pudiera afear la madera. Las plumas negras seguían intactas y parecían brillar al contacto con las primeras luces del alba. Frotaba con delicadeza la madera oscura con un trapo, mientras recordaba el cariño en los ojos del cazador, al verme abrir la bolsa donde había metido las saetas a modo de regalo. El azul cielo de sus ojos que parecía capaz de inundar cualquier estancia, ese brillo de emoción incontenible en su mirada cuando algo le hacía feliz, esa sonrisa ladeada y la ceja alzada como si se estuviera palmeando la espalda con orgullo, diciéndose "bien hecho, chaval"... Suspiré, reprimiendo las lágrimas. No volverá a tu lado, Sara. Alcé la vista al cielo, que se teñía de unos tonos anaranjados y amarillentos, tratando de aguantar el llanto. ¡Maldita sea! ¿Tenías que poner al hombre de mi vida en mi camino y arrebatármelo así?, acusé mentalmente al destino, a la vida, a Dios, a quienquiera que fuera que escribiera el rumbo que debía tomar mi vida.

Con el dorso de la mano sequé una lágrima traicionera, que caía lentamente por mi mejilla, y volví a la tarea de limpiar las flechas. Pese a que a diario trataba de pensar lo mínimo posible en Daryl y el resto del grupo, las pesadillas seguían acechando mis sueños y me sentía ansiosa la mayor parte del tiempo.

Esa noche había hecho el segundo turno de guardia e, inexplicablemente, estaba muy despierta. Supuse que mi cuerpo se había ido acostumbrando al insomnio y a permanecer despierta unas veinte horas al día. Además, gracias a las sesiones de ejercicio matutinas que realizaba día sí y día no, empezaba a sentirme mucho más activa. ¿Quién me iba a decir que iba a ser capaz de hacer deporte?, me dije, orgullosa de mis pequeños logros.


La puerta de la caseta se abrió y un somnoliento Jon se sentó a mi lado. Con el paso de los días me había ido acostumbrando a su presencia y, lentamente, había empezado a confiar en él. Finalmente, decidí que lo mejor iba a ser que permaneciéramos juntos, así que nos olvidamos de la idea de buscar otro refugio para él.

― Buenos días, ¿alguna novedad?

Negué con la cabeza.

― Buenos días. Todo ha estado muy tranquilo. Como siempre.

Era cierto, esa zona del bosque estaba prácticamente desierta si no se tenían en cuenta los conejos y ardillas que se paseaban a diario por allí. Tan solo un par de caminantes se habían encontrado con las estacas con las que protegí mi territorio antes de que llegase él; parecía que los muertos vivientes evitaban esos terrenos, lo cual era una verdadera suerte para nosotros.

Se hizo el silencio, mientras seguía entretenida limpiando las saetas.


En todo el mes que llevábamos juntos no habíamos conversado mucho, al menos no yo. Jon me había explicado que se había dedicado desde los diecinueve años a pelear profesionalmente como boxeador, a los veinticinco decidió asociarse con un amigo para abrir un gimnasio en Nashville en el estado de Tennessee y, de ese modo, dedicarse a ejercer de entrenador de boxeo y muay thai, entre otros deportes de contacto y artes marciales. Cuatro años después, sus padres fallecieron en un accidente de tráfico. A causa de la fatídica noticia, decidió volver a Smyrna, su ciudad natal, para poder cuidar de su hermana, que aún era menor de edad. Tras unos años, cuando empezaron los primeros contagios, Abby y él se atrincheraron en la casa familiar y se protegieron como pudieron, a la espera de que las fuerzas de seguridad controlaran la situación, sin embargo, eso nunca sucedió. Las hordas llegaban sin cesar a la ciudad, así que decidieron huir hacia Atlanta, pero los bombardeos los sorprendieron antes de que pudieran siquiera llegar. De ese modo fue como empezaron a vagar por los bosques sin un rumbo fijo. Encontraron una caseta donde quedarse y, en una de las expediciones de caza, Abigail fue mortalmente herida. Jon no quiso volver a dormir en la vivienda donde había compartido los últimos meses junto a su hermana, así que decidió ir en busca de otro sitio en el que vivir. Tras varios meses andando, me encontró.
Me había hablado tanto sobre su hermana que me daba la sensación de que yo también la había conocido. Tan solo tenía un par de años más que yo y presentía que habríamos sido grandes amigas si hubiéramos tenido el placer de coincidir en otras circunstancias. Jonathan siempre me decía que le recordaba mucho a ella, a su parecer nuestros físicos se asemejaban mucho y nuestros caracteres aún más. No me gustaban las comparaciones, y menos si eran con otra mujer, sin embargo, viendo cómo hablaba de ella y el amor tan puro que sentía hacia la joven, no me disgustaba que me viera tanto parecido con Abby.

My bow girl  [Daryl Dixon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora