31. HAY MANOS QUE NO DEBERÍAS MORDER

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Un llanto desesperado me despertó de repente. La débil luz que se colaba por la ventana del pasillo indicaba que ya estaba amaneciendo, a lo sumo debían ser las siete de la mañana.

Como siempre que sentía que la niña estaba intranquila, Nya se acercó más a ella y puso el hocico entre sus pies, sin importarle las patadas incontroladas que pudiera recibir. Era como una forma de hacerle saber que estaba ahí, cuidando de ella.

Me froté los ojos y pestañeé repetidas veces intentando desperezarme rápidamente.

― Shh, mami está aquí.―murmuré, acariciando la mejilla de Judith con el dorso de los dedos.― Tienes hambre, ¿verdad pequeña?

Aún no era capaz de llamarme a mí misma "mamá" en voz alta. Sentía que con aquella palabra usurparía a Lori de su puesto como madre biológica de la niña, como si proclamándome la mamá de Judith estuviera matando de nuevo a la mujer que fue como una hermana para mí o, mejor dicho, a su recuerdo.

Más que llorar, parecía que gritaba. Con mal carácter desde que nació, la muy sinvergüenza. Sonreí al recordar que ese era el apodo que usaba Daryl para referirse a ella. Parecía que había pasado un siglo desde que decidió irse, aunque solo habían transcurrido cuatro días. Me había autoconvencido de que no volvería y me resigné ante esa idea, era la única forma que tenía para centrarme en lo que realmente importaba en aquel momento: Judith, Nya y la supervivencia de los que seguían a mi lado. Sí, la de Carol también. No la soportaba y cada vez que teníamos que ocupar el mismo espacio se podía palpar la tensión entre nosotras, sin embargo, no era ninguna necia, sabía que dos manos menos suponían un mayor riesgo ante un posible ataque. Aunque no sea una gran defensora, al menos hace bulto, pensé sarcásticamente.

Suspiré, alejando así de mi mente al cazador. No podía enfocar mis pensamientos en él, tenía asuntos más apremiantes que solventar, y el biberón de la niña era el más urgente.
Me levanté y cogí a la cría, meciéndola para que se calmara. Nya nos siguió hasta el comedor, donde Maggie, ojerosa, bebía a sorbos un vaso de agua.

Llevaba tres días casi sin dirigirle la palabra a Glenn, al que le había entrado la vena de líder combatiente, más parecido al espíritu de los Boy Scouts que a un guerrillero de verdad, y enfurecía cada vez que se hablaba del Gobernador. Aquella situación empezaba a ser insostenible para la chica, que ya había empezado a somatizar los nervios desarrollando un cuadro de insomnio.

― ¿El desayuno de las campeonas?― formulé, señalando con la mirada el vaso de agua.

― No me entra nada de comida. Apenas he podido dormir un par de horas en toda la noche.― respondió, mientras se masajeaba las sienes, visiblemente agotada.

No podía juzgarla por no comer, los nervios de todo lo que había sucedido me atenazaban el estómago y apenas si podía comer bien una vez al día.

― No se nota nada, eh.― comenté irónicamente.

Se dibujó una mueca en su rostro en un intento fallido por sonreír. Era difícil ver una sonrisa suya desde que volvimos de Woodbury. Solía pasearse por la prisión con la mirada perdida en algún punto lejano y hacía las guardias con todo aquel que no fuera su chico.

Preparé el biberón de Judith y me senté al lado de la chica. La cría empezó a mamar con ansiedad.

― ¿Cómo llevas la maternidad?― preguntó, mirando con cariño a la niña.

― La maternidad, bien. Duerme toda la noche del tirón, come bien y es un amor de criatura, cuando no se propone intentar rompernos los tímpanos cuando tiene alguna queja, claro. ¿Verdad, aguililla?― dije, sonriéndole a la niña.― Ahora bien, cómo compaginar la maternidad con defender esto...― suspiré.― Eso es lo que me trae de cabeza.

My bow girl  [Daryl Dixon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora