V: Reflejos a la luz de la Luna

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A tan solo media hora después del intento de asedio por los hombres del Ragan al cementerio del sur de Nuuk, cabalgando a toda velocidad por los bosques, La Mano huía de una escuadra de soldados encapuchados. Los soldados, esperaban pacientes detrás de la sombra de los árboles a que su presa huyera por el mismo camino.

"No debería tener problema con ellos" pensaba La Mano mientras el viento golpeaba contra su cara a la velocidad del galope de su caballo, "pero hay algo que no calza en todo esto...". Antes de partir del cementerio donde rugía la batalla. La Mano se encargó de cada uno de los jinetes montados del Ragan. No había más soldados montados a caballo y, sin embargo, ahora venía siendo perseguido por hombres en equinos.

Entre sus pensamientos, La Mano ignoró que poco a poco el bosque, en el que cabalgaba a toda prisa, se volvía cada vez más denso. La luz de la Luna no llegaba a iluminar esos estrechos caminos repletos de hojas y brazos de los árboles que por su sonido al pisarlos daba la sensación de ser de una edad avanzada. Sabios del bosque que había perecido ante las leyes de la naturaleza, amputados por la fuerza de un relámpago y haciendo ceder su posición que muy firmemente y sin temor, guarecían cada uno de estos guardianes inamovibles, pero agonizantes.

En un momento de claridad entre las espesas nubes que creaban los árboles, La Mano logró voltearse lo que sería un instante para percatarse de la distancia que le seguían sus perseguidores. Cuando uno de ellos estuvo justo en el haz de luz que creaba la luna. Entre lo frondoso de los árboles, logró observar que sus buscadores vestían distinto. Capas maltrechas de un café oscuro que negaban el traspasar de la luz. Sus caras no se lograban distinguir, portaban una máscara; pero entre todo, resaltaba una pintura de su hombro derecho el cual, descubierto y con un reflejo, se podía admirar una pintura morada, como si de un tatuaje se tratara; una marca desconocida para La Mano.

El símbolo sorprendió a La Mano, pero sabía que se trataban de hombres del Ragan. Buscó entre sus recuerdos, pero no logró hallar alguna memoria de aquel símbolo. Además, se le dificultaba el concentrarse con el sonido de cadenas entre lo profundo del bosque que dejaba atrás. Omitiendo el sonido, supuso que no era más que soldados siguiendo a su vanguardia y continuó con su escape, pero el ruido metálico entre los árboles se hacía cada vez más fuerte. El jadeo de los corceles zumbaba en su oído y la cercanía del relinchar de uno de sus perseguidores llamó su atención con miedo. Sin mucho esfuerzo, cayó tumbándolo de su caballo.

Seguía consciente, alcanzó su frente con su mano buscando rastros de sangre o de alguna herida. El galopar de los enemigos se volvía cada vez más cerca. Sin dudarlo, corrió en busca de su guante. Su recorrido terminó en un pequeño claro del bosque. Los caballos venían de tres direcciones distintas.

—Supongo que ya no puedo seguir huyendo. —dijo La Mano, mientras ajustaba su arma en el brazo derecho. En ese momento notó algo brillante clavado en el suelo. Rápidamente observó que no había raíces salidas de la tierra del camino por donde llegó. Dos jinetes llegaron a encerrarlo. Por instinto, sus ojos recayeron en las armas que portaban buscando alguna oportunidad de sobrevivir una pelea, pero un fuerte sonido de cadenas se llevó la mirada de La Mano. El brillo que observó antes, había desaparecido entre las sombras.

Los jinetes detuvieron su avance y un montador más llegó, todos cubiertos por la misma túnica, pero el recién llegado no poseía el tatuaje en su hombro derecho. Era inevitable el combate, un conflicto de tres contra uno.

"Una lanza" pensó La Mano al ver a uno de los jinetes, "una espada y su escudo" reflexionó al voltear al segundo soldado, "y luego está el último... No puedo lanzarme al ataque sin conocer con qué demonios me hicieron caer."

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