XIII: La diferencia entre los Ardus y los Dusar

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Afuera de la vivienda, se escuchaba un retumbo que se volvía cada vez más fuerte. La familia intentaba reconocer el sonido, confundidos por el desconocimiento de lo que se acercaba. La Mano por otro lado, alcanzó su guante.

—Si no quieren salir de aquí, no los voy a obligar, —dijo La Mano mientras se colocaba su arma —, pero tienen dos opciones: pelear, o seguir sumiéndose en la miseria. —Se puso en pie y salió por la puerta trasera del hogar, escabulléndose entre la hierba alta del jardín. Al frente, a las afueras de la casa, aguardaban 10 caballos y sus jinetes, todos uniformados con los ropajes que caracterizan el imperio del Ragan.

La puerta de madera se abrió lentamente y de ella salió Libera. Su mirada volteó hacia el cielo. Aquel sol brillante de la mañana fue cubierto por las tormentosas nubes oscuras y su sinfonía de rayos provenientes de la montaña ahuyentaron a las aves del lugar. El ganado que buscaba refugio, se ocultó en el granero. Entre unos pequeños destellos, distinguió aquel caballo negro con montura tan llamativo aún guardado en la estructura a escondidas de los soldados. Su corazón se aceleró, mas no sabía si era de emoción, de alivio, o de miedo.

—Aquí está, la joya en bruto de la familia. —exclamó el soldado refiriéndose a la mujer —, estás tan hermosa como siempre, Libera.

—Guárdate los halagos para el Ragan, Borhas. ¿Qué buscan? ¿Qué quieren...? —en los ojos de la mujer, aquella intención agresiva contra los hombres que han perturbado su paz cambió radicalmente al comprender la impotencia que tenía contra ellos. Sus ojos se apagaron y se llenaron de un gris sin motivación a seguir viviendo.

—¿Por cuál otra razón sería? —dijo el soldado mientras desmontaba —, Vinimos por el pago. —en su descaro, sonrió de oreja a oreja.

—No es siquiera medio día... —respondió preocupada la mujer mientras sus ojos se veían ahogados en la miseria y en el dolor de volver a repetir aquel martirio diario.

—Bueno, ¿y quién dijo la hora a la que cobraríamos? ¿Acaso me escuchaste decir el momento exacto que vendríamos? ¿Ustedes muchachos? —los soldados negaron con la cabeza —, Te recuerdo bien que dije que HOY cobraría de nuevo.

—Pero...

—Ah-ah-ah... —dijo desenfundando su espada —, sin peros, Libera. —continuó mientras ponía la punta de su filo en el cuello de la dama. —Solo tienes que pagar y nos marchamos, sin muchos rodeos. Sabes que siempre cumplimos. —a su espalda, los compañeros del jinete reían bromeando entre ellos. Eran bastante explicito, esas bestias estaban jugando con su presa, retrasando lo inevitable mientras camuflaban sus intenciones entre expresiones neutras.

—Ayer se llevaron lo poco que nos quedaba. Ya no tenemos nada... —replicó Libera. En ese momento, una de las vacas del ganado mugió en el granero.

—Aún queda carne... —replicó el soldado. Con un ligero gesto, ordenó sacar una de las vacas al camino. Una vez fuera, con una apuñalada, el soldado perforó el animal y le destripó. Libera, apenas podía aguantar los sollozos de dolor del animal. Quitó la mirada y mantuvo el silencio. Aguantó su coraje mordiéndose el labio que, por su fuerza, logró pintarlos del oscuro color carmesí.

—Bueno, creo que con un buen número de vacas quedaría bi-... Espera un momento... —el soldado contó en el aire y se puso a pensar: —Hay un pequeño problema, dudo que sea suficiente... —Libera lo miraba desconcertada. El ganado era lo único que mantenía a su familia fuera de la ruina. —¿Y bien, Libera? ¿Qué más tienes para ofrecer? —preguntó el soldado. La mujer mantuvo la cabeza abajo, llorando en silencio. No había nada de valor en su casa que cubriera los requisitos de los soldados. En la casa su padre veía desde la ventana, estoico, sin inmutarse. —Por favor, Libera. No hagas esto más difícil. No quiero matarlos y tengo que irme de aquí con algo... —el soldado dirigió su atención al busto de la dama. —Pensándolo bien, puede que si haya carne suficiente. —lentamente, retiró parte del vestido de la mujer. La madre ocultó la cara y su padre solo admiraba la escena con disgusto. El hombre empezó a sentir un repudio contra los hombres del Ragan. Con enojo, apretaba su bastón, impotente ante el asalto contra su hija.

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