El sonido de los tacones y las placas de acero hacían eco en el pasillo adornado de oro. Las velas colgadas de las columnas iluminaban tenuemente con un fuerte color rojo en sus llamas. Los blasones Dusar colgaban del techo en parejas en lo que se acercaba a una gran puerta al final del camino.
Los pasos apresurados de los visitantes definían la urgencia con la cual se veían obligados a cumplir. Los sirvientes Dusar les observaban y se quitaban del camino. Las miradas eran preocupantes pues se trataba de héroes Dusar dirigiéndose al salón del emperador de Asuvo.
En la puerta, Alarste levantó el tirador de acero con fuerza y golpeando, avisó su llegada. Poco a poco empezó a empujar el pesado portón de metal. Al abrirlo por completo, dejó que su acompañante tomara la delantera mientras terminaba de cerrar. Le acompañaba una mujer alta, delgada, de largo cabello negro y con mucha elegancia al andar.
El gran salón era muy oscuro a diferencia del resto del palacio. Las ventanas estaban cubiertas de cortinas de cuero donde la luz no lograba acceder. El viento era casi nulo, pero predominaba un frío aterrador y las pocas velas del lugar tenían unas curiosas flamas color púrpura que adornaban la lúgubre habitación. Al fondo, se erigía un trono alto y ancho. En él, se postraba una persona, pero la iluminación solo permitía observar su vestimenta.
Apresurados, los dos invitados llegaron al frente del trono y poniendo su rodilla izquierda en el suelo, bajaron su cabeza en forma de reverencia. El ambiente era tenso; sabían que, sobre sus cabezas, les miraba un ser poderoso y de gran autoridad. La acompañante de Alarste tomó la primera palabra:
—Señor, nosotros... —dijo antes de ser interrumpida por un movimiento de la mano de aquel en el trono. Alarste observaba con miedo.
—Hablen solo si traen buenas noticias —ordenó la figura postrada. Durante unos largos cinco segundos, ninguno de los dos invitados habló ni balbuceó un solo sonido. Descontento con el resultado, el hombre en el trono se puso en pie, resopló fuertemente y apretando el puño hizo el gesto de entregar algo a Alarste: un pequeño destello titilante salió de su mano y se dirigía hacia él.
Alarste, curioso de la naturaleza del destello le observó con detenimiento mientras esté se acercaba cada vez más a él. Fue hasta tenerlo pocos metros de su persona que reaccionó de manera desesperada. En su mano izquierda, resplandeció un brillo blanco con el cuál tomó el pequeño destello. A los pocos segundos, una explosión provocada por el destello que lo lanzó contra la pared de la puerta de metal.
Al golpearse, Alarste escupió sangre, la pared se reventó en la zona del impacto y los escombros se repartieron por el suelo. El vendaval de la explosión levantó las oscuras cortinas iluminando brevemente la habitación mas no apagó ninguna de las flamas. Reveló a un hombre en una túnica que le cubría hasta su cabeza en el trono. La acompañante, mantenía su posición inmutada con una sonrisa confiada.
—Levántate —ordenó el hombre. Alarste, a duras penas podía respirar del impacto — ¡Por orden del Ragan, que te levantes! —en ese momento, Alarste se elevó del suelo como si hubiera sido amordazado con cuerdas. El Ragan, con un ademán, imitó que le tomaba su cuerpo y lo levantaba en el aire. Jalando su brazo, acercó al soldado de la perlada armadura a donde estaba originalmente.
—Mi señor —interrumpió la mujer.
—Más te vale que valga la pena, Crowe —respondió el Ragan. De una de las paredes al costado del trono, salía un cuarto Dusar. Sus pisadas eran pesadas y tenían un sonido metálico, igual al de las placas de Alarste al caminar. Sin revelarse, tomó su puesto al lado del trono.
—Comprendo que la perdida de la mina es bastante importante, pero...
—¿Pero? ¿Cuál pero? —interrumpió—, ¡No solo perdieron una mina completa, sino también la mano de obra! —furioso, el Ragan levantó su mano, pero fue un leve gesto del acompañante a su derecha que hizo que volteara a verle. Después de unos segundos, observó de reojo a la chica arrodillada. Con un chasquido, apareció una cortada en la mejilla de la fémina. Y continuó: —¿Pero ¿qué, Crowe?
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Edge of Faith
PertualanganQué estarías dispuesto a sacrificar para lograr tus metas? La Mano del Demonio, un hombre con dos únicas tareas: Sobrevivir y descubrir su pasado. En su travesía para revelar la historia armado solo con su guantelete, viaja a través de la tierra dev...