XXIX: Por aquellos que no pueden pelear

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El retumbar de los pasos engullía el silencio de la caverna sobrecargada de hombres del Ragan armados con sus espadas contra los intrusos. En la habitación, Trish y La Mano peleaban a lo que sus cuerpos les permitieran. Sentían unas cuantas heridas superficiales, pero llevaban un buen rato peleando contra las interminables oleadas. Cole seguía de rodillas en el suelo. Toda su energía había sido drenada en un segundo y su cuerpo no respondía a su voluntad. Estaba exhausto, derrotado y sin esperanzas de seguir luchando.

— Espero tengan una buena razón para hacerme regresar. —Decía la figura negra que observaba desde el principio volviendo a su puesto de observación.

— Señora, —continuó uno de sus subordinados —, hemos tenido un contratiempo. Llegaron más intrusos. —Molesta y decepcionada, se dirigió hacia donde sus hombres estaban combatiendo.

— ¿Eso es...? —Preguntaba la figura.

— Sí, son más de las piedras de las que nos hablaba. —Respondió el soldado. —Tal parecieran haber más Ardus con ellas. —La sombra se asombró al verlo con sus propios ojos.

— Informen al cuartel. ¡Esto es fantástico! —Decía mientras se dibujaba una sonrisa en su rostro. Al fondo de su puesto, otra figura descansaba contra la pared.

Los hombres del Ragan salían de las cavernas aledañas y de los pasadizos principales. La asesina y el Demonio contenían a los nuevos contrincantes que ingresaban a sus puestos. Trish volteó a la pared donde se encontraban los Riolarz.

— ¡Desátalos! —Exclamó. La Mano desarmó a uno de los soldados, tomó su cabeza y le golpeó en la misma con su rodilla incapacitándolo. Volteó a sus espaldas y corrió en auxilio de los Riolarz encadenados.

Cole le observaba agotado. Su mirada le seguía y vió como aquel hombre intentaba desesperadamente liberar a los prisioneros. Al otro lado, Trish contenía a los enemigos con sus dagas los cuales asaltaban su posición.

"Andrade", seguía repitiendo en su cabeza. Su débil cuerpo apenas se lograba poner en pie y tomar sus armas con gran pesadez. La bufanda sostenida por la nariz caía, dejando al descubierto su boca reseca. Sus párpados pesaban y su mirada estaba borrosa.

Unos soldados ignoraron a Trish y corrieron de frente contra el joven guerrero. Con una fuerza moribunda, bloqueaba y desviaba los ataques. Su cuerpo le resentía el esfuerzo, causándole un daño punzante cada que ejercía fuerza. Su mente estaba en blanco. Sus ojos veían, sus oídos escuchaban, sus manos sentían, pero estaba perdido, en otro plano completamente aparte al de su presente. Y religiosamente, en su cabeza repetía el mismo nombre: "Andrade". Imágenes de una niña se aparecían en su mente. Tenía un abrigo café muy abultado, unos guantes y un sombrero con la marca Riolar en su frente.

En uno de los embates de sus enemigos, sus armas abandonaron sus manos. Sus brazos ya no respondían y sus piernas no aguantaron, dejándole en el suelo, de rodillas. Con el filo enemigo enfrente, sus ojos le opacaban su vista. Sintió un ligero toque frío desde su costilla derecha que atravesaba todo su cuerpo; el frío abrazo de la muerte inminente. Cerró sus ojos y descansó. "Buen trabajo, Cole", decía una voz femenina en su cabeza, "pero aún no es tiempo."

El sonido metálico de una espada al caer le devolvió sus sentidos. Al mirar hacía arriba, notó una gruesa pata cubierta de pelaje blanco manchado por la suciedad tomando la cabeza de su enemigo. Y al parpadear, este ya no estaba al frente de él, sino que yacía derrotado en una de las paredes. Volteó a ver sutilmente donde un grupo de ursinos robustos cargaban hacia el frente. El rugir de las bestias calmó su corazón y el retumbar de sus pisadas apaciguó su alma; ya no estaba solo. Junto a ellos, el forastero equipado con su guante y terminando de romper una de las cadenas con su palma.

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