VIII: Aquel brillo perlado significa muerte

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El crujir de las ramas, el caer de las hojas y las botas de la mujer era todo el sonido que había a su alrededor. Los pocos animales que admiraban el previo combate huyeron al oír el sonido de aquello que se acercaba. El proyectil encadenado servía a la dama para poder moverse a través del bosque.

"No hay duda, eso que llegaba..." pensó la guerrera mientras se movilizaba en las copas de los árboles, "¿por qué...? Pero, aún más importante, ¿por qué no disparé?". Su cabeza se llenó de imágenes es retrospectiva. El brillo del pecho de aquel hombre, un cristal verde, cráneos con ojos brillantes como flamas, cuerpos con costillas al descubierto sin carne y la mano de un infante sosteniendo las falanges de una mano sin piel. "Lo siento..." Siguió movilizándose por el bosque por al menos un kilómetro de donde el enfrentamiento con el hombre del guante tuvo lugar.

Al tomar un respiro en una rama, escuchó levemente el relinchar de un caballo, los equinos que huyeron de la pelea. Guiándose únicamente por el sonido, pudo ubicar otro claro en el bosque iluminado por una muy tenue luz que venía de la luna. Ahí yacían pastando y descansando los caballos.

Desde las alturas, la mujer pensó: "Finalmente. Ahora puedo salir de aquí" pero antes de realizar el salto se detuvo. Dos de los caballos que venían con ella desde un principio estaban tranquilos, pero escuchó las herraduras de al menos dos caballos más. Venían de la cercanía, apresurados y jadeando, como si estuvieran persiguiéndose. El jadeo del animal se hacía más fuerte, estaba agotado. Temerosa de lo desconocido, la mujer decidió quedarse oculta entre las sombras. El caballo negro vestía la misma armadura que la de los desertores, el jinete, a pesar de estar cubierto de pies a cabeza la mujer sabía de quien se trataba.

"¡Neve!" se exclamó a sí misma viendo con alegría a su acompañante.

La velocidad con la que llegaba la cabalgadora despojó la capucha de la fémina pelirroja, fina, en su etapa de adulto joven. En su rostro, representaba miedo, angustia, pánico. En sus ojos se reflejaba la muerte misma. La mujer en los árboles, veía la escena preocupada y con dudas revoloteando su mente. Un tridente lanzado ensartando y asesinando al caballo del jinete hizo pensar dos veces el auxiliar a su acompañante.

El tridente con su acero azul oscuro, un asa de cuero café y los filos blancos como el mármol proveía de la oscuridad de los árboles. De la profundidad de la flora, surgió un enorme equino blanco, resoplando con una fuerza abismal. Encima, montaba un caballero que no se distinguía su cara con una voluptuosa armadura de tonalidad perlada y brillos relucientes de blanco.

La joven en el suelo, desesperada, buscaba la manera desesperada de huir de su perseguidor. El miedo le consumía su mente y el pánico tomaba control de ella. El rastrillar de las piedras iban al son de la desesperanza y dejaban rastros de lágrimas de temor, su vida pendía de unos cuentos metros de la muerte misma.

Dentro del metálico casco del jinete, se escuchó: —Les di una tarea, —su voz era elegante y refinada de un hombre —, una misión que ustedes me aseguraron que era sencilla; que no tomaría más de lo que yo esperaba que tomase y aun así me siento ultrajado, —el hombre desprendió el tridente de la bestia asesinada —, estafado, —y con un movimiento rápido, retiró la sangre sobrante de su víctima —, y ahora mismo, decepcionado.

Suspirando, llorando y con temor, la fémina logró alcanzar las raíces de un árbol y con mucho esfuerzo logró sentarse a sus pies. Sus ojos con lágrimas reflejaban el brillo de la Luna en la armadura de aquel hombre que reclamaba su vida.

—¿Comprendes, Neve? —continuaba el armado sujeto —, les confié dos de mis posesiones más preciadas: —el equino se acercaba lentamente mientras el caballero tomaba su tridente —, mi confianza; pero aún más importante aquello que ni ustedes ni nadie me podrá devolver, —terminaba de decir colocando su tridente en el cuello de la joven —, mi tiempo. Neve, simplemente mantuvo el silencio. Volteó a ver las copas de los árboles y anhelaba paz, la tranquilidad que tenía el soplo del viento con las hojas. Cerró sus ojos y en un momento de felicidad pudo imaginarse un lugar tranquilo, con el cantar de las aves a su alrededor, el sol brillando y flores en campos interminables.

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