XXI: Frustración

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            La brisa helada del monte paseaba entre las montañas rodeando los árboles y acompañados de los aullidos de los lobos hambrientos buscando sobrevivir un día más en aquella maravilla invernal. Lejos de las fantasías escritas describiendo sus hermosos paisajes rodeados de nieve, seguía siendo el cruel ambiente donde el débil muere y el fuerte sobrevive para seguir peleando.

Entre el silencio de la nieve estática, es escuchaban los jadeos agitados de un hombre agotado por su desgaste físico por intentar llevar el ritmo a un enemigo errático. La Mano aún intentaba mantenerse en pie ante un rival que le sobrepasaba en muchas ventajas en el combate. La gruesa nieve, el gélido frío, el conocimiento de un entorno completamente nuevo e incluso la inversión de su energía ante las adversidades eran factores que inclinaban la balanza en favor de uno de los guerreros.

La mirada frustrada de La Mano relataba la envidia y el enojo que manejaba en ese entonces. La impotencia por no poder traspasar un obstáculo como lo es un asesino en busca de su cabeza. Sus pupilas intentaban llorar de la cólera, pero el temor de una posible congelación, mantenía a raya el sentir del forastero. Por otro lado, debajo del telar Ardus, se escondía una inexpresiva mueca del misterioso sujeto. Sus ojos yacían puestos sobre sus armas, pensativo y analizando las hojas de las mismas. Desde la distancia donde se encontraba el viajero, era difícil adivinar las intenciones del sujeto.

"Debería huir...", pensaba La Mano priorizando su bienestar. "Una vez fuera de esta maldita nieve, debería ser capaz de seguirle el ritmo. No tiene la misma fuerza que yo, pero la piedra en su cinturón... Esa maldita piedra no me permite..." maquinaba en su cabeza mientras su enemigo tomaba asiento sin despegar los ojos del metal.

—¿Quieres pelea? — preguntó La Mano —, bien. Admiro la valentía de un hombre dispuesto a luchar por lo que cree. Sin embargo, —prosiguió mientras ajustaba su guante, no pienso detenerme aquí.... —. El otro hombre, simplemente le escuchaba atento a sus palabras y sin separar su mirada; no se inmutaba. Lentamente, el viajero se puso en pie y caminó alrededor del hombre que tomó asiento. Este, al ver que se levantó, le seguía con sus ojos sin voltear su cabeza. Sus pupilas le mantenían enfocado ante su enemigo. Con una leve sonrisa en su rostro, La Mano se detuvo y terminó de socar su arma.

Aquel sujeto abrigado con la bufanda, tomó las armas de sus mangos revestidos en cuero, listo para repeler cualquier ofensiva, pero su malicia solo le dejó prever los escenarios para un ataque. Nunca previno que aquel hombre tan dispuesto a seguir con vida tomaría una decisión un poco ortodoxa. En cuestión de segundos La Mano había logrado escapar de la pelea. Extrañado, se paralizó ante la decisión y devolviendo su consciencia, se puso a rastrear las huellas en la nieve.

El camino obstaculizado y lleno de frondosos árboles de coníferas tapando la luz del sol era la única ruta de escape del forastero hacía donde yacía el improvisado campamento donde pasaron la noche; no obstante, a sus alrededores escuchaba el retumbo de las patas de los animales corriendo a su lado. Eran sonidos pesados, pero no lo suficientemente claros como para reconocerlos en las capas de nieve del lugar. En su escape, uno de los tomahawks impactó en uno de los árboles cercanos a la cabeza de La Mano. Anonadado, no volteó y continuó con su carrera; la velocidad de su contrincante no era normal para un hombre. Aquel misterioso sujeto solo retiró el arma de la corteza sin mucho esfuerzo siguiendo con su persecución.

El campamento estaba intacto, todas las pertenencias seguían en el suelo, inmóviles. El alivio de algunos es la desesperación ajena; eso significaba que Trish no había llegado al punto de encuentro. Intentó voltear a todo lado, buscando un rastro, una pista, algo que le ayudara a ubicar el paradero de la mujer; el tiempo se le acababa.

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