X: Ganaste una explicación a cambio de un millón de dudas

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Las candelas de cera iluminaban el mausoleo con luces azules tenues. Las figuras de piedra que adornaban la estructura tenían a sus pies tantos vendajes nuevos, vendas manchadas de sangre, hierbas y algunos frascos. En el centro de una de las habitaciones, una tumba sin su cubierta de piedra, albergaba a la dama de los sables encadenados arropada en una piel de un animal salvaje mientras sus heridas estaban cubiertas.

Despertando de su sueño y con la mirada borrosa, observó el techo de la estructura. A sus lados, veía las paredes del contenedor donde estaba descansando. Esa vista no era desconocida para ella puesto que tenía recuerdos de un lugar semejante. Con la vista más clara y con un gran esfuerzo físico, logró levantar su tronco superior apoyándose en los bordes del sarcófago. La habitación estaba sola y adornada por las gárgolas de piedra que vigilaban inmóviles a la mujer, las pequeñas llamas que crepitaban al quemar lentamente los hilos que las mantenía vivas y en una esquina sus dagas encadenadas que reposaban en una vaina de piel. A su derecha pudo observar unas escaleras que subían a un piso superior, pero su agotamiento físico no le permitió mantenerse mucho tiempo en la posición y desplomándose, cayó de nuevo en el contenedor. A los pocos segundos, el sueño se volvió a apoderar de ella.

—No le pida movimientos muy bruscos. Puede estar sanando en este momento, pero su cuerpo sigue agotado. —la mujer, con sus ojos cerrados, logró escuchar.

—Claro, gracias. —escuchó dos voces masculinas; era Sihn hablándole a uno de sus hombres. Después de que terminara la pequeña conversación, oyó el chasquido de los huesos caminando afuera de la habitación y un taburete de madera siendo colocado a la par de su lecho. Todo esto, mientras ella simulaba su sueño. —Sé que estás despierta, —dijo Sihn —, nunca fuiste buena para mentirme. —pero la mujer estaba apenada, triste, arrepentida. No quería ver la cara de Sihn en la situación en la que estaba. Suspirando continuó: —Tu hermana está estable. No se ha despertado, pero sigue contigo. —preocupada y sorprendida, los ojos de la mujer brillaron con esperanza. Alegre de la noticia, tomó aire y fuerzas. —Pero... —interrumpió Sihn —, hay algo que perdió. —confundida volvió a ver al Nekross, que reposaba su cuerpo apoyando sus codos en las piernas, cabizbajo.

Con la ayuda del no-muerto, subieron al piso superior. Allí, una tumba enorme y acomodada con pieles y almohadas servían de descanso para la joven Neve, cubierta de su tronco inferior por una enorme sábana. Una ligera sonrisa y una lágrima se desprendió de los ojos de la mujer y con su brazo sobre el hombro de Sihn, logró sentarse a un costado del contenedor. Acariciando su pelo y quitándolo de la cara de Neve, la mujer pudo ver que su hermana seguía respirando.

—Ella ha sido la más hermosa entre las dos. Toda la vida ha sido así... —dijo la mujer con voz baja, casi susurrando. Sihn se mantuvo en silencio. De pronto, de un piso superior, se escucharon las botas de un hombre, sus pasos cojeaban. La Mano, con su brazo izquierdo hacía presión en su vendada herida y se mantenía de pie apoyado con su otro brazo. La mujer, lo mira desde el lecho de su hermana, pero los ojos que miró en él en aquel bosque, ya no son los mismos que en la cripta.

Sihn, ayudando a La Mano, lo acomodó en un asiento, cerca de la joven Neve. Nadie dijo una sola palabra. La mujer seguía admirando a su hermana y La Mano miraba la situación de la joven. El experimentado no-muerto susurró algo al oído de Trish y sin hacer mucho ruido, abandonó la sala.

—Mira, —expresó con voz baja la mujer —, lo que pasó en el bosque...

—¿Es alguna conocida? —preguntó La Mano evadiendo el tema, y sin apartar sus ojos de la mujer dormida. Trish comprendió que no era el momento de traer la situación a la mesa y mucho menos de pedir disculpas.

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