VI: No les desfraudes

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El viento levantaba oleadas de polvo del lugar. Las hojas de los árboles chocaban con sus iguales por las brisas. Los aires, desde que ambos combatientes se vieron las caras, se volvieron más violentos y un aura amenazadora envolvió el entorno. Además del concierto que daba el entorno hostil, no se podían percibir los pensamientos de los dos peleadores en el lugar por mismo el estrés de estar frente a un rival al que no se puede subestimar.

La Mano alzaba con fuerza la mitad de la lanza de aquel soldado fallecido. El barrote de metal era ligeramente pesado y sin su punta sería no más una vara cualquiera. Su guante, cubría su lado derecho como un escudo. Su postura asemejaba un impenetrable bastión cubriendo el frente y a la defensiva como un animal esperando una respuesta.

La mujer, por otro lado, mantenía ambas armas apuntando al suelo. Una pose elegante pero lista en cualquier segundo para atacar, todo esto sin perder de vista al enemigo de frente. Los cabellos plateados de la dama ocultaban al son del viento sus ojos que veían con decisión a La Mano. Esa mirada no era de rencor, pero sí de voluntad. Su pose, su figura, y su apariencia, hizo dudar al hombre del guante sobre su relación con el Ragan.

—¿Listo? —preguntó la mujer mientras apuntaba sus armas al frente. La Mano con un ligero movimiento asintió a su interrogativa. —Tranquilo, —replicó—, no será una pérdida de tiempo para ninguno de los dos.

Con sus hojas de acero al frente, disparó. Los reflejos de La Mano fueron suficiente para esquivar el proyectil. Un ligero salto a la derecha para evitar que perforara su abdomen. Como si el tiempo se volviera más lento, logró ver el filo de las armas. La hoja era oscura, y su afilado brillaba como plata. En ese pequeño instante, intentó relacionar un arma igual o similar a los que ha enfrentado en toda su vida, pero no encontró alguna. Un segundo disparo lo tomó desprevenido. Instintivamente, quiso levantar su guante para cubrir partes vitales, pero la mujer tomando eso en cuenta, logró conectar su disparo en el músculo aductor del pulgar. La fuerza del disparo no solo perforó la piel de lado a lado, sino que levantó y arrastró a La Mano hasta clavarse en un tronco.

Sometido por el dolor de la herida, escuchó las cadenas del primer disparo. Con la misma velocidad con la que salió la hoja de su lanzadera, así volvió. Las chispas del impacto entre los metales le indicaban que estaba lista para accionarse de nuevo. Los pasos de las botas de la mujer se volvían más fuertes cada que se acercaba más a él. La perforación dichosamente no logró dañar permanente en la movilidad de la articulación. Por adrenalina, la respuesta más viable que encontró fue el intentar retirar el arma con la parte libre de su mano derecha. Sabía que agarrar el filo con su mano izquierda sin ninguna protección, después de ver como partía una lanza de acero en dos, sería una herida profunda y sin sentido.

En lo que colocaba sus dedos índice y medio en la parte superior de la hoja, las cadenas sonaron. El filo volvía a su cañón. Laceró superficialmente la protección en los dedos y con un corte limpio, abandonó el músculo de la mano. Por reflejo, soltó la mitad de la lanza de su mano izquierda y corrió a socorrer la herida de su mano derecha. De cuclillas, gritaba de dolor. Cuando volvió a levantar su cabeza con los ojos abiertos observó a su enemigo apuntándole desde varios metros a distancia con sus armas.

—¿Eso fue todo? —preguntaba la mujer de manera enojada y confundida — ¿Dos hombres murieron a mano de una persona que fácilmente sucumbe ante un corte en su mano? Después de lo que hiciste, supuse que serías más amenaza, que tendría que esforzarme por acabar contigo, pero en cambio, me enfrento a un hombre que no puede resistir una herida... —La Mano agachó su cabeza. Ocultó sus ojos y mantuvo presionando la herida en su mano derecha. Suspirando, la mujer continuó: —No me quejo, esto facilita el trabajo mucho más de lo que pensé. —Se acercó unos cuantos metros más —Sin rencores, siento mucho que terminara así..

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