XXV: Facciones

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La ligereza del viento definía el ritmo al que el fuego de la fogata bailaba acorde a la montaña. Desde el momento de su llegada al sitio donde pasarían la noche, ninguno de los tres viajeros se habían dirigido la palabra; sumergidos entre sus propias reflexiones y pensamientos.

La Mano se perdía al ver el guante. Los detalles de cobertura era un material cambiante, algo que nunca había visto anteriormente y que tampoco había tenido la oportunidad de verificar con sus propios ojos con detalle. Era una textura escamosa y duradera, flexible y ligera al cargar. Eso era algo que, a simple vista, era imposible de imaginar. El gran tamaño del guantelete y el daño que ocasionaba era de comparar con una espada bastarda.

Del lado de la palma, se percibía el mismo material, pero el forastero recordó la expresión del soldado en Vermaillen: Sus ojos no reflejaban luz al ver fijamente la palma de la mano, su alma tenía la duda de abandonar o de continuar en su atadura terrenal.

Alimentado por la curiosidad, quiso tener la iniciativa de poner el guante en su cara. Al acercarlo a la distancia donde las puntas de los dedos alcanzaban el inicio de su cara, el brillo del fuego desapareció por completo; era un vacío perpetuo. Intentó alzar la voz, pero la vibración de su garganta se perdía en ese abismo espacial donde la luz abandonaba toda potestad de existencia.

Temeroso a lo desconocido, removió el guante de su cara como al despertar de una pesadilla; agitado, sudando y en shock.

— Oye...—preguntaba Trish extrañada de la reacción del forastero. La Mano, aún perdido, omitió su voz—. Hey, ¿estás bien? —preguntó una segunda vez—, ¿Hay algo con tu guante...?

—No —respondió La Mano—, simplemente me quitaba una duda de encima —dijo mientras ponía el guantelete en sus regazos—. Me perturba mucho el desconocimiento general de las cosas. Hay tanto que sigue siendo extraño para mí.

—¿Te da miedo lo desconocido?

—No —respondió confiado—, me aterra... —Trish le miraba mientras él llevaba sus manos a la cara limpiando un poco del sudor de su cabeza—. El miedo no proviene de lo que ya se conoce, sino de aquello que trae consigo. Como cuando caminas solo en un bosque: No te da miedo la oscuridad ni la soledad, te da miedo el pensar que puede haber algo más, algo que no puedes identificar... —su guante descansaba con la palma hacia arriba y sus escamas se mantenían inertes—. Necesito saber qué es aquello que no reconozco. Necesito saberlo para no tener más miedo, tener control.

— ¿Y si no lo logras controlar? ¿Qué harás con todo aquello que debe mantenerse en lo oculto? —preguntaba Trish intentando encontrar un punto lógico en lo que decía La Mano.

—Entonces moriré sin desconocer de lo que está ahí afuera. Como alguien que ya no teme a lo desconocido.

A la lejanía, Cole, sentado en un tocón los escuchaba filosofar del futuro y de sus metas. En sus manos reposaban los artefactos encontrados en la nieve. En la niebla de sus recuerdos, el viento helado levantaba el polvo que la misma cobertura blanca desprendía. Las nubes formaban figuras que resaltaban en la oscuridad perpetua del pensamiento. En los espejismos se lograban diferenciar los dibujos perdidos de un rapto y al poco tiempo la misma escultura se transformaba en una enorme montaña. En la susodicha, el desplome de una parte de la misma. El desprender del material de la tierra arrasaba con todo su paso y al alcanzar sus faldas, se lograba escuchar el susurro agónico de los seres vivos al chocar de la nieve.

En la realidad, Cole soltaba una lágrima que recorría lentamente su mejilla. La niebla volvía a cambiar a la figura de varias nubes rodeándole por los hombros. En la penumbra, un silencioso susurro: "Cole" que se repetía indefinidamente. Al cerrar sus ojos , volvía al mundo real pero la palabra continuaba...

—Cole... Cole... —repetía Trish alcanzando el hombro del joven. Volviendo en sí, volteó a verla—. ¿Quieres? —preguntó mientras le ofrecía provisiones dadas por el líder Riolar.

Cole observó que continuaba teniendo en sus manos los artículos recolectados en la nieve. Apretó sus manos y se puso en pie, caminando hacia la fogata. Trish le siguió el paso.

—Bien, creo que este es el mejor momento para presentarnos —dijo la mujer de manera jovial—. Soy Trish. —Cole le miraba serio sin ningún cambio en si cara; ni una sola palabra salía de su boca. Incómoda, Trish se retraía en consecuencia del ignorar ajeno.

—¿Hablas? —preguntó La Mano para no dejar todo en un silencio perpetuo.

El joven guerrero le observaba estoico con un poco de rencor en sus ojos. Aún reservaba sentimientos contra el viajero, pero la mirada tranquila y dubitativa de Trish le cambió su parecer. Al ver a la mujer, recordó a aquella dama cuidando de un abatido guerrero al borde de la muerte equipado con un guante y armada únicamente con una rama; como una madre cuida de sus cachorros con su propia vida. Cole negó con un movimiento de su cabeza.

— ¿Familia? —continuó la asesina. Cole bajó la mirada y volvió a negar con un ademán. —¿Y qué hay de los Riolarz con los que viajas o de Bosgar? —Cole mantuvo el silencio y apartó la mirada de los forasteros.

—Cada vez que te veo o haces algo me confirma, aún más, que eres un Dusar. —Dijo La Mano buscando molestar al guerrero.

Sucumbiendo ante la provocación, se puso en pie y puso sus manos sobre los mangos encuerados de sus armas. Sus ojos no se apartaban de la mirada de La Mano la cual seguía inmutada. Sin embargo, la figura del forastero le hizo recordar al líder Riolar sentado en un tocón parecido. Los recuerdos interferían con su escucha y las palabras dadas por el hombre se volvieron graves como si fueran recitadas por el mismo Bosgar:

—Si no eres un Dusar, explícate... ¿Qué eres Cole? —Una pregunta formulada exactamente como fue dada en un principio.

Los ojos de Cole se calmaron y con una actitud tranquila, levantó la cabeza y bajo el cuello de su abrigo de piel. En su pecho, pintaba la marca de una pata de oso en dirección de su corazón.

—¿Un tatuaje? —preguntó La Mano desconcertado. Cole puso su mano derecha sobre el mismo.

—Es una marca tribal —respondió Trish —, se trata de indicadores de las facciones del mundo —continuó mientras ponía al descubierto su antebrazo mostrando el emblema que pintaban los estandartes Nekross; una calavera que yacía en el suelo con una flecha en la cabeza—. Son nuestras identificaciones. Fuera de lo que digan los demás, incluyendo a Bosgar —dijo dirigiéndose a Cole—. Es lo que somos, incluso a ti —continuó con La Mano.

"Pero entonces...", pensaba el viajero, "¿cuál es mi marca? ¿Dónde está...?".

—Tengo entendido que los Ardus no tienen marcas de facción puesto que nunca se les ha considerado como una raza distinta —dijo Trish—. Los Lauros, Byokrans, Topes, Riolarz, todos tienen sus marcas —Cole reafirmaba con su cabeza.

—Esa raza —mencionó La Mano—, el cantinero de Hjalmir comentó de ellos. Los Lauros, ¿Qué son?

—Una facción de Nuuk, conviven en el norte, en la zona costera. No suelen salir a la superficie... —contestó Trish. Cole tomó una rama y comenzó a dibujar en la nieve.

—¿Salir a la superficie...?

—Son una raza del mar. Controlan el sector portuario del continente y la vida marítima entre ambos continentes. —Al terminar, Cole les indicó en un mapa la ubicación de los Lauros al norte.

—Entiendo... —respondió La Mano—. Oye, niño bestia —exclamó hacia Cole—, ¿Me dejarás partir si hacemos el encargo de Bosgar?

Cole le miró extrañado, pero al cabo de unos segundos, afirmó con su cabeza.

—Bien. Solo espero que no tardemos mucho... —terminó el viajero mientras tomaba su guante con sus manos.

Trish daba una ligera sonrisa y mientras Cole se acostaba en la frío cobijo, volteó hacia La Luna. Esa noche, los vientos se apaciguaron y el único helar provenía de la sempiterna nieve a los alrededores; la paz antes de la tormenta que se avecinaba.

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