XVIII: El ente de las nieves

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La mañana era tranquila, el Sol no había resplandecido con toda su energía por las altas horas. En la fogata, las sobras del fuego aún humeaban y el viento se llevaba algunos sobros de las cenizas por el aire. A la par del extinto fuego, descansaba Trish que en su mente lograba escuchar pequeños murmullos irreconocibles para ella. Sus pensamientos eran una tormenta de ideas que no cesaban y apenas lograba identificar una voz masculina que conocía del pasado. Intentaba visualizar a su padre con esa misma voz, pero no lograba calzar, se trataba de otra persona. De pronto, un sonido afuera de su cabeza la despertó de repente. Abrió sus cansados ojos y logró observar a La Mano alistándose para su partida. El hombre, la miró de reojo y continuó con su labor.

—Buenos días... —dijo la agotada mujer.

—Sigue durmiendo. —respondió La Mano —Debo continuar. Vuelve al cementerio.

—¿Ya sanaron tus heridas? —preguntó Trish omitiendo lo dicho por el forastero. La Mano tomó una pausa, cerró sus ojos para sentir sus heridas con sus manos y asintió con su cabeza. Trish sonrió.

—Bien. Dame un momento y podremos partir. La Mano volteó confundido.

—¿A dónde planeas ir? —Trish se levantó y comenzó a organizar sus pertenencias.

—A donde necesites ir.

—Nunca dije que podías acompañarme. Mucho menos que necesitaba ayuda.

—No es como que verdaderamente necesite de tu permiso, pero para pasar ese bosque de enfrente necesitarás un guía. —respondió Trish —Aún más sabiendo lo mal que te ubicas en los bosques...

—¿Qué pretendes decir...? —preguntaba el hombre, disgustado por las palabras de la dama.

—Solo digo que si verdaderamente supieras guiarte por ti mismo hubieras escapado sin problema del bosque por el territorio Nekross; o mejor aún, no hubieras alcanzado el sur de Nuuk en primer lugar. —continuó Trish, burlándose de La Mano. El viajero simplemente mantuvo el silencio y apartó la mirada.

—Entonces no te interpongas en mi camino. —dijo con seriedad.

—Eso va para ti también. —La Mano entonces tomó a Trish por sus hombros y exclamó:

—No quiero involucrar más gente en esto. —Trish quedó paralizada ante el enojo guardado del hombre. Mostró una leve sonrisa y dio un suave golpe en su pecho.

—Sé cuidarme sola. No necesito de un guardaespaldas y mucho menos de un "valiente" caballero para mí misma. —dijo Trish tomando sus armas por el mango y enfundándolas. La Mano solo observó, suspiró levemente y preparó todo para su partir.

El bosque frondoso cercano a las montañas Riolarz de Nuuk estaba cubierto de un bello velo blanco de nieve. Algunas flores desistían de marchitarse ante el helado clima del lugar, pero la vegetación a sus alrededores comenzaba a borrarse camino adentro. Los caballos lograban mantener el paso cobijados por enormes telas para conservar el calor. La Mano vestía unas cuantas telas mientras Trish portaba pieles conseguidas en el pasado.

—Hay algo que quiero preguntarte. —dijo La Mano de manera espontánea.

—Oh... ¿Qué consejo buscas de mí parte? —se burlaba Trish ante la frase salida de la nada.

—En el mausoleo, había cuadros colgados en los pasillos, —mencionaba el hombre. La dama intentaba recordar las figuras de las que mencionaba —¸ en ellos había una mujer junto a Sihn. ¿Quién es? —Trish al final comprendió el tema y quedó atónita ante la interrogante.

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