II: Recuerdos en el fuego

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Tras abandonar el poblado Ardus, las extensas llanuras de Nuuk se extendían hasta donde la vista no alcanzara a ser testigo. Las montañas nevadas se erigían al fondo del paisaje decorando el entorno del continente. Algunos bosques que crecían a su alrededor cubrían de oscuridad la tierra debajo de ellos. las ligeras brisas que venían desde los montes hacían silbar las hierbas. y levantaban algunas hojas muertas, pétalos de colores mientras algún insecto sobrevolaba por la zona. Sobre el corcel negro, La Mano continuaba su camino. Su expresión en la cara hablaba por si sola: tenía dudas de lo ocurrido en Vermaillen.

En su cabeza, recordó los cristales rojos que portaban los hombres en sus armas. Se lamentaba el hecho de no poder retirarlo de una de ellas para analizarlo pues al momento en que los pobladores se encargaron de deshacerse de los cuerpos, las armas ya habían desaparecido. Intentó buscarle una justificación a la forma de actuar de aquellos hombres, pero era prácticamente imposible, su instinto les dicta actuar de esa manera, es parte de la naturaleza Dusar. 

En ese momento, una fuerte brisa pasó por su cuerpo abombándole la ropa y logró percatarse del collar que portaba bajo la misma. Su collar había brillado de igual manera que los cristales en las empuñaduras de sus enemigos. Sin embargo, no había prestado atención del momento donde este había parado de resplandecer.

"Estas piedras..." , indagaba de una manera improvisada mientras examinaba la piedra, "¿serán acaso de la misma naturaleza?". Mientras tenía el collar en sus manos, sintió el relieve de la misma: una runa grabada con algún instrumento, de un vivo color rojo que solía brillar en momento bastante raros. Al momento de examinarla, cayó en un profundo cansancio donde se empezó a reproducir algunos recuerdos en su memoria: una voz de un hombre, el sonido del mar de fondo y un cálido sentir en sus manos.

"Ten esto..." sonó en la cabeza del viajero con una voz grave, "Guárdalo y nunca lo sueltes. No permitas que nadie más te arrebate aquello que añoras con toda tu vida...". Con un movimiento brusco, La Mano volvió de su sueño despierto. Se percató que se trataban de memorias que intentaba omitir de su vida; pero sin resultado alguno, estos le seguían a todas partes. Volteó a todos lados para encontrar a su caballo caminando sin rumbo fijo más que siempre al frente.

Era hora del anochecer, el Sol se ocultaba entre las colinas pintando unos elegantes colores naranja y gris en el cielo acompañado de unas cuantas nubes que eran dirigidas por el viento. El forastero, decidió entonces descansar en aquella pradera; ya era suficiente acción por un solo día. Encontró unos cuantos troncos caídos, traídos de los bosques por las fuertes lluvias y derrotados por la fuerza de un rayo donde amarró su caballo y se dispuso a alistar todo para su noche. Las hierbas secas del lugar sirvieron de yesca para poder prender una fogata donde se estableció para pasar la noche.

A pocas horas de que se ocultase el Sol, la Luna salía de brillar con todo su esplendor. El cielo despejado hacía parecer que era su noche de protagonismo acompañada de los sonidos de los animales y las hojas al bailar al son del viento. A su vez, las llamas se ondulaban al son de las ligeras brisas mientras el sonido de la madera quemándose confortaba al cansado viajero.

Hipnotizado por las brasas, la mirada de aquel hombre yacía firme sobre el fuego. En su mente, recreaba algunas imágenes perdidas de su memoria: Lograba escuchar las risas de los niños, las gaviotas revoloteando e incluso una que otra cara conocida. Sin embargo, entre más atención le dedicaba, las memorias se volvían más turbias: Las risas se convertían en gritos, se escuchaba el rugir de los cañones e incluso podía ver la muerte de aquellas personas que consideraba cercanas a él. Inconscientemente, La Mano comenzó a llorar. Unas pocas lágrimas se fugaban de sus ojos y recorrían su mejilla, mas el hombre no retiró la mirada del fuego.

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