IV: El temor de un hombre que no tiene nada que perder

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Pasando de una llanura sola y hermosa, en donde su vegetación adornaba las planicies y los vientos del continente acondicionaban el ambiente, se empezó a recubrir de bosques y montañas tierra adentro. Los pasajes se volvían oscuros y tenebrosos mientras, a su vez, se espesaba el aire. La Mano no se percató de una niebla que los acechaba desde debajo de la cintura; un entorno más pesado y lúgubre, los árboles perdían sus formas convencionales dando una impresión de suspenso al ser iluminados por tenues velas fatuas.

—Debimos de haberlos perdido —comentó Rahjul sin volver a ver a sus espaldas —, podemos pelear aquí.

—Ese es un riesgo que no estoy dispuesto a tomar, Rahjul —respondió Sihn que, con un rápido movimiento, volteó a ver a su nuevo acompañante. No estaba sudando, ni parecía asustado. Se sorprendió de la determinación que aquel hombre reflejaba en sus ojos.

Camino adentro, llegaron a los pantanos, un lugar donde la luz del Sol no alcanzaba en la mañana y criaturas de la noche reinaban en las tinieblas. Al andar sobre un puente que se mantenía sobre el espeso manto gris, se lograban observan más llamas de un vivo color plateado que señalaban el camino a una zona oculta de los ojos mortales.

—Bienvenido al cementerio del sur de Nuuk —dijo Sihn mientras disminuía su paso. En aquel poblado, los no-muertos rondaban en los alrededores. No se lograban ver estructuras aparte de algunos mausoleos, lápidas y algunas hogueras. A pesar de que el sentimiento de la muerte abrazaba a cada paso que La Mano daba en aquel lugar, el olor era tranquilizante. Los inciensos encendidos en las catacumbas y el fragor del fuego de las antorchas desplegaban un sentimiento de luto y de descanso para las almas. —Rahjul, —dijo Sihn —, prepara a los nuestros. —Rahjul asintió con la cabeza y desapareció entre la niebla.

—Me cuesta creer que ustedes son los únicos aquí —dijo La Mano.

Sonriendo, Sihn contestó: —Ya no pertenecemos a ustedes, los vivos. A nosotros los muertos, —se oían piedras y las tumbas de la tierra sacudirse —, se nos enterró junto a sus recuerdos. —Cientos de seres humanoides salieron de la tierra, desmembrados, esqueléticos y con miradas iluminadas por fuegos del mismísimo infierno. Armados, daban la impresión de ser enemigos formidables. El viajero quedó anonadado. Todo aquello que las leyendas contaban, lo tenía frente a sus ojos. —Que no te atemorice lo que estás viendo, —dijo Sihn —, no son valientes hombres, mucho menos guerreros. Al igual que cualquier facción de este continente luchamos por nuestra paz —recitaba el no-muerto mientras caminaban por lo que parecía la plaza —. Supongo que has escuchado las leyendas sobre nosotros, ¿o me equivoco? 

—Solo algunos relatos de aventureros y comerciantes encontrando cadáveres riendo o caminando entre los vivos, pero lejos de eso, no se conoce mucho de ustedes —respondió La Mano.

—Bien —replicó Sihn volteándose con una ligera sonrisa —, no es nuestro objetivo ser el centro de atención. Ahora bien, —expresó —, necesito saber de algo que posees...

Antes de que pudiera preguntarle a su huésped, Rahjul se acercó y dijo: —Estamos listos, Sihn. El no-muerto, asintió con la cabeza y se dirigió al centro de la plaza del lugar. 

—Supongo que nuestra conversación deberá esperar —expresó a La Mano.

En la plaza, se erigía una fuente. No movilizaba agua por sus daños a través del tiempo, pero igual se mantenía imponente, magnifica. En el centro de su estructura, se encontraba tallado un emblema: Una calavera atravesada por una daga. Trepándola, Sihn se dispuso al frente de la población del lugar.

—Supongo que algunos ya conocen porqué están reunidos acá, —la multitud volteó a ver a Sihn sobre la fuente —, pero evitemos la desinformación en su totalidad. Como bien saben, los Dusar están tomando tierras de los continentes y aún no conocemos la razón del porqué de su actuar, pero podríamos deducir que es por una búsqueda de poder como la de cualquier otro tirano.

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