XXXII: Desesperación

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(Nota del autor: Las comillas < " > van a referirse a pensamientos o voces internas. El texto seguido al guion < — > se referirá al diálogo de los personajes. )

Cole observaba a sus alrededores puesto que nunca había salido a esos terrenos del territorio Riolar; siempre se le había designado cuidar los alrededores, nunca de los caminos que llevaban a las ciudades Ardus. La nieve disminuía, pero el frío se mantenía a una temperatura parecida y la fauna a su alrededor era muy distinta a la que estaba acostumbrado a ver. Les miraba extrañado por su falta de desarrollo social con respecto a su interacción con las personas y la mayor parte del tiempo huían al verle acercarse.

"Vamos sin rumbo", comenzó una de las voces en la cabeza de Trish, "Vamos al norte, ¿qué no escuchaste?", "¿Al norte? ¿Para qué?", "Exploración, idiota...", "No necesariamente", las voces discutían entre sí aturdiendo a la asesina. Había intentado hablar con ellas tiempo atrás sin ningún resultado. Mas había aprendido a ignorar la mayor parte del tiempo. Sin embargo, esta vez, se sentía agobiada y desesperada. Poco a poco perdía el sentido del oído del mundo exterior.

Su dolor le hacía llevar sus manos a la cabeza para tapar sus orejas, inhibiendo el ruido a sus alrededores. Cerró sus ojos con fuerza para poder aguantar los gritos: "¡No volveremos! ¡Estamos perdidos!", "¡Ella desea ser libre!", "¡Es solo una niña malcriada!", "¡Insensata!", "¡No iba a lograr nada encerrada en el cementerio!". Lejos del conflicto verbal, un grito ensordecido intentaba romper el bloqueo auditivo:

—Trish... ¡Trish! —Gritaba La Mano intentando llamar la atención de la mujer. Los respiros fuertes calmaron las voces por un momento y los ojos sorprendidos y estresados voltearon a ver al Demonio. —¿Estás bien? —Preguntó.

"Que molesto", "¿Qué derecho tiene un extranjero en hablar?", "¡Es porque la están molestando!", "Está estorbando", "¡Debe de estar harta de escucharlos!", poco a poco las voces incrementaron el volumen de sus palabras.

—¡Ya cállense! —gritó Trish desesperada. La Mano y Cole se voltearon a ver confundidos. La mujer comenzaba a llorar de la desesperación; sus ojos saltados asemejaban a un loco. Apretó con fuerza las riendas de su caballo.

"Vete", suspiró una de las voces y sin pensarlo dos veces, Trish galopó hacía adentro del bosque. El viajero seguía sin la menor idea de qué era lo que sucedía. Dispuesto a seguirla, montó su caballo, pero Cole le detuvo. Con un ademán le indicó que iría a por ella.

—Procuren no meterse en problemas. —Dijo La Mano. Asintiendo, Cole entró a los pasadizos de flora tras Trish. Mientras tanto, a la lejanía, sobre un lejano risco, una figura observaba con detenimiento. Incapaz de entender lo que se decían, se dirigió rumbo a la vía de escape de la asesina.

—Espero que sepas lo que haces... —Susurró al viento.

El corcel de Trish corría a lo que sus poderosas patas fueran capaces atravesando a gran velocidad los pasillos escudados por los grandes sabios verdes de los violentos vientos nevados de la montaña. El viento frío abofeteaba la cara de la mujer incesantemente, pero para ella ese era el menos de los problemas.

"Ahora corre como una cobarde", "¿Quién dijo que los Ardus eran iguales a nosotros?", "¡Sihn confía en ella!", "¡Sihn no tiene potestad aquí!", las voces retumbaban en su cabeza. Llorando y adolorida, Trish gritaba de la aflicción mientras Cole, siguiéndole de cerca, saltaba entre las copas de los árboles siguiendo los alaridos de la asesina; no obstante, le era difícil seguirle el paso. La fuerza de una bestia como esa, añadida al desconocimiento del terreno, le dificultaba continuar con cierta proximidad. Los animales cercanos huían ante los extraños sonidos.

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