XXVI: El plan sin estrategia

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— ¿Cuánto falta, Cole? —preguntaba Trish mientras sus gritos se perdían entre la tormenta de nieve. Cole señaló al frente una entrada entre dos picos de las montañas; un estrecho paso natural.

Esa mañana, al despertar, los tres agentes fueron asediados por una violenta tempestad nevada. Los inexpertos forasteros apenas podían seguir el ritmo de Cole, que, sin ningún problema, podía andar sin perderse en la misma.

La Mano apenas podía guardar un poco de su calor y mientras miraba a Trish sufrir por el viento huracanado, volteaba a ver al joven guerrero. "Es casi inhumano el aguante de ese niño. ¿Cómo...? Y lejos de su resistencia al frío, no pareciera tener problema con sus heridas. A menos que lo esté ocultando."

— Tramas algo, ¿verdad? —preguntaba Trish. La Mano redirigía su atención a la mujer.

— La verdad, no. Terminemos con esto. Después puedo continuar y tú regresar con tu hermana. —Trish se paralizó por un momento, digiriendo la respuesta, luego continuó el paso.

Las despiadadas corrientes de polvo blanco les imposibilitaban el poder maniobrar a través de la zona. Los barrancos eran difíciles de delimitar y la nieve fresca ocultaba las grietas que dirigían a cavernas naturales. Incluso con la experiencia de Cole, era complicado. Aprovecharon el angosto paso cubierto por dos enormes piedras que juntas creaban un pasadizo que les resguardaría.

— ¿Qué... tan lejos... estamos...? —preguntaba Trish entre jadeos debido al esfuerzo físico. Cole se adelantó y al llegar al extremo del pasadizo, apuntó a la entrada de una mina custodiada por Dusar del Ragan. La entrada se encontraba a menos de unos cinco minutos de donde se ocultaban y las linternas de su ubicación apenas se podían distinguir a la lejanía. La Mano se acercó a observar.

— Estamos cerca, solo a unos cuantos pasos más.

— Ok, entendido... —respondía la mujer mientras tomaba asiento. —Y, ¿cuál es el plan? ¿Esperamos que cese la tormenta? ¿Atacamos por sorpresa? ¿Hay alguna otra entrada?

— Deja que el niño de las nieves nos guíe.

— Te recuerdo que comandé un escuadrón por mucho tiempo... —contestaba Trish ante la provocación de La Mano.

— Pues te recuerdo donde terminó tu equipo estrella. —contestó el forastero de manera sarcástica.

— Estos son soldados del Ragan, solo son hombres con delirios de supremacía por llevar un sable. Aquí ambos hemos derrotado grupos entrenados, solos. Y a pesar de no conocer el historial de combate de Cole, después de la paliza que te dio, supongo que es incluso más competente que tú. —Cole se acercó y se arrodilló en la nieve.

— ¿Entonces? ¿Cuál es el plan? —preguntó el viajero. Cole comenzó a dibujar en la nieve blanca. Las flechas y las letras indicaban como él atacaría al frente, por la entrada.

— Perfecto, tomas la delantera y vamos por los flancos —comentaba Trish, emocionada. La Mano se ajustaba el guante mientras veía el dibujo. Sin embargo, los nombres de los foráneos se dirigían hacia una dirección apartada de la mina. Extrañados, miraron desconcertados. Al final del trazo, escribía: Duilan.

— ¿Qué significa esto? —preguntaba el demonio. Cole se ponía en pie y alistaba su equipamiento.

— Quiere que sigamos el camino... —respondió Trish en voz baja. La Mano se volteaba hacía Cole.

— Bosgar nos ordenó limpiar la mina y rescatar al resto de los Riolarz... Además, si nos fuéramos, tu jefe tiene nuestras pertenencias... —Cole, cortó un pequeño pedazo de retazo de su bufanda y se la entregó a Trish.

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