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-No bebas- me dice Ryan una y otra vez.

-Ryan, no pasará nada, voy con las chicas- le digo mientras los dos estamos en la cocina de casa.

-Por eso mismo y con más razón- ruedo los ojos y río.

He pasado la tarde con él. Realmente me despeja mucho, necesito menos tiempo a solas y más con mis amigos, así pienso menos en las cosas y bueno... consigo despejarme de mi ajetreada y pesada vida íntima. Cuándo él se marcha, por primera vez desde que he llegado a casa, subo a mi cuarto con la mochila colgada de un hombro, pero esta se me cae de la extrañeza al abrir la puerta y encontrarme con ese precioso oso de pelo blanco encima de mi cama y la ventana abierta. ¿Acaso Blake se dejó el oso aquí anoche y yo no lo había visto? No recuerdo haberlo colocado encima de la cama al hacerlo.  Me acerco a este y descubro que tiene una tarjeta. Me pongo de rodillas frente a este y la sostengo entre mis manos. No tiene remitente. Leo la tarjeta.

Ups, qué despitado soy, me he olvidado el oso aquí, qué cabeza la mía.

La miro son acabar de comprender de qué va este chico. No estoy segura de si me tengo que tomar esto como una indirecta o no, o simplemente lo hace para animarme por que cree que estoy depresiva perdida por mi ¿ruptura? con Joyce por que, bueno, él y yo somos amigos. Lo único que sé, es que no puedo evitar que una enorme sonrisa de idiota decore mi cara ahora mismo. Paso mi mano por el gran oso y es casi más suave de lo que me lo imaginaba. Lo estrecho contra mi y me pierdo en mis pensamientos. Me saco una fotografía con el oso y se lo envío a Em.

 Me tiro, sin exagerar, como dos horas hablando con ella, hacía mucho que no sabía nada de ella, y realmente necesito confesarme con honestidad con alguien, y, esa, sin duda alguna, es Emily. Cae la noche, y sin saber demasiado bien porqué, me inquieto. ¿Volverá esta noche? Me ducho mientras tengo esos pensamientos en mi cabeza. Hoy pienso optar por algo más normal: unas mayas negras y la camiseta de Bob Esponja, supongo que estará bien, los pantalones de ese pijama me quedan horrendos. Recojo mi pelo en un moño desarreglado y me dispongo a empezar a hacer la tarea. Estoy tan metida en esta que ni si quiera presto atención al teléfono pese a la incesante vibración, alguien me está enviando mensajes. Lo agarro y justo cuando estoy a punto de descubrir el remitente alguien entra por la puerta.

-Cucu, ¿se puede?- la cabeza de Callum asoma. ¡Está aquí!

-¡Callum!- bramo pegando un bote de la silla hacia él, me coje en volandas y ríe mientras le abrazo.

Hacía como dos meses que no le veía, una eternidad. Realmente le he hechado de menos. Hecho de menos a muchas cosas últimamente, pero sobre todo a él, a mi hermano mayor por excelencia.

-¿Qué haces aquí?- pregunto emocionada.

-He venido a verte, ¿estás contenta?- asiento frenéticamente y vuelvo a abrazarle, ya en el suelo, él solo ríe. Qué gusto verle.

-Vamos abajo, la cena está lista- me avisa y asiento mientras bajo con él.

Bajo abajo y descubro el típico ajetreo de siempre. Así es mi casa, y así es como lo quiero. Solo falta Edvard para estar todos. Lástima que no vaya a venir por mi cumpleaños, justamente quedan dos semanas.

Ceno entre risas con todos y todo parece volver a la normalidad. Dyanne ha venido con Callum, charlo largo y tendido con ella. Le he comentado que no sé que ponerme cuando salga de fiesta con las chicas y ella me propone una tarde de compras mañana por la tarde, cosa que yo acepto encantada. Miro de reojo a mi madre que no me quita la vista de encima: parece contenta. Me mira feliz, supongo, que finalmente me he acabado convirtiendo en aquello que ella quería: una chica normal.

Me marcho de nuevo al cuarto y me estremezco nada más cerrar la puerta. Un viento helador se cuela por la ventana, me acerco a cerrarla cuando de pronto me pongo a pensar, ¿yo he abierto al ventana? Niego efusivamente, definitivamente yo no lo he hecho, por lo que, lo único que puede estar pasando es que...

-¡Bú!- y si, pego un grito tan sumamente poco normal en mi y tan afeminado que parece sacado de una película de la Barbie, ¿desde cuándo mis cuerdas vocales dan para tanto? Oh, sí, desde que Blake aprendió a colarse en mi habitación cada noche.

Mi corazón está tan acelerado que creo que se me va a salir del pecho. Respiro con dificultad y miro su sonrisa burlona. Estoy a punto de ponerme a recriminarle cuando oigo la voz de mi padre.

-¡Iris!- aporrea la puerta con fuerza. Oh, oh, de nuevo, vuelvo a estar en problemas.

Seis hermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora