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Lo que ha restado de tarde la he pasado encerrada ¿En mi cuarto? Para nada, en el baño. Es el único lugar dónde nadie molesta.

El abuelo Crash, me contó un día, la historia de la primera vez que lloró. Fue cuando estaba alistado en el ejército. No cuando se fue, sino cuando le arrebataron todas las fotografías y objetos que le recordaban a su família. Ahí fue cuando lloró, cuando le habían arrebatado la única compañía que le quedaba. Y exactamente era así como yo me sentía. Estaban a punto de arrebatarme mi compañía diaria, mis amigos, mi vida.

No quise escuchar demasiadas cosas que me explicó mi madre. Al parecer, tuvo una fuerte discusión sobre esto, papá se negaba rotundamente, pero mi madre y sus armas de convicción le hicieron cambiar de idea: estaba decidido. Me iba a Inglaterra. No más Cave Creek. No más peleas matinales por el baño. No más guerras de comida. No más olor a calcetines providente de la habitación de los gemelos. No más Callum ni Dwice, ni Edvard, ni Gus ni Folrence ni Harvey. No más nada. Se acabó.

Mi madre había decidido emplear una considerable suma de dinero en enviarme al internado Oxford Downtown durante lo que quedaba de curso, que era mucho. El sábado por la mañana salía el vuelo hacia el Reino Unido, iría mis padres y Edvard, que tiene la universidad en Oxford, bastante cerca de dónde está ubicado mi nuevo instituto.

Pican a la puerta y no contesto.

-Iris- oigo la voz de Callum -Sal, por favor- me ruega. Me abrazo fuerte a Versace mientras las lágrimas caen por mis ojos.
-No- digo en un murmullo.
-Mamá ha echo pastel de mantequilla, tu favorito- dice él al otro lado de la puerta.
-Callum, vete- le ruego.
-No- dice serio -O me abres, o llamaré a Ence para que se tire contra la puerta y la haga trizas, tu decides- suspiro y me limpio la cara.

Empapo mi cara con agua y la seco con una toalla. Se me nota que he estado llorando, pero tal vez, Callum lo deje pasar. Acciono el pestillo y me encuentro con Callum que sostiene un plato con un trozo de mi pastel favorito y una media sonrisa ladeada.

-Vamos a tu cuarto, pequeñaja- y me conduce hacia él, seguidos por Versace.

Me encierro en este y observo el pastel. Mi apetito se ha cerrado por completo.

-Ya se que no hay mucho que pueda decir ahora, pero, no te escondas para llorar, no es nada malo- habla él. Agacho mi cabeza.
-Sí lo es- hablo con la vista clavada en la colcha de mi cama -Demuestra que eres débil- oigo una carcajada sonora.
-Es lo típico que respondería Ence, o cualquiera de nosotros- me agarra el mentón y me obliga a mirarlo -No seas como nosotros, llorar no es de débiles, es de personas con sentimientos- me abraza y realmente lo agradezco.
-Esto va a ser tan duro para ti como para nosotros, pero somos tus hermanos, estamos aquí para todo, y te queremos- dice él.

Me aprieto contra mi hermano mayor y lloro en silencio mojando su camisa.

El día pasa y al llegar al instituto al día siguiente, doy la fatídica noticia. Todos se sorprenden y me apoyan en este nuevo "comienzo" pero eso es exactamente lo que no quiero, comenzar de nuevo. La mañana pasa entre risas con mi gente haciéndome olvidar todo lo que me espera al llegar esta tarde de viernes a casa. María dice lo mucho que me va a echar de menos, y la comida con los chicos se hace un mundo, no quiero ni pensar lo que voy a hacer sin ellos.

Hago el camino lento hasta casa. Me tomo mi tiempo, y me paro en el bosque un par de veces. Este que tantas veces he paseado. Nunca me paré a pensar que iba a llegar el día en el que tuviese que decirle adiós forzadamente. Debo seguir y prepararlo todo en casa, me queda una larga tarde de guardar cosas y empaquetarlas.

Cuando llego a casa, mamá y sorprendentemente papá están en casa. Ambos me miran expectantes, subo directamente sin decir nada mientras Versace me pisa los talones. Me deshago de los viejos vaqueros que llevo puesto, son extremadamente viejos y feos, pero cómodos. Y esa es mi filosofía: si vas cómoda, da igual el resto. Es por eso que mi madre siempre se ha quejado de mi vestimenta poco femenina.

Mi padre y mi madre me hablan sobre varías cosas, pero no les hago demasiado caso. Prácticamente me han echado de casa, y no lo puedo soportar.

Seis hermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora