*Narra Diana Verónica*
Siempre le tuve miedo a la confrontación, y es que el hecho de que un hombre alzara la voz era motivo para guardar silencio como mujer, todos hacen los mismos gestos: abren más los ojos e incluso pareciese como si los tuviesen enrojecidos, se acercan más a ti invadiendo tu espacio personal, y uno queda arrinconado tratando de suavizar la situación, ¿Porqué es así? No sé al menos a mí se me había inculcado siempre así.
Acompañé a Ana a la puerta, se veía con paso firme, admirada como se veía en una pieza no se dejaba achicar por nada ni nadie, se despidió cordialmente de mis padres a la distancia, y yo la seguía lo más rápido que me lo permitía mi condición, cada paso cada agitación eran motivados en disculparme necesitaba pedirle perdón necesitaba saber que ella estaba bien después de aquel percance, saber que...nosotras estábamos bien.
-Ana.- grité de nuevo abriendo la puerta que hacía unos instantes habia cerrado ella.
-¿Qué?.- se volteó visiblemente molesta mientras lamía sus labios y pasaba la mano por su cabello pero con fuerza.
-Yo...- tragué saliva
-Perdóname.- se acercó a mi poniendo sus manos en sus caderas para después tomar mi mano.- No es tu culpa no tengo porque hablarte así
-Tu no tienes porque disculparte, yo tampoco debería pero a nombre de mi esposo te ofrezco una disculpa, y de mi parte perdón por haber permitido que te hablara así, y por haberte puesto en esa situación esto si hubiera evitado si yo...- comencé a titubear y a mirar el suelo.
-Hey.- me interrumpió ella con una sonrisa.- para tranquila.- volvió a decir mientras con su otra mano alzaba mi mentón con cuidado.- Tu solo preocúpate porque esta etapa de tu vida sea la más linda ¿Si?, ¿Me prometes que estarás bien, y que cuando me vaya te cuidarás?.
-Si.- dije con un suspiro pues claramente no esperaba tal reacción de su parte.
-Diana métete.- dijo desde la puerta Mario, pero no me giré a mirarle, Ana solo desvío un poco la mirada para verlo, pero su mano seguía en mi rostro y nuestras manos fusionadas.
-Creo que es mejor que entres, al parecer ya he ocasionado muchos problemas.- dijo soltando una risa para romper la tensión del momento.
-Diana.- volvió a gritar MarioUna parte de mi no quería regresar una parte de mi quería irse con ella a dónde fuese, tenía una mala corazonada si la dejaba ir, tenía sus ojos clavados en mi con una sonrisa, bajando lentamente su mano, sentía como puñaladas por la espalda los ojos de Mario, y aún así no tenía la capacidad para moverme más que mi mano reaccionando como si fuese un estímulo ante la adrenalina que hacía que apretara fuerte la mano de Ana.
-Diana hija ¿Está todo bien?.- salió mi madre preocupada también.
Me alejé lentamente soltando su mano pero sin quitarle la mirada de encima, uno...dos..tres pasos en dirección a mi casa, solo eso aguanté para girarme y notar que ella observaba que yo entrara, retrocedí esos pasos y me lancé a envolverla con mis brazos, sin importar apretar un poco mi panza, puse mis brazos alrededor de su cuello y ella las mantuvo en mi espalda, dejé salir un suspiro y por fin la dejé.
Durante la noche Mario me estuvo cuestionando y decidí acabar con aquellas cosas que no eran mentiras solo detalles omitidos, no había razón aparente que los justificara pero quedamos en que cada que saliera con ella aunque fuese al espontáneo le avisaría no importaba el dónde o a qué hora regresaba solo que iría con ella, a lo cual acepté.
Pero las semanas pasaron y me sentía más agotada, ya casi no caminaba y la espalda me mataba, decía que por las noches no podía dormir por mi espalda pero era que hacía días no sabía de ella, ni una llamada ningún recado, y era lo único que le preguntaba a Mario siempre al llegar “¿La has visto, te ha dicho algo?", Siempre la negativa, y cuando llamaba el teléfono sonaba ocupado o descolgado.
Me levanté temprano un día, decidí preparar galletas, se las llevaría como pretexto para verla, además que tenía cita con el ginecólogo y ella siempre me acompañaba a todas las citas.
Eso haría no me importó mi dolor, preparé la masa, y con cuidado las metí al horno, me di un baño en lo que se hacían y me arreglé, puse las galletas en un plato, olían bien, receta de mi abuela cuando pequeña, incluso me quemé un poco el dedo al pasarlas a un plato, les puse aluminio y me dispuse a buscarla en su casa, sí su casa...Mario no estaba trabajando con ella porque eran tipo vacaciones, así que ella debía estar allí, o la esperaría el tiempo necesario; tomé la ruta que correspondía, la gente me cedía su asiento al verme embarazada todo muy cordial, yo iba feliz, con una sonrisa de oreja a oreja.