Capítulo 6

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Christopher no le había mentido al decirle que estarían solos en el palacio, a excepción de los que ya trabajaban allí. Estaba todo en absoluto silencio e incluso sus pasos hacían eco, algo que le causaba gracia, porque si así era con solo caminar, ¿cómo sería al hablar? ¿Retumbarían sus voces en las paredes?

—Dijiste que querías hablar de ella, ¿no? —la voz de Christopher la devuelve a la realidad y deja de inventarse escenarios en su mente.

—Si, creo que es el momento de hablar un par de cosas con seriedad —carraspeó.

—Ven, te llevo hasta mi habitación para que podamos conversar allí sin ser interrumpidos por nadie, es uno de los pocos lugares de este palacio en donde tengo privacidad... Bueno, a veces ni eso.

—Si, ya me habló Miriam de tu privacidad —intentó burlarse.

—Déjalo, cariño, sabes que no puedes reírte por saber la talla de mis condones —le sonrió con diversión—, todo lo contrario.

—Es difícil de creer, los príncipes que tenéis la cara bonita deberíais de tener la polla pequeña.

El príncipe se carcajeó ante su lógica. ¿Estaba aplicando la ley de que no se podía tener todo en la vida? Porque no era aplicable para él. Era guapo, tenía centímetros suficientes. Un dos por uno mejor que el del Carrefour.

—No haré ninguna propuesta indecente, cuando quieras comprobarlo solamente dímelo y ya —se encogió de hombros con desinterés y se dejó caer en la enorme cama que tenía en su dormitorio—. ¿Qué es exactamente lo que tienes que decirme?

La pelinegra sacudió su cabeza para alejar ahora los pensamientos sucios que incluían al príncipe, no debería de estar pensando en sus centímetros ni nada por el estilo, tenía mejores cosas en las que mantener su mente ocupada.

—Alexia —la nombró—, sé que no tengo derecho a opinar sobre su vida porque soy una extraña que se acaba de aparecer...

—Eres su madre —interrumpió—, ya hemos hablado este tema.

—Lo sé, lo sé... Pero tú vas a convertirte pronto en rey —suspiró—. ¿Que va a pasar?

—¿A qué te refieres?

—Van a sacar toda tu mierda, Chris, van a darte por todos lados hasta que vean una reacción de tu parte. Los medios quieren atención, los republicanos buscan destrozar. ¿Qué pasará cuando se sepa lo de nuestra hija?

—No tienes que preocuparte de eso —habló y le lanzó una mirada tranquilizadora—. Lo tengo todo bajo control.

Sofía interpretó su mirada al instante. La preocupación se volvió irá de un segundo a otro. Christopher lo notó y no tardó en levantarse.

—¡Eres un hijo de puta!

—Relájate, por favor.

—¡Vas a usar a nuestra hija como una maldita estrategia para ganártelos a todos!

—Eso no es exactamente así —se llevó las manos a la cabeza para desordenar su cabello—. Vuelve a la realidad, Sofiita, es tan hija mía como tuya... Y por mucho que te joda, ser hija mía la convierte en heredera al trono una vez que yo me retire del poder. Cuando se nace no se puede elegir quien ser ni a qué familia pertenecer, es cosa del destino y por muy caprichoso que este sea no se puede cambiar. Lo siento si es una decepción para ti, después negar tus raíces e independizarte poniéndote en el bando contrario, ahora tienes una hija con un príncipe. De verdad que lo siento.

—Estás dando por supuesto que ella quiere esto... ¿Y si no es así? ¿Y si quiere ser peluquera, profesora, cirujana? ¡Yo que sé! —exclamó paseándose por la habitación sin mirarlo a la cara. Se temía que eso pasaría, de hecho estaba más que segura de que sería el final de la historia—. No le estás dando opción.

—¡A mi nadie me dio opción! ¡Nadie me la está dando! —Le hizo saber, con agobio—. Me han criado con unas ideas, siguiendo un reglamentario propio de un rey. Toda mi vida tuve claro que terminaría así. A nadie le importó si me gustaban las ciencias, la música o las letras. No todo aquí es oro, cosas caras, coronas y posados familiares. No. Esto es peor que una puta dictadura, hazme caso.

Calló. ¿Que iba a saber ella si en cuanto tuvo la oportunidad se alejó de todo aquello? Él no tuvo la misma suerte, claro. Sus padres ya estaban en depresión por la pérdida de Miriam, lo que menos necesitaban era un lamento más por la rebeldía de su hijo. Así que no hizo nada, se limitó a ser el hijo perfecto que todos esperaban que fuera, aunque eso no le gustase.

—Lo siento —murmuró por lo bajo cuando escuchó el golpeteo en la puerta, indicando que alguien estaba ahí fuera esperando para ser atendido.

—Descuida, estoy acostumbrado a que la gente suponga cosas sobre mí —rio con ironía antes de acercarse a la puerta para abrirla. Tenía que probarse el traje antes de la noche y eso es lo que le tocaba hacer en esos momentos.

Dio por finalizada la conversación con Sofía y tomó eso como la excusa perfecta para no seguir con el incómodo tema que los atormentaba. Si, quizá debió de comentarlo con ella antes de tomar la decisión de implicar a su hija en ello, pero no tuvo la oportunidad y estaba acostumbrado a hacer las cosas solo cuando se trataba de ella.

—El traje le queda bien, su majestad —opinó uno de los modistas—. Incluso mejor que la última vez que se lo probó.

—Supongo que no está mal —habló mirándose al espejo—. Gracias, podéis retiraros, ya me encargo yo.

Asintieron e hicieron caso a sus palabras sin poner ni un pero ni recriminar. Estaban acostumbrados a servir. Sofía se cruzó de brazos, ella no sería capaz de seguir una orden con tanta facilidad pero en ese momento hizo también el ademán de salir, él necesitaba privacidad.

—No, a ti no te he pedido que te fueras.

—Pero...

—No, sin peros, quédate —pidió. Quizá esas órdenes si podía cumplirlas con más facilidad, en su boca sonaban bien y no tenía problema en seguirlas.

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