Capítulo 7

443 35 1
                                    


La gente había empezado a llegar al palacio hacía un rato, los reyes dieron una agrádenle bienvenida a todos los invitados y agradecieron por su presencia. Sofía observaba desde una esquina, con su impecable mono, su cabello intacto y una copa del caro champán en la mano. No quería aparecer con el futuro rey de la mano, no necesitaba que tuvieran más que hablar, conocía su estrategia sin que este le hablase de ella y le hervía la sangre al no poder hacer nada.

—Sabía que vendrías —La voz de Miriam, su mejor amiga, hizo que mirara en su dirección. Estaba preciosa, como de costumbre, con el cabello arreglado y ese vestido que no parecía digno de ella—. Ni una palabra, mi madre insistió en que me lo pusiera.

—Estás haciendo honor a tu título, ¿no? —Se burló, ganándose una mueca por parte de la española. Miriam había aprendido a llevar el tema con humor y más si quienes hacían los comentarios eran personas cercanas a ella.

—Ni me lo recuerdes, creo que hasta vamos a tener que hacer un posado familiar... ¿A ti te parece normal? —infla sus mejillas, indignada—. ¡Ni siquiera puedo negarme!

—¿Ya se está quejando? —El ojiverde llegó y abrazó por detrás a Miriam—. Es muy común en ella, con un par de besitos se soluciona.

A Sofía le es inevitable reír. Hacían buena pareja e incluso se veían adorables. No pasó desapercibido el gesto que hizo él sobre el vientre de su amiga.

—¿Ya habéis pensado en algún nombre? —Se atrevió a preguntar la pelinegra.

—Si es una niña se llamará Chloe y si es un niño se llamará Mael.

Las siguientes preguntas flotan entorno al mismo tema: el embarazo de Miriam. Todo va bien, todo es felicidad y rositas. El momento se ve interrumpido cuando se hace el silencio en el palacio, todas las miradas estaban puestas en las escaleras por donde bajaba el futuro rey con Alexia de la mano. La niña llevaba un vestido azul clarito y en su pelo llevaba una diadema de este mismo color. Miraba a su alrededor con esa sonrisa inocente que tienen los más pequeños, mientras que a ella todos la miraban con sorpresa.

Sofía se lo veía venir, pero aún así no supo cuándo la copa le cayó de las manos. Ese momento estaba pasando, ya no solo era algo temido por ella, se estaba volviendo realidad.

—Buenas noches, damas y caballeros —saludó en cuanto terminó de bajar las escaleras—. Como muchos sabrán, mi nombre es Christopher y soy el futuro rey de este país, Dinamarca. Estamos en una monarquía hereditaria, a día de hoy mi padre es el rey, en poco tiempo lo seré yo... Así que me gustaría presentar a la futura reina de Dinamarca. En algún momento le tocará a mi hija Alexia gobernar el país desde este palacio, creo que va siendo hora de que se hagan la idea.

La carga en sus brazos para tenerla a su misma altura y busca la mirada de Sofía entre todos los invitados. Al encontrarla le sonreí, Alexia mira en su misma dirección y le es inevitable alzar su mano y saludarla.

—Ni los que estamos arriba somos perfectos, cometemos errores como cualquier ciudadano más —alza sus cejas—. Hace años hice un viaje a escondidas de mis padres, era un jovencito insensato como la mayoría. Ser príncipe no es significado de responsabilidad. Bebí como cualquier otro, bailé como todos y terminé con una chica que quizá la realeza era lo menos importante para ella —resume con buenas palabras que a todos le agradan—. Es mi más bonito error, mi más preciada responsabilidad y desde hace años mi mayor secreto. Ni siquiera mis padres sabían que eran abuelos, ¡sorpresa! Me aterraba confesarles semejante cosa, si son así de correctos con el país nadie quiere imaginarse como son con sus hijos.

El discurso no finaliza ahí. El príncipe tiene facilidad de palabra y tira de ese hilo para enganchar a las personas. Todos caen, víctimas de lo bonito que sonaba, se ponían en su lugar y comprendían a la perfección por todo lo que había pasado. Tenía la ciega confianza de todos en sus manos. Si con tan solo media hora podía conseguir eso, ¿que podría hacer reinando durante años?

—Has estado brutal —Lo felicitó su hermana cuando él se acercó a saludar—. Ya tienes la comprensión de todo un país.

Sofía no hace caso a su conversación, sus ojos están fijos en su hija, que se encontraba hablando con sus abuelos paternos como si los conociera de toda la vida.

—Si me disculpáis —Se excusa con ellos y camina en su dirección, pero un cuerpo se interpone entre ella y su objetivo—. ¿Qué crees que haces?

—¿Qué crees que haces tú? —tomó su brazo para alejarla de allí—. No le has quitado los ojos de encima desde que bajaron, tienes que disimular un poco porque eres demasiado obvia. La gente va a hablar muchísimo de esto el día de mañana, si no quieres verte involucrada te aconsejo que te vayas haciendo a la idea: eres una simple invitada más, no la madre de la princesa.

Si primo tenía razón, pero no era tan fácil aparentar algo que no quería ser. Disimuló una sonrisa y subió las escaleras como si conociera el palacio como la palma de su mano... Casi. Ya había estado antes allí y ya lo había recorrido junto a Miriam, pero no sabía con exactitud cuáles eran las habitaciones porque para su desgracia eran demasiadas. Terminó entrando en la biblioteca, caminó hasta el escritorio y apartó el álbum familiar, este vez no estaba tan desnudo pues encima de este había también un tablero de ajedrez. Se sentó en la silla y abrió el primer cajón, todo papeleo sin importancia, el segundo estaba cerrado con llave así que no le quedó más remedio que abrir el tercero. ¡Bingo! Una pequeña caja de color marrón guardaba allí todas las piezas del juego del ajedrez.

—No sabía que te gustaba jugar —La voz del príncipe desde la puerta le obliga a alzar la mirada. Camina con paso tranquilo hasta el escritorio y abre por sí mismo la caja para después tomar la primera pieza en sus dedos: La reina—. ¿Te apetece echar una partida?

Colocó la figura en su correspondiente lugar y miró a la pelinegra alzando una ceja.

—Soy buena —advirtió—, vas a perder.

—Ya veremos —sonrió de lado.

El juego real Donde viven las historias. Descúbrelo ahora