Capítulo 22

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—¿Has estado hablando con Alicia? —interrogó en cuanto vio a la recién nombrada salir del palacio.

—Eso parece.

Alzó una ceja ante su respuesta con ese tono que solía emplear siempre que tenía algún problema. Las cosas entre ellos estaban más que bien, ¿no? Al menos la anterior noche había quedado todo en sonrisitas y palabras bonitas. ¿Por qué de repente su estado anímico había cambiado tanto? ¿Había sido por no encontrarlo a su lado esa mañana? Para quítate de dudas prefirió aclararle ese tema.

—Alexia los domingos tiene clases de guitarra.

—¿De guitarra? –alzó sus cejas sorprendida—. Me imaginaba algo más elegante por parte de la realeza... Quizá que tocara el arpa, el piano, el violín...

—Es lo que le mandan a todos —arrugó su nariz—, pero ella quería tocar la guitarra, no otro instrumento.

—Eres un buen padre —admitió en voz alta, haciendo que él sonriese de inmediato. Había halagos que le gustaban, pero sin duda ese era su favorito. Ser un buen príncipe y futuro rey estaba bien, ser guapo también, ser simpático pues también lo compraba, pero ser un buen padre era lo que deseaba oír hoy, mañana y siempre. Porque su hija lo era todo para él, más que todo Dinamarca—. ¿Y tú qué instrumento sabes tocar, eh?

—Sabe tocar los huevos y poco más —murmuró Miriam entrando a la cocina—. Tengo hambre, ¿habéis dejado algo para mi?

—Sofía y Alicia han preparado el desayuno, así que...

—¿Y Alicia? —repitió—. ¿Que hace ella otra vez por aquí?

—Vino a disculparse, relájate —dijo la pelinegra haciendo un gesto con la mano para restarle importancia—. No es tan mala persona, ¿sabes?

—No dije que fuera mala persona —señaló.

—Ya, pero...

—¿Es que acaso tú crees que es mala persona?

—¿Qué? ¡No intentes darle la vuelta a la conversación! —chilló, señalándola con su dedo índice de manera amenazadora.

—A ver... A mi no me cae bien —admitió ella—. Hay algo que no me transmite confianza, pero oye, ¿quien soy yo para juzgar a nadie?

Sofía en otro momento habría estado de acuerdo con lo que su amiga le contaba, pero justo en ese instante se sintió mal. Solo hablaban sin saber. Alicia había dejado muy claro que no estaba interesada en él y que lo que había hecho era única y exclusivamente por el dinero que el rey depositó en su cuenta bancaria. Además, ¿quien rechazaría ser reina de un país? Tenía la vida solucionada si conquistaba a ese hombre.

—Bueno, ya basta, menos hablar de quien no merece la pena y más comer —volvió a hablar Miriam, esta vez sirviéndose para empezar a comer—. Mi chico vendrá más tarde, si es que os lo estáis preguntando.

—¿Ha salido?

—No, no... Estaba hablando con Leonor por teléfono, ya sabes, la hermana, la que iba a ser reina de España y se fugó con la princesa de Grecia por amor —especificó, aunque todos allí ya sabían de quien se trataba, nunca estaba mal recordar.

—Bien, supongo que eso está bien —el príncipe miró a su hermana y después a la pelinegra, dibujando una sonrisa en los labios—. ¿Todavía quieres saber que toco?

—Ya se lo he dicho yo —respondió Miriam con la boca llena.

—¡Miriam! —recriminó su hermano mirándolo con mala cara.

—¡Lo siento!

Sofía soltó una risa por lo bajo, sabía de sobra las malas costumbres de su mejor amiga, sobre todo esas que no encajaban con la realeza ni por asomo. Asintió en dirección a él y se dejó guiar por el palacio, hasta una de las habitaciones más alejadas, una a la que nunca se había acercado. Abrió las puertas para dejarle pasar primero, ella sonrió ampliamente al ver a su alrededor. La gran ventana dejaba entrar la luz del día, que daba directamente en el elegante y caro piano que allí había. El suelo estaba cubierto por una gran alfombra de color blanco y negro, los colores de las teclas del piano... Y los colores de las piezas del ajedrez. Nada en su vida parecía ser coincidencia.

—¿Me tocas algo?

—¿Cómo? —cuestionó al notar la doble intención del mensaje.

Sus mejillas se sonrojaron, a pesar de que no tenía la más mínima vergüenza con él, sabía que ese comentario había sonado fatal si le dabas dos vueltas. Lo había malinterpretado, estaba claro.

—Me refería al piano... Si podrías tocarme alguna canción —aclaró.

—Desde luego, ¿tienes alguna favorita?

—No, creo que no —caminó hacia el instrumento para tomar las partituras y leer el título de estas—. ¿Fantasía Oriental?

—¿La composición de Balákirev? —rió entre dientes—. ¿No había una más difícil o que?

—Tal vez es mi favorita —burló— y quiero escuchar como la tocas. Anda, sé que tus dedos son ágiles en otras cosas, vamos a ver qué tan buenos son sobre las teclas del piano.

Aceptó el reto en cuanto se sentó y posicionó sus dedos sobre las primeras teclas, se fijó en la partitura y repasó en su mente la melodía antes de empezar a tocar con fluidez, dejándose llevar por la emoción que le producía la música, olvidándose de la complejidad de la composición y centrándose en impresionar a la chica que lo observaba.

Sofía mordió su labio inferior y se sentó a su lado, como hacían en todas las películas de romance. Pero ella no podía continuar la pieza con él, porque no sabía la canción ni tocar el piano. Fue entonces cuando él le tomó las manos para incitarla a tocar, compartieron una breve mirada antes de que sus ojos volvieran a fijarse en las teclas para así seguir tocando la canción.

Quizá en alguna película eso hubiera sido una escena de relleno para que durase más tiempo, pero para ella acababa de ser un momento mágico que no podría describir con palabras. La música nunca había sido su punto fuerte, cuando era pequeña la habían obligado a tocar el violín y terminó rompiéndole las cuerdas tres días después de empezar, ser artista no era su punto fuerte. Pero allí, con él usando sus manos para tocar, la música parecía de lo más bonito del mundo.

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