Capítulo 11

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Sofía no durmió demasiado esa noche, había tenido el polvo de su vida y con el hombre que no debería, hermano de su mejor amiga, padre de su hija y futuro rey de Dinamarca, lo tenía todo. Por eso al sentir que el sol empezaba a salir, cuando eran las siete de la mañana, se sintió aliviada. Estaba harta de dar vueltas y vueltas en la cama sin sentirse cómoda con ninguna posición, de cerrar los ojos cuando estes le exigían mantenerse abiertos, de torturar su mente con escenarios que no deberían de reproducirse tantas veces allí. Se levantó e hizo la cama, aún sabiendo que le pagaban a los empleados del palacio para que la hicieran y que probablemente al verla así la deshicieran para lavar las sabanas y ponerle unas nuevas, era lo más lógico.

—Buenos días —se dijo a sí misma en el espejo antes de entrar al baño para darse una ducha, mientras se limpiaba el cabello con el champú de vainilla escuchó la puerta de la habitación abrirse pero no le dio demasiada importancia, seguramente eran las señoras que allí trabajaban.

Se tomó su tiempo en ducharse y al salir envolvió su cuerpo en la toalla de color blanco que estaba perfectamente doblada en la estantería, después tomó la misma que era un poco más pequeña y la usó para envolver su pelo de mala manera. Salió con cuidado, no quería encontrarse a nadie allí, por suerte no lo hizo. Encima de la cama había una caja que suponía lo que contenía. Al abrirla pudo confirmar que efectivamente era ropa nueva que alguien había mandado comprar para ella, se lo tendría que agradecer más tarde.

Una vez vestida y con el pelo seco, decidió bajar. Todavía no controlaba del todo el palacio y temía perderse por el camino, para su suerte se encontró a su mejor amiga bajando las escaleras.

—¡Miriam! Gracias por encargarte de la ropa...

—¿Encargarme de la ropa? —alzó sus cejas mirándola llena de confusión—. No entiendo.

La sonrisa de Sofía se borró al instante, había cometido un pequeñito error y se estaba delatando solita. Antes de que pudiera soltar alguna mentira, el culpable de su confusión bajó también las escaleras y le dio los buenos días.

—Sabía que te quedaría genial —sonrió tras darle una rápida mirada, la pelinegra dejó de prestar atención, no le interesaba lo que le estuviera diciendo a Miriam después de eso.

Esta no tardó en comprender la situación y miró a su hermano con mala cara, le gustaba la pareja que hacían, pero no quería ver a su mejor amiga sufriendo después por amor, sin importar que este fuera su hermano.

—Vamos a desayunar todos juntos, no tardéis demasiado —avisó él antes de seguir caminando hasta el comedor.

—Sofía...

—No voy a dar explicaciones de nada, sólo surgió y... No voy a decir que me arrepiento, porque te estaría mintiendo, tu hermano me hizo pasar un rato agradable anoche —resumió, pasando una de sus manos por su cabello—. Solo diversión, Miriam, solo diversión.

—Yo también me acosté con un príncipe, te recuerdo, estos hijos de puta sin más encantadores de lo que nosotras pensamos.

—Ya lo sé, tu principito renunció al trono por ti sabiendo que se encargaría de este su hermana, él no puede hacer lo mismo —le guiñó un ojo con diversión—. No debes de preocuparte, sé dónde me meto.

Lo sabía. Claro que lo sabía. Al igual que intentaba convencerse a sí misma de que lo que sentía por él solo era atracción sexual, además de aprecio por ser el padre de su hija. Era una increíble persona, más allá de la realeza.

En el desayuno estaban el rey y la reina del país, Miriam, su novio de mirada verde encantadora, el futuro rey de Dinamarca y una joven que Sofía no conocía pero que creía haber visto la noche anterior. Llevaba un elegante vestido que bien podría ser sacado del armario de doña Letizia, el hijo de esta pensó exactamente lo mismo nada más verla.

—Sofía, querida, ella es Alicia —la presentó la reina, dándole una sonrisa ladeada.

—Prometida de Christopher —agregó esta, mirándola bajo sus largas pestañas.

Intentó ocultar la sorpresa, al igual que el recién nombrado que no tardó en mirar en su dirección dispuesto a reclamar.

—No todavía, no te apresures —intervino de nuevo la reina, única y exclusivamente para que su hijo no dijese nada al respecto.

—Ni todavía ni nada, no quiero ser irrespetuoso pero todos aquí sabemos que Alicia y yo no tenemos futuro como pareja.

—A nadie le interesa que tengáis futuro como pareja, debéis de ser buenos reyes para el país, ese es el futuro que tenéis que tener —aclaró el padre, mirándolo con seriedad.

—Ya se ve que para ti el país es más importante que la felicidad de tu hijo —habló este, levantándose de su asiento y dejando la servilleta sobre la mesa—. Con permiso, si me disculpan me retiro antes de que empecemos a hablar mal de verdad, lo siento por todos... Que aproveche.

Sus ojos buscaron los de Sofía, que le sostuvo la mirada escasos segundos y después la desvió a otro lado. Él dejó escapar un suspiro y salió cerrando la puerta tras su cuerpo, Alicia no tardó en levantarse también para poder seguirlo. La pelinegra apretó uno de sus puños sobre su regazo, viéndola irse, ¿que iba a decirle ella más qué tratar de convencerlo con que el rey tenía razón? Nada, allí las cosas funcionaban por conveniencia. Sofía, que sabía de sobra como era la realeza, solo quería escupirle al rey en la cara y levantarse para ir a decirle al príncipe que no le importase una mierda lo que él pudiera opinar.

¿Pero que iba a hacer?

Comer en silencio, sumida en sus pensamientos, mientras escuchaba a Miriam hablar sobre su embarazo y a sus padres preguntándole cosas sobre este.

—¿Dónde estaba el baño? —preguntó en voz baja a su mejor amiga cuando su novio tomó la palabra en la conversación, esta sonrió con diversión y en lugar de decirle donde estaba el baño le indicó cómo llegar a la habitación de su hermano.

Sofía asintió convencida y se levantó murmurando unas disculpas antes de salir del comedor, subió las escaleras con calma y se dirigió a la puerta que Miriam le había indicado, lo que no se esperaba era que la abrir se encontrara a Christopher recostado en la cama y a Alicia subiéndose a horcajadas. Cerró la puerta al instante, maldiciéndose al pensar que se había equivocado y caminó hasta la siguiente puerta, antes de que pudiera abrirla ya estaba el príncipe saliendo de la habitación y buscándola con la mirada.

—¡Sofía, espera!

—¡No vi nada! —aclaró, evitando su mirada para no hacerlo más incómodo.

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