Había llegado el fin de semana, Alexia estaba aburrida en casa, al parecer la idea de ir al colegio era algo divertido. No todo era estudiar, también tenía sus momentos de diversión con sus amigos, en especial con aquel de ojos azules que la seguía a todas partes.
—¿No puedo invitar a Peter a casa? —preguntó jugando con sus dedos encima de su regazo, mirando la enorme pantalla de la televisión en donde se reproducía aquella película que su padre le había puesto. Este al escucharla abrió los ojos sorprendido, ¿en qué momento su hija pasaba a hablar de otros niños como si fuera lo más normal del mundo?
—¿Crees que voy a dejar que ese mocoso venga al palacio y ande por aquí como Pedro por su casa? Pues no, señorita. A ese chico ya tendrás tiempo de verlo en clases —se cruzó de brazos con indignación—. Sofía, dile que nada de novios y demás.
—¿Quien habló de novios? —alzó ella sus cejas—. Deja a la niña socializar que está en edad de hacerlo, seguro que tú a su edad tenías a muchos amigos.
—No, me caían todos mal.
—Tú eres un caso especial —puso los ojos en blanco con fingida molestia y después miró a su hija como si no acabara de tener esa conversación con su padre—. No le hagas caso, si quieres la semana que viene puedes invitarlo.
—Menuda traidora, se supone que estamos en el mismo equipo —farfulló por lo bajo.
La menor sonrió de oreja a oreja, mientras un malévolo pensamiento se le cruzaba por la cabeza. Sus padres ya eran pareja oficial, no perdía nada intentando decirle lo que tanto ansiaba. ¿Qué es lo peor que podía ocurrir? ¿Que le dieran un no? Imposible, su padre la consentía en absolutamente todo y jamás le negaría algo a esa carita cuando lo miraba con ojitos brillantes.
—Me aburro —anunció—. ¿Sabéis como estaría menos aburrida?
—A ver con qué ocurrencia nos sale ahora...
—Si tuviera un hermano —sonrió mostrando sus dientes—. Quiero un hermano.
—Jesús, María y José —la pelinegra se echó a reír, no por la gracia sino por los nervios. ¿Cómo se le respondía eso a una hija?
Él, sin embargo, parpadeaba confuso mientras clavaba la mirada en las dos chicas que estaban sentadas en el sofá. Incrédulo. ¿Su hija acababa de decirle que quería un hermano? ¿Tenía que explicarle de dónde venían los bebés para que se fuera haciendo una idea? ¿Por qué Sofía se reía sin más?
—Bueno... Puedes ir escribiéndole la carta a la cigüeña y...
—No, papá —negó con su cabeza—. Ya sé que la cigüeña no trae a los bebés, no intentes engañarme con eso —lo apuntó con su dedo índice mientras entrecerraba los ojos, queriendo verse amenazante—. Estamos estudiando en conocimiento del medio la fecundación. Solo tienes que darle tus espermatozoides a mamá para que lleguen a su óvulo y se fecunde. No seas egoísta y dale tus espermatozoides, por fa.
Las mejillas del futuro rey estaban más que enrojecidas. Quizá al profesor de conocimiento del medio se le olvidó mencionar un par de detalles sobre la fecundación. ¿Que era eso de darle sus espermatozoides? No es como si fuera un regalo de cumpleaños o de Navidad, había más cosas en ese proceso.
—No le voy a dar mis... Carajo, olvídate del tema —sacudió su mano en el aire.
—¿No me los vas a dar? —lo molestó la pelinegra.
—Sofiita, por favor...
—¡Mamá también quiere! —chilló ella alzando sus pequeños brazos para captar la atención de los dos.
No eran los únicos solos en ese momento, el rey acababa de llegar junto a dos de los guardias reales, uno a cada lado de su cuerpo, y miró en su dirección nada más escuchar a la niña chillar. La curiosidad fue más grande y caminó hasta allí.
—¿Que es lo que quiere tu madre?
—Los espermatozoides de papá.
—¿Los qué? —el rey alzó sus cejas mirando a su hijo, cuestionándose la educación que le estaba dando a su hija.
Fue turno de Sofía para que sus mejillas se encendieran. Si su suegro ya tenía una mala imagen de ella ahora la tendría peor todavía.
—¿Qué...? No, claro que no, yo no...
—Ha sido un malentendido —la interrumpió Christopher—. Alexia está aprendiendo mucho en ese colegio privado al que tú la enviaste. Deja de mirarme como si no supiera criar a mi hija, por favor.
—Ya hablaremos —murmuró en su dirección y miró a la pelinegra—, contigo también.
—No, con ella no.
—Hijo, cálmate, solo vamos a hablar como cualquier suegro habla con su nuera.
—No tienes nada que hablar con ella.
—Es la madre de mi nieta y también la supuesta novia de mi hijo, ¿te parece que tenemos poco de que hablar?
—Quítale el "supuesta" —resopló—. Papá, soy adulto y sé cómo debo de responsabilizarme de todo. No te molestes siquiera en intentar darnos tus lecciones de vida.
—Hijo, no cuestiones lo que tu padre te dice —advirtió—. Ahora, si me lo permiten, iré a darme un baño que ha sido un día largo y mañana tengo un vine a Reino Unido. Alexia, corazón, ha sido un gusto venir a saludarte.
Ella le sonrió a su abuelo mientras se despedía con un gesto de manos. Sus padres no estaban tan alegres. Él refunfuñaba porque con el rey siempre pasaba lo mismo y ni siquiera él había sido capaz de llevarle la contraria. Ella se había quedado pálida, primero le decía que quería hablar y después soltaba el nombre de ese país como si nada, ¿acaso tenía algo que ver? Porque de ser así ya se estaba poniendo nerviosa. Confiaba en Christopher y en que no diría nada, pero no opinaba lo mismo de su padre, ese nombre tenía poder y no le importaba nada decir una cosa u otra.
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El juego real
FanfictionChristopher nunca se había llevado bien con la palabra "compromiso", algo que era esencial si quería ser el príncipe de Dinamarca. La responsabilidad no era su punto fuerte. Pero no le quedaba más remedio que hacer frente a todo, olvidarse de todo l...