Capítulo 23

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Sofía se negaba a levantar la mirada de las teclas porque sabía que se encontraría con la del futuro rey de Dinamarca. ¿Y que le diría ahora? ¿Un "te amo" era suficiente? Las películas no adiestraban a una para la escena completa y eso ahora le restaba pasando factura. Pero Sofía nunca había sido una persona fiel seguidora de hacer lo que mandaba en las películas, ella detestaba las tragedias románticas a más no poder, siempre las veía pero le encantaba criticar esto y también lo otro, no se iba a conformar con nada de lo que viera en una pantalla.

—Ahora podría subirte aquí y hacerte el amor de una manera para nada elegante —susurró él, inclinándose hasta que sus labios rozaron el lóbulo de su oreja.

—¿Eso quieres?

—¿Y tú? —cuestionó—. ¿Tú quieres?

—Yo lo estoy deseando —admitió.

Él no esperó a que dijese nada más, puso su mano en su nuca y tiró de ella para chocar sus labios. Se movían en perfecta sincronización, como si danzaran al ritmo de la canción que acababan de tocar ellos mismos. Quizá ese misma melodía seguía soñando en su mente y los incitaba a ello.

La ayudó a levantarse para después recortarla sobre el piano. Eran conscientes de que cualquiera podría abrir las puertas y encontrarlos en aquella situación, pero nadie pisaba aquella habitación a excepción de él. ¿Que interés iban a tener los demás de ir allí si no sabían tocar el piano?

—La puerta...

—No te preocupes por la puerta.

—No estamos en tu habitación.

—¿Y?

—¿Cómo que "y"? ¿No te preocupa que tu hermana pueda subir y venir hasta aquí... y vernos follando encima de un piano?

—Mi hermana ha estado más veces en mi habitación que aquí... No conozco la palabra privacidad —admitió soltando una risita.

—Que le jodan a la privacidad entonces —sonrió antes de besarlo una vez más. Esta vez las manos del príncipe viajaron por su cuerpo con la intención de quitarle la ropa, la pelinegra le ayudó con la acción hasta quedar completamente desnuda sintiendo el frío piano bajo su cuerpo. Sabía que la temperatura no tardaría en aumentar.

Él dejó caer el taburete al suelo mientras se acomodaba entre sus piernas, con sus labios pegados en su cuello y sus dedos recorriendo la piel de sus muslos. Llegó a su entrepierna y no dudó en acariciar su hinchado clítoris, haciéndola gemir su nombre al momento, después los deslizó por su humedad para adentrarlos en ella. Acarició su abertura, sintiendo sus piernas abrirse a su toque como una invitación. Cuando la sintió comenzar a temblar y su respiración se volvió irregular,
retrocedió y quité sus dedos de allí.

—Oye... —gimoteó en desacuerdo ante la ausencia de su dedos. Estaba necesitada de él en ese momento.

—Te daré algo mejor —prometió, bombeando su polla con su mano derecha una vez que se deshizo de sus prendas. Después se hundió en ella como si hubiera nacido para eso.

¿Reinar un país? ¿Que mierda era eso comparado con follarse a esa mujer? Su lugar era allí con ella, con sus cuerpos desnudos y unidos, con el sudor cayendo por su frente y los gemidos escapando de su boca.

La capacidad de satisfacer sus necesidades, el poder de hacerla débil. No se detuvo, sus uñas clavadas en sus hombros mientras se corría y retorcía de placer por el orgasmo, le incitaban a seguir empujando una y otra vez. Gritó y maldijo mientras le temblaban las piernas, con la espalda inclinada, golpeó el final por última vez, y estalló en lo profundo de ella. Se corrió, dejándolo inestable por unos segundos. Incluso su visión se nubló por unos momentos largos e intensos

—Dime que no acabamos de tener sexo sobre un piano... —pidió jadeante.

—Si te lo dijera te estaría mintiendo y ambos sabemos que yo no hago eso —acarició su cabello con una de sus manos y la miró con los ojitos brillantes mientras trataba de recuperar el aliento—. Te amo, Sofía.

—Y yo te amo a ti —respondió en apenas un susurro.

Volvieron a besarse, esta vez con calma, rozando apenas sus labios. Suave. Dulce. Delicado.

La puerta se abrió en aquel momento, haciéndolos jadear de sorpresa. Christopher fue rápido en cubrir el cuerpo de su amada con el suyo y miró sobre su hombro a la persona que acababa de entrar.

—Jesús —la señora se llevó las manos a la cabeza—. Venía a felicitarte porque había escuchado antes el piano y... Me alegraba de que volvieras a tocar como antes. No me esperaba para nada esta situación.

—Mamá... —él suspiró—. No has visto nada, ¿vale?

—No, no... Tú sigue tocando... O tocándola, como prefieras, yo ya estaba saliendo —murmuró antes de dar media vuelta y volver por donde había venido.

—Menuda imagen va a tener ahora de mi...

—Descuida, le diremos que hemos estado haciéndole un hermanito a Alexia.

—¡Oh, cállate! —puso sus manos en su pecho para empujar su cuerpo.

Él se carcajeó mientras recogía su ropa y se empezaba a vestir, después le ayudó a ella con lo mismo. Sin duda ahora tenían dos bonitos momentos encima de ese piano que no se olvidarían con facilidad.

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