Capítulo 8

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—¿Eres feliz ahora? —pregunta tras mover su alfil y comer el caballo de su contrincante.

—¿A qué te refieres, Sofiita? —interrogó sin despegar los ojos del tablero—. Esa pregunta puede ser muy profunda y tengo que saber si ponerme o no filosófico contigo.

La estrategia era buena, ella estaba atenta a comerle las piezas, pero él se estaba haciendo paso moviéndole todo el tablero para que dejase al rey solo.

—Digo, has soltado todo el peso con el que cargaste durante años, seguro que eso es un alivio.

—El alivio era mantenerlo en silencio, lo difícil viene ahora... —chasqueó su lengua contra su paladar.

—No lo hubieras soltado...

—Los secretos siempre se saben, tarde o temprano, así que prefiero decirlo yo a qué se enteren más personas y cobren una exclusiva —aclaró, alzó la mirada para establecer contacto visual con la pelinegra y sonrió de lado. Arrastró la reina por su tablero y la situó delante del rey—. Jaque mate, no se puede dejar a un rey solo.

Le guiñó un ojo y se levantó, alisó las invisibles arrugas de su camisa y dejó escapar un suspiro mientras salía de la biblioteca. Tenía una importante celebración en el palacio y perdía el tiempo jugando al ajedrez, típico. Madurar no era lo suyo, aunque pretendía hacerlo para que la gente no hablase de más. Andar con pies de plomo era su especialidad desde hacía bastante, podía aparentar muchas cosas pero en el fondo sólo él conocía su verdadero yo.

Sofía se quedó mirando las piezas durante un buen rato. Había captado la indirecta que acababa de lanzarle bien directa.

"No se puede dejar solo a un rey."

¿Y que estaba haciendo ella, ya no sólo en el juego sino también en la vida? Dejarlo solo, a su suerte, pues ella no quería saber nada de la monarquía.

Estaba siendo injusta, pero no quería volver a involucrarse en un mundo tan envuelto de mierda como ese, cuando lo dejó fue por algo. Prefería vivir siendo  una perfecta desconocida para el mundo, yendo a manifestaciones republicanas y criticando a la monarquía por Twitter, que tener que llevar la frustrada vida que llevaban los que pertenecían a esta. La vida que llevaba Christopher, la vida que también llevaba su primo, la vida que llevaba Leonor de España... Todos y cada uno de ellos, siguiendo órdenes de un superior, educados con un único fin, explotados. ¿Dónde quedaba la infancia de esos niños? No había visto la televisión más de dos días por semana. ¿Dónde quedaba su adolescencia? No le dejaban salir de fiestas, juntarse con gente que no perteneciera a su estatus. ¿Dónde quedaba su vida? Si tenían que vivir sujetos a algo que no querían, hasta para contraer matrimonio seguían esa estúpida ley que solo implicaba a los miembros de la realeza.

Se tomó su tiempo en volver a guardar las piezas y poner todo en su sitio. Quizá esa partida la había perdido ya pero faltaban muchas más por jugar.

Salió de la biblioteca y cerró la puerta de esta. Lo que no se esperaba era encontrarse en el pasillo a uno de los guardias tomando a Alexia de la mano, la niña iba muy entretenida contándole algo sobre una serie de dibujos animados que veía por las tardes y él la escuchaba con atención mientras la guiaba por el pasillo.

—¡Mamá! —chilló Alexia en cuanto sus ojos la vieron, se soltó con rapidez de la mano del guardia y corrió hasta ella. Él, al no conocerla, corrió tras la niña para impedírselo, era el encargado de su seguridad y no permitiría que se acercase de esa manera.

Pero Alexia no se detuvo hasta abrazar a Sofía, quien la recibió con un cálido abrazo y una sincera sonrisa dibujada en los labios.

—Señora le voy a pedir amablemente que suelte a la niña.

—¿Qué? Pero si no le estoy haciendo nada...

—No lo voy a repetir.

Alexia se dio cuenta del duro tono que estaba usando y se aferró a su madre con más fuerza.

—Señora, deme a la niña o las cosas se pondrán feas.

Antes de que pudiera decir palabra, la niña se rompió a llorar, su llanto no solo alertó a Sofía y al guardia, también a dos de los guardias que vigilaban la planta alta. Se acercaron con rapidez para ver que pasaba y no tardaron en separarlas.

—¿Qué diablos te crees que haces? —reclamó, forcejeando con el guardia que la sujetaba.

—¡Mamá! —el llanto de Alexia se volvió todavía mayor en los brazos del guardia que antes le seguía la conversación de manera amigable.

Sofía sudaba en frío, por segunda vez en su vida la estaban apartando de su hija y no podía hacer nada para evitarlo. Entendía que hacían eso por seguridad de la menor y más en un evento tan importante como el de esa noche. Lo que no entendía era por que Christopher no le había informado a los guardias de quien era.

Hablando del Rey de Roma... O mejor dicho, del de Dinamarca.

Se quedó parado después de subir las escaleras y miró en su dirección con confusión, la expresión cambio por completo en poco menos de dos segundos. Su hija llorando y la madre de esta a punto de también hacerlo.

—Soltadlas —ordenó con seriedad acercándose a ellos—. ¿Qué mierda ha pasado aquí?

—Su majestad... No sabíamos que ella era la madre de Alexia, pensábamos que solo era un paripé para llevársela o...

—¡Mentira! —Su hija sorbió su nariz y miró a su padre, todavía con las lágrimas deslizándose por sus mejillas—. Si que sabían, yo le dije "mamá" y no me hicieron caso.

Christopher la creyó, ¿a quien iba a creer más que a su hija? Se arrodilló para estar a su altura y limpió sus lágrimas con sus pulgares.

—¿Estás bien, princesa? —preguntó en un susurro, esta asintió con la cabeza de manera ligera, después miró a la pelinegra—. ¿Tú lo estás?

Imitó la acción de la pequeña.

Él suspiró mientras se ponía en pie, volviendo a su expresión seria y para nada agradable.

—Estáis despedidos, este tipo de errores no están permitidos al menos para mi.

—Pero, su majestad, si me lo permite... Llevo sirviendo a su padre veinte años y...

—Como si llevas cincuenta —interrumpió—. Estas no son formas de tratar a una niña y a una mujer. Y menos cuando se trata de la hija y la mujer de a quien sirves.

A Sofía lo que menos le llamó la atención fue su manera de referirse a ella, estaba disfrutando de las expresiones de los guardias al recibir su despido. No se puede decir lo mismo de Alexia, pues su rostro se iluminó al escuchar a su padre decir esas palabras.

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