Capítulo XXI, parte V

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Nathan no tardó en llegar a casa, cargado de café, varias botellas de buen whisky y un cartón de tabaco. También traía, por supuesto, el libro que James había estado leyendo desde la última vez que hablaran, apenas una hora antes y que, por lo que James intuía de las notitas que sobresalían entre sus páginas, había captado completamente la atención de su mejor amigo.

Y en efecto, no se equivocaba. Aquellas páginas vestidas de ficción habían resultado ser una guía de lo más esclarecedora. No era solo que James hubiera acertado con sus sospechas, es que aquel libro era toda una revelación. En sus páginas se contaban con escalofriante exactitud detalles que, muy sorprendentemente, cuadraban a la perfección con la investigación que él mismo estaba llevando a cabo. Detalles que tenían que ver con las víctimas de su lista negra, de un modo íntimo, casi irreal, pero que él reconocería en cualquier parte, pues había dedicado gran parte de su vida en indagar sobre ellos.

¿Cómo era posible que algo así no hubiera salido a la luz antes? ¿Cómo es que nadie había relacionado ya el libro y los sucesos de Grafham y Londres?

Llegó a casa con la cabeza llena de incertidumbre y malestar. La necesidad de analizar el libro, de ver su fin, de descubrir a la persona que incluso en un libro de ficción seguía atormentándoles, le infectó la voluntad y el raciocino. Por eso, seguramente, ni siquiera saludó a James cuando entró en casa. Se limitó a dejar en la mesa las cosas que había traído, se sirvió una copa de whisky y se sentó en el sofá con el libro sobre las piernas y un cuaderno apoyado en el reposabrazos.

—Buenas tardes, ¿eh?

—Ahora no, James. Esto es importante —contestó Nathan, en voz baja, mientras abría la novela por la última página marcada y buscaba el párrafo en el que había tenido que pararse—. ¿Lo has leído ya?

—Me queda un poco —admitió el militar y se acercó a él. Dudó un momento, pero después se inclinó sobre él y besó sus labios con suavidad. De inmediato sintió que Nathan se estremecía, así que alargó el beso solo por el placer de sentirle así un segundo más.

Al final, pensó, tendría que decírselo. Tendría que confesar que las cosas habían cambiado entre ellos y que en algún momento tendrían que enfrentarse a la verdad.

Pero aquel no era el momento, desde luego. Aunque si echaba la vista atrás tampoco era capaz de encontrar una oportunidad mejor.

—¿James? ¿Estás bien?

La pregunta le sorprendió, aunque quizá lo hizo más su tono compungido y repentinamente culpable.

Sonrió y sacudió la cabeza.

—Me alegro de verte, nada más. ¿Te molesta que te haya besado?

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —Nathan enrojeció bruscamente al escuchar el tono vehemente de su voz y se obligó a morderse la lengua. A cambio, le apartó como respuesta y trató de enfocar sus esfuerzos en la lectura del libro y no en el repentino y violento latir de su corazón.

—Bien, porque luego voy a volver a hacerlo. Así que hazte a la idea para que luego no te pille por sorpresa —se burló James y se acomodó a su lado, bajo la manta que había traído y con la que los tapó a ambos—. ¿Cuándo tenemos la entrevista? ¿Cuánto tiempo tenemos?

—Nos vamos en cuarenta minutos. Date prisa y sigue leyendo, tengo muchas cosas que hacer esta noche. —Sacó la mano del bolsillo y le tendió el teléfono a James—. Si llaman, dices que no estoy disponible. Me da igual quién sea, como si es la reina.

—¿Y eso no puedes hacerlo tú? Tienes dos manos que puedes utilizar perfectamente.

—Hablar de gilipolleces me distrae —resumió—. Y tengo algo gordo entre manos, así que necesito mi espacio.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora