Capítulo III, parte II

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—Nathan, ¿cómo estás?

La pregunta era, en apariencia, sencilla. Solo tenía que definir un estado puntual o describir una sensación pasajera, algo que siempre le había resultado fácil. Sin embargo descubrió, sentado en el suelo de la habitación de hotel que había alquilado, que era completamente incapaz de contestar a Michael, su psicólogo.

Habían pasado un par de horas desde que dejara a James en la puerta del hospital. El encuentro había sido tenso, lleno de una amargura enquistada a lo largo de los años y de un rencor absoluto. James no se había cortado a la hora de decirle lo mucho que le odiaba.

Porque le odiaba, de eso no cabía ningún tipo de duda.

—Doctor —murmuró, con los ojos cerrados—. Lo siento. Sé que no son horas, pero...

—No te preocupes. —La voz grave de Michael sonaba afable, como siempre que se dirigía a él. Resultaba agradable sentir ese ápice de amabilidad después de todo lo que había pasado, pero ni siquiera eso consiguió que se sintiera mejor—. Hacía mucho tiempo que no hablábamos. ¿Qué ocurre?

Nathan suspiró. Ni siquiera sabía por dónde empezar. Aun así se obligó a ordenar su línea de pensamiento para establecer un proceso coherente. Rememoró cada instante desde su llegada y solo entonces se atrevió a contestar:

—He vuelto a ver a James. —Hizo una pausa al sentir un pinchazo de dolor en el brazo izquierdo, y aunque sabía que este se debía al minúsculo agujero de la aguja al atravesar su piel se detuvo a comprobarlo. Al menos, pensó, ya no sangraba—. Su hermano se suicidó, así que su madre se puso en contacto conmigo para que viniera a despedirme. Se lo ha tomado peor de lo que creía.

—¿Peor? —Michael parpadeó, sorprendido, pues sabía que las especulaciones de Nathan acerca de ese tema siempre habían sido pésimas—. ¿Es eso posible?

—Por lo visto, sí. —Nathan suspiró profundamente y dejó caer la cabeza hacia atrás, hasta apoyarla en la cama en la que estaba apoyado. La heroína que se había chutado diez minutos atrás empezaba a hacer su trabajo, así que el dolor que sentía en el pecho desde que abandonara el hospital era ahora sordo y lejano, aunque perduraba y seguía latiendo—. Me odia. No... no se imagina cómo. Está firmemente convencido de que fui yo quien le jodió la vida. Incluso me ha acusado de matar a su hermano, aunque eso no tenga lógica ninguna. —Hizo una mueca al recordar la violenta discusión que habían tenido a la entrada del centro médico y aunque sabía que Michael no le veía, sonrió con tristeza—. Ni siquiera quiere que me acerque a su madre. Me ha amenazado de muerte, ¿sabe? James. Es... es todo una paradoja absurda.

Se hizo un silencio al otro lado de la línea, que apenas duró unos segundos.

—Vaya, sí que ha sido.... revelador el encuentro. ¿Cómo estás tú, después de todo esto?

Una sonrisa irónica se dibujó en los finos labios de Nathan. Quiso encogerse de hombros, pero se vio incapaz. La heroína tenía por costumbre tomarla con las acciones más básicas de su cuerpo: le dormía la mente y le inducía, poco a poco, a un agradable vacío en el que no existía nada. Ni siquiera movimiento.

Suspiró.

—¿Cómo voy a estar, Michael? Me ha pegado un puñetazo y me ha partido el labio. Me ha amenazado con una paliza si vuelvo al hospital. ¿Pretende, en serio, que le diga que estoy bien?

Otro silencio, esta vez más largo. Aun así, Nathan sabía que Michael solo estaba formándose una opinión al respecto. Él, como muchos otros idiotas, tardaba demasiado en sacar alguna conclusión.

—Ya veo. Si quieres mi humilde opinión... creo que es hora de pasar página.

—¿A qué se supone que se refiere? No voy a dejarlo estar. Sabe perfectamente que no voy a dejarlo estar —repitió, con más firmeza.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora