Capítulo VII, parte II

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Fue Nathan quien decidió salir de la consulta de Michael. Cogió el tabaco que tenía en el abrigo y se marchó sin mirar a ninguno de los que se quedaban allí.

Cuando salió cerró la puerta tras de sí y dejó escapar el aire que contenía desde hacía ni se sabe.

¿Había dicho que le echaba de menos? ¿James?

La idea en sí misma se le antojaba poco creíble. De hecho estaba seguro de que las probabilidades de que eso ocurrieran eran mínimas —alguna vez las había calculado—, pero al parecer se le olvidaba que el ser humano corriente no se regía por las mismas normas que él.

Así que allí estaba, apoyado contra una pared mientras fumaba para tranquilizarse, con la única persona que podía sacarle de quicio.

—¿Nathan?

La voz de Michael sonaba preocupada. Por alguna razón que no entendió del todo, su gesto se le antojó incómodamente paternal.

—¿Estás bien?

—Mentiría si le dijera que sí —murmuró él en contestación y suspiró—. Pero es lo que hay.

—Es una situación un poco violenta, es cierto. Pero creo que ambos tenéis potencial y arrojos para enfrentaros a la realidad. —Sonrió al decir esto y se sentó tranquilamente en uno de los sillones de la sala de espera—. Pero quiero que sepas algo: si quieres arreglar esto necesitas abrirte. Sé que te cuesta —insistió, sin levantar la voz—, sé que odias lo que tienes que contar. Pero sin esa explicación no llegaremos a ningún lado, y creo que sabes perfectamente que esta es una oportunidad que no sabemos si va a repetirse. Esfuérzate, nadie va a juzgarte.

—No creo que lo entienda. Y menos con lo nervioso que está.

—Nathan...

Michael se interrumpió cuando el móvil de Nathan comenzó a sonar. Este hizo un gesto para que guardara silencio y descolgó. La voz de Hank, el inspector de la policía con quien más trato tenía, lo saludó desde el otro lado de la línea.

La conversación apenas duró un minuto y medio, pero fue suficiente para que el gesto del político se ensombreciera un poco más.

—¿Ocurre algo? ¿Tienes que marcharte?

—No, me quedo aquí. Ha sido una llamada meramente informativa —contestó Nathan y apuró el cigarrillo que tenía entre los dedos, mientras se incorporaba—. ¿Cree que James ya estará en condiciones de escucharme?

—Dale dos minutos más, tenía el nivel de hostilidad muy alto.

—Entonces haré unas llamadas —musitó y desbloqueó la pantalla del móvil. Michael decidió marcharse en ese momento, así que apenas este se levantó pulsó la rellamada.

Una vez más, el diálogo fue corto, contundente y, en esos momentos, poco esclarecedor. Sin embargo, el mensaje estaba claro: el caso de George Dunn era un callejón sin salida y se acercaba el momento de suspender la búsqueda. Tras varios semanas de intensa búsqueda, la policía había retirado alguno de los equipos de búsqueda y los grupos de voluntarios se habían disuelto en gran medida. Sumado a ello, la prensa se había hecho eco de la tragedia de los Dunn, y ahora se barajaba la idea de recaudar fondos para no sé qué.

Suspiró.

Lo peor de todo aquello no era la carga de trabajo que iba a tener en unos días, si no todo lo que rodeaba el caso. No había ni una sola pista. Era como si se hubiera desvanecido en el aire. Lo que era, evidentemente, imposible.

—¿Nathan? —Michael se asomó desde el despacho y le hizo un gesto para que entrara—. Vamos, ya estamos listos.

Nathan tomó aire en profundidad y asintió. Sacó otro cigarrillo y lo encendió de vuelta al despacho, donde James lo esperaba de pie al otro lado de la sala. Parecía más tranquilo, sí, pero había una tensión abominable en su lenguaje corporal: brazos cruzados, mirada esquiva, el ligero tick que le hacía tocarse de cuando en cuando la nariz.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora