Capítulo XIV, parte II

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¡Hola!

Antes de nada, quiero disculparme con tod@s vosotr@s por haber tardado tanto en actualizar.  Lo cierto es que me fui de vacaciones y no había escrito nada hasta ahora :D

Pero ya estoy otra vez en casa, así que las actualizaciones volverán a ser regulares.  Muchas gracias a tod@s los que estáis leyendo y comentando la novela, ¡me hace muchísima ilusión leeros!

Ahora sí, os dejo con el capítulo :) 


Ángela se estremeció cuando escuchó a James vomitar con violencia. El reloj del salón marcaba ya las siete de la mañana, pero ella llevaba allí, apoyada contra la pared, desde cerca de las cinco. A esa hora James había pasado el punto de no retorno y había dejado que el alcohol le arrastrara en toda su magnitud.

Al menos, pensó, mientras se pasaba las manos por el pelo y lo arrastraba hacia atrás, no había ninguna otra sustancia en su cuerpo. Nada de drogas, ni siquiera un mísero porro. Solo ginebra, whisky, ron y lo que fuera que se le estuviera comiendo por dentro.

—Jim, ¿estás mejor? —preguntó, en cuanto el silencio se hizo notar—. ¿Puedo entrar?

La puerta del baño se abrió con brusquedad y dio paso a un James ojeroso y pálido, que se limpiaba los labios con el dorso de la mano. Su gesto era enfermizo y desagradable, pero había una determinación en el fondo de sus ojos que hizo que Ángela se incorporara para verle mejor.

—Creí que te habrías ido ya —murmuró él y aceptó la caricia de la joven con un quedo suspiro. Se sentía febril, inquieto y agotado, pese a que ninguna enfermedad había arraigado en él y solo arrastraba los efectos de una borrachera épica.

—¿Y dejarte así? ¿Estás de coña?

—¿Me ves con cara de estar bromeando?

Ángela frunció el ceño y siguió al militar hasta el salón de su casa, donde se dejó caer mientras se tapaba los ojos con el antebrazo. Ella se cruzó de brazos, repentinamente estremecida por la inquietud.

—Vale... a ver, ¿a qué hora entras a trabajar?

—Tengo guardia. Así que tranquila, no me van a pillar borracho. No soy tan tonto. Para esta noche se me habrá pasado la resaca.

Se hizo un silencio entre ambos, una quietud llena de expectación, tensa, que parecía a punto de quebrarse. Y así fue, pero esta se rompió con suavidad.

—¿Quieres que me quede contigo? ¿Quieres... hablar?

—Hablar... ¿de qué, Ángela? No creo que te guste nada de lo que tengo que decirte —musitó el hombre, con la voz tan apagada y triste que ella sintió que la piel se le erizaba de pánico.

—De lo que ha pasado en Londres. Porque digas lo que digas... no me creo que estés así por nada. Te fuiste estando bien y ahora... no hay más que verte.

James escogió ese momento para sonreír. Lo hizo sin darse cuenta, reflejando en la curvatura de sus labios el cansancio que llevaba sobre los hombros.

—Nunca he estado bien, cariño. Y tú lo sabes. No sé de qué te extrañas a estas alturas.

—Bueno... yo que sé —musitó la joven y se sentó a su lado. Sintió el calor que él desprendía y, por alguna razón que no comprendía, echó de menos acostarse con él y sentirle vivo a su alrededor. Apretó los dientes y alargó la mano derecha para acariciar con suavidad su empeine desnudo—. Creí de verdad que con la terapia habías mejorado —explicó, mientras contemplaba su perfil sumido en las sombras de la habitación y bebía de su expresión atormentada, con un anhelo que amenazaba con hacerle trizas el corazón. ¿Cuánto tiempo hacía que arrastraba esa sensación de abandono? ¿Y por qué tenía que darse cuenta precisamente cuando él la necesitaba?—. ¿Han vuelto las pesadillas?

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora