Capítulo XXVI, parte II

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Salir del hospital fue una odisea de gritos, burocracia, consejos desoídos y, por encima de todo, la legendaria tozudez de Nathan.

No hubo manera de pararlo. Ni las súplicas de James, ni las recomendaciones de Michael, ni siquiera el disgusto que le supuso ver a su suegra con la preocupación tatuada en su cara.

Nada le hizo cambiar de opinión.

Algo en su cabeza había hecho "click" y había dado pie a que su mente volviera a ponerse en marcha: de nuevo todos los datos y las preguntas sin respuesta volvían a atacarle, esta vez de una manera tan violenta que casi sentía todo aquella situación como algo personal.

Aunque, desde luego, hacía tiempo que encontrar al carnicero se había convertido en su única cruzada.

Llegaron a casa apenas una hora más tarde de que las noticias hablaran de la desaparición de una madre y su recién nacido. Nadie había pedido aún rescate alguno y, por supuesto, dada la histeria colectiva que reinaba en Londres, todos los medios ponían su punto de vista en el asesino en serie del momento. Ni siquiera se planteaban otras posibilidades, como si en aquella ciudad no ocurrieran más crímenes. Y eso... solo hacía que el miedo escalara un punto más, que Londres solo hablara de "el carnicero" y que, fuera quien fuera el que estaba provocando todo aquel terror, se asegurara un nuevo triunfo frente a ellos.

El apartamento que compartían les dio la bienvenida con el agradable olor a suelo limpio y con el silencio que siempre le caracterizaba. Todo allí estaba recogido e impoluto, como si nada hubiera pasado. Como si Nathan nunca hubiera salido de allí con las piernas por delante.

—Supongo que lo habéis limpiado todo, ¿no? —preguntó el hombre, nada más entrar, con un miedo irracional a entrar al dormitorio y encontrarse con las secuelas de su error.

—Tu asistente lo hizo. Yo no he pasado por aquí en ningún momento, Nath... fue Michael quien me trajo la ropa para que me cambiara.

El hombre asintió, se quitó la ropa con la que había llegado al hospital y la arrojó directamente a la lavadora. Después entró en la habitación, seguido de James y abrió la caja fuerte donde guardaba todos sus informes y su pc personal.

—Nath... ¿puedo preguntarte una cosa sin que te enfades?

—Si empiezas con esa premisa, no sé qué decirte, la verdad.

James suspiró, se apoyó en el quicio de la puerta y contempló a su novio con los ojos llenos de resignación.

—No... no guardas nada más, ¿verdad? Nada de...

—No —contestó él, antes de que el joven pronunciara la palabra "droga"—. La última vez que dije que iba a desintoxicarme tiramos todo, ¿recuerdas? Lo último que me metí lo compré esa misma noche. Así que no tienes nada que temer.

—Entonces no te importará que lo compruebe, ¿verdad?

Aquella pregunta hizo que Nathan entornara los ojos, dolido, aunque entendía su petición. Si él estuviera en su lugar, también lo habría hecho, sin importarle cuán ofendido pudiera sentirse.

—Adelante —siseó y cogió todos sus papeles para irse al salón, donde encendió el ordenador y empezó a leer los documentos que, poco a poco, le habían mandado sus colaboradores.

Había muchas cosas que leer. Muchas cosas que procesar. Infinitos datos que podían parecer absurdos, pero que Nathan atesoraba y unía con muchos otros. Y había tantos caminos que seguir... tantas respuestas ocultas en aquellos folios, que era imposible centrarse en un solo punto, aunque su investigación había tomado un rumbo que sólo él creía acertado.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora