Capítulo XIII, parte IV

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Pese a que la situación que vivía el pueblo de Grafham era del todo inusual, no fue el hecho de tener a la policía científica removiendo sus aguas lo que levantó ampollas en el corazón de su gente. La noticia de la desaparición de Sophie Ross, de once años, corría como por la pólvora por todas partes. Según la prensa y los datos oficiales, la pequeña había desaparecido de un parque cercano a su casa, situada en la zona norte de Londres. Evidentemente, las primeras pesquisas policiales hablaban de secuestro, aunque también habían mencionado una rama de pedofilia que se llevaba investigando varios meses.

Fuera como fuera, aquella nueva desaparición hizo que, tal y como temía Nathan, se propagaran una serie de rumores muy comprometidos que relacionaban la desaparición de Sophie con la de George Dunn, aunque estos ni siquiera se conocieran. Sin embargo... esa idea, en cierto modo, le incomodaba sobremanera, como una mosca que no le dejara en paz y le hacía repetirse una pregunta que le acosaba desde hacía años: ¿cómo podía alguien desaparecer sin dejar rastro? ¿Era eso posible?

—... Y no podemos drenarlo. Es demasiado volumen de agua.

La voz del jefe de buzos le sacó de su cavilación y le hizo volver en sí. Apartó la mirada de la televisión de la cafetería —donde ahora entrevistaban a Alice, madre de la niña desaparecida— y la fijó en su café, ya frío.

—Entonces, ¿qué solución proponéis? —James frunció el ceño y tamborileó la mesa con los dedos, nerviosamente—. Porque podéis hacer algo, ¿verdad?

—Mire, señor Taylor, usted no es quién para...

—Contéstele, señor Anderson. No está preguntando ninguna tontería.

El hombre le dedicó a Nathan una mirada airada, aunque se cuidó mucho de decirle algo que pudiera provocar una discusión. Se limitó a secarse la boca con una servilleta, que terminó arrugada junto a la taza de la que él bebía.

—La idea es hacer un estudio logístico del terreno para poder cuadrarlo y establecer en toda su superficie un mapa de cuadrantes —explicó—. Las mediciones que tenemos en los registros son muy inexactas actualmente, me temo. De hecho, puedo asegurar sin temor a equivocarme que la configuración orográfica del lago ha cambiado en los últimos dos años. Esto es algo que tenemos que tener en cuenta.

—¿Y cuánto tiempo va a durar eso?

La ansiedad que despedía James era tan tangible que casi resultaba desagradable. De hecho él también tuvo que notar que perdía los papeles, incapaz de controlar su agresivo lenguaje corporal, porque chasqueó la lengua y se obligó a echarse hacia atrás en el asiento, mientras tomaba aire profundamente.

—No podemos afirmarlo con exactitud, pero... un tiempo considerable. —El jefe de los buzos hizo una mueca al observar el ceño fruncido de Nathan, pero continuó explicando sus argumentos, que eran absolutamente sólidos—. Y ni siquiera así podemos asegurar que el trabajo se realice bien. No por nosotros —se apresuró a explicar—, pero tengan en cuenta en qué estación estamos. Las lluvias fuertes pueden remover el lecho del río, y eso supone que las corrientes cambien y la disposición de este... también. Es algo complicado.

—Sea complicado o no, es algo que hay que hacer —determinó Nathan con tranquilidad, mientras sacaba de su cartera un par de billetes y los dejaba sobre la mesa—. Estoy seguro de que usted comprende lo importante que es que encontremos los restos de esa pobre gente, ¿verdad?

—Sí, señor, por supuesto. Le puedo asegurar que mi equipo hará todo lo posible para llevarlo a cabo. Pero mantengo el tiempo estimado: la operación no tardará menos de tres meses.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora