Capítulo XII, parte II

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Aquella conversación mantuvo a Nathan inmerso en sus pensamientos durante, prácticamente, toda la reunión. Su mente, acostumbrada a trabajar siempre a máximo rendimiento, dividió su atención entre lo que decía el portavoz del comité olímpico y entre lo que sus recuerdos le susurraban interiormente.

Decir que estaba preocupado era quedarse corto. De hecho, sentía una necesidad absoluta por largarse de allí y sumergirse, como años atrás, en los recuerdos que mantenía acerca del asesinato cometido por Adam Brown. Su investigación, estancada hasta ese momento, permanecía oculta en una carpeta que guardaba en su casa, aunque su buena memoria le susurraba los detalles una y otra vez, incluyendo los más escabrosos.

¿Cómo era posible que se le hubiera pasado algo tan importante? ¿Algo que era, en su opinión, tan vital?

Un estremecimiento de pavor le recorrió de abajo arriba, erizando toda su piel de una manera muy desagradable. No es que temiera encontrarse con una realidad que ya esperaba desde niño, pero sí le daba un miedo atroz las consecuencias que traería descubrir que, posiblemente, tenía razón: Jeremy no había sido el único asesinado.

Ya lo había pensado cuando era un crío y cuando tuvo que dejar de hacer preguntas incómodas a la policía, y aunque el tiempo y la falta de pruebas había sosegado su inquietud, ahora ese nerviosismo atávico le mordía el corazón con una fuerza desmesurada.

¿Y si tenía razón?

¿Y si aquella era la pieza que faltaba en el puzzle?

¿Cómo iba a decírselo a James?

La angustia que le suponían aquellos pensamientos fueron mermando su energía a lo largo de todo el día. Discutió a mediodía con Delia, se encerró en su despacho pasadas las cuatro y salió de allí cuando ya era noche cerrada. Tras él dejó un montón de documentos ya cerrados: informes revisados, cartas contestadas, presupuestos aprobados. Prácticamente, pensó, mientras salía de la oficina arrebujado en su abrigo, todo lo que debería haber hecho a lo largo de esa misma semana. Mas, ¿cómo no iba a centrar sus esfuerzos en el asunto de Grafham? ¿Cómo ignorar esa desquiciante vocecita en su cabeza que no se callaba en ningún momento y que le decía que estaba a punto de encontrarse algo horrible?

Por eso mismo, ni siquiera esperó al día siguiente para centrarse en la nueva investigación: apenas llegó a casa abrió la caja fuerte y desparramó sobre la cama, con desesperación, todo lo que tenía acerca del caso. Y aunque los había leído miles de veces, volvió a repasar cada noticia, cada fragmento de conversación, cada interrogatorio. Cada detalle, por escabroso que este fuera, en busca de algo que se le hubiera pasado y que indicara que sus sospechas eran infundadas. Pero cuando llegó al informe de la autopsia de Jeremy Stand, sus ánimos se vinieron abajo: la precisión con la que había sido descuartizado era demasiado milimétrica, demasiado perfecta, como si el responsable de aquella carnicería hubiera sido un médico y no un simple albañil.

Por fuerza, pensó Nathan, arrodillado junto a su cama, ahogado por la presión de saber que no se equivocaba, aquel asesinato no había sido el único... mas si él último.

Agotado, el hombre se levantó y arrastró los pies hasta el armario donde guardaba la heroína. Preparó la dosis que necesitaba con manos temblorosas, se acomodó en el sofá y desnudó su brazo derecho, allí donde varias marcas recientes indicaban que su adicción estaba en un punto muy alto. Después ajustó la goma, preparó la vena abriendo y cerrando la mano, y clavó la aguja cerca de una de las heridas que parecía a punto de cerrarse.

Por último, apretó el émbolo y se dejó llevar por esa nada tan característica que le convertía en humano, en alguien simple, en alguien que podía permitirse un segundo para cerrar los ojos.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora