Capítulo XXVII, parte III

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—Coge un arma, nos va a hacer falta. —Nathan abrió su caja fuerte y rebuscó en el doble fondo de este hasta encontrar un arma reglamentaria de la policía. También sacó un cinturón para colgar apropiadamente el arma y se aseguró de taparla bien con la chaqueta del traje destrozado que llevaba—. Pero no el fusil, no podemos ser tan evidentes. ¡Vamos, James! —lo urgió, al ver que el soldado no parecía seguir la conversación. Su mirada seguía completamente pendiente de él, como si estuviera viendo una suerte de aparición fantasmal.

—¿Vas a explicarme en algún momento qué está pasando? —insistió el hombre, con un hilo de voz—. Te llevan detenido y apareces aquí sin más, sin avisar, sin dar una sola explicación, y con pintas de haberte pegado de ostias con medio mundo. Y por si fuera poco... joder, ¡¿cómo coño puedes estar tan tranquilo?! ¡¿Es qué no te das cuenta de la cantidad de mierda que tenemos encima?!

—Luego te lo explicaré —aseguró Nathan y se acercó a James para sujetarle suavemente de los hombros—. Confía en mí, todo saldrá bien. Pero ahora... tenemos que irnos, es importante.

James claudicó, como siempre hacía si su mejor amigo se lo pedía. Cargó la pistola que siempre guardaba en casa y tras vestirse, acompañó a Nathan al exterior. Dejó en casa a Delia y a Michael, que se habían limitado a despedirse de ellos con expresión preocupada, y bajó en el ascensor hasta el piso de abajo.

—Nath, la policía...

—Está de nuestro lado. No te preocupes —murmuró y salió del edificio sin que nadie le detuviera. Como si nada hubiera pasado. Como si no fueran ambos armados y con un objetivo a aniquila en mente.

Joder, no entendía nada de lo que estaba pasando. Y lo peor es que ni siquiera sabía si se iba a atrever a preguntar otra vez.

Un coche de la policía secreta los esperaba en la puerta. Era un coche sencillo, pero rápido y que pasaba desapercibido entre los demás. Justo lo que necesitaban en esos momentos, aparentemente, porque Nathan no dudó en meterse dentro.

—Necesito que guardes silencio —le informó, en cuanto James ocupó su espacio dentro del vehículo, tenso como una vela—. Tengo que hacer unas llamadas.

—¿Vas a explicarme en algún momento lo que está pasando? —lo ignoró, mientras el coche se ponía en marcha y se adentraba en las brillantes calles de la ciudad.

—Sí, claro. En cuanto confirme mis sospechas —murmuró Nathan en contestación y aceptó los guantes de látex que el conductor le ofrecía. Se los puso rápidamente y, mientras el policía activaba la radio, sacó de su bolsillo interior una bolsita de plástico con un teléfono móvil dentro—. Y ahora, cállate, es importante.

James bufó a modo de contestación, pero claudicó en cuanto su mejor amigo empezó a hacer llamadas desde su móvil: replicaba las últimas llamadas del teléfono misterioso, una por una, y colgaba en cuanto alguien contestaba, molesto, antes de volver a empezar.

Tardó diez minutos en dar con lo que estaba buscando.

—Jefe, aquí verde. ¿Está llamando ahora?

La voz metálica de otro hombre surgió desde la radio policial, e hizo que ambos hombres levantaran la cabeza al mismo tiempo. Una sonrisa frenética y muy poco disimulada se dibujó en labios de Nathan y a punto estuvo de saltar en el asiento.

—Sí. Voy a colgar —informó y cortó la llamada—. ¿He acertado?

—Sí, señor. Como siempre —rezongó la voz.

—Perfecto, estamos de camino al objetivo. Necesitaré que llaméis a forenses y a los criminólogos, algo me dice que vamos a tener mucho trabajo.

La radio se apagó a un gesto de Nathan, que se giró hacia James con una sonrisa ufana.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora