Capítulo IX, parte II

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El camino hasta casa de James fue una odisea. Si ya era difícil lidiar con el militar estando drogado, lo era aún más sin estarlo. Su humor era cambiante, desagradable e hiriente, como lo eran también sus formas y lo que decía.

Era Ángela quien había salido peor parada. Pese a que estaba acostumbrada a las intentonas de James de dejar la cocaína, era consciente de jamás había llegado tan lejos y sus reacciones ahora le daban pánico.

Nunca le había visto así, tan descompuesto, tan... ido. Pero, curiosamente, también le veía más sereno, más él. Más el chiquillo del que una vez se había enamorado y al que quería con absoluta devoción. Pero era tan doloroso verle así de roto...

—Deberías ir a descansar.

La voz de Nathan sacó a la joven de su ensimismamiento. Habían llegado a casa del soldado hacía diez minutos, los mismos que este llevaba encerrado en el baño, vomitando lo poco que había comido a lo largo de las horas.

—No creo que pueda —murmuró y se pasó las manos por la cara. El desgaste de estar todo el día lidiando con James le había pasado factura duramente, pues tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

—Tengo entendido que mañana trabajas. Vete a dormir —la animó—, yo me encargaré de que no haga ninguna tontería.

La joven miró a Nathan y esbozó una triste sonrisa.

—Gracias por venir —murmuró—. Sé que vuestra relación es complicada, pero... no sabía a quién acudir. James no puede seguir así. No puede, Nathan...

—Lo sé. Por eso estoy aquí. —Sacó un cigarro del bolsillo y se acomodó en el sofá del salón, mientras miraba el desastre que se extendía a su alrededor: paquetes de comida china a medio comer, latas de cerveza, ceniceros llenos, los cristales rotos de un vaso que en algún momento se había caído... los restos de cocaína que había sobre la mesa y que evidenciaban la costumbre de James de tirar de la droga cada vez que podía—. Saldrá de esta. Es más fuerte de lo que crees.

—No le conoces tan bien como piensas.

Nathan enarcó una ceja al escucharla y se obligó a tragarse la respuesta que tenía en la punta de la lengua. Lo hizo solo porque sabía que la joven era importante para James, pero él sabía que la forma de conocerle que tenía ella era mucho menos profunda que la que tenía él. Aunque hubieran pasado juntos mucho más tiempo.

—No os imagináis lo humillante que es esto, joder.

Ambos se giraron hacia James que, pálido como un muerto, salió del baño envuelto en una manta roja.

—Podría serlo más, créeme. Hay peores maneras de pasar el mono. —Nathan observó a James y suspiró—. Tenemos que hablar.

—Sé exactamente lo que quieres —gruñó él y, al pasar junto a Ángela, suspiró y abrió los brazos para que ella lo abrazara. Sintió el cuerpo cálido de la joven y gimió interiormente—. Márchate, niña.

Aquellas palabras hicieron que ella volviera a llorar. Se aferró a su cuerpo durante unos segundos y después se apartó, con los ojos encharcados en lágrimas.

—¿Estás seguro?

—Ya has traído a la niñera, poco más puedes hacer aquí. Vete y duerme.

—Es lo mejor que puedes hacer —afirmó Nathan y se encendió un cigarro—. Yo me quedo con él.

Finalmente, Ángela cedió. Estaba agotada física y mentalmente, y aunque quería quedarse y vigilar a su novio se veía incapaz de seguir viéndole así. Además, pensó, al día siguiente tenía que trabajar.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora