Capítulo II, parte II

853 120 34
                                    


—¿De verdad eres tú, tesoro? ¿Has venido a despedirte?

Aquellas fueron las palabras con las que Nathan fue recibido. Había llegado de Londres apenas un par de horas atrás, pero no había perdido el tiempo: ni siquiera se había registrado en un hotel. Apenas aterrizó en la capital española buscó un taxi y pidió que le llevaran al cementerio.

Lo cierto es que aún se preguntaba qué hacía allí. Suponía que se debía a su ocasional disposición por hacer las cosas bien, porque aunque conocía a Stephen jamás había mantenido una relación con él. Siempre había sido el hermano de su mejor amigo, y nada más. Y ahora que James no quería saber nada de él ese lazo parecía incluso más difuso.

Pero Margaret le había pedido que lo hiciera, y aunque en el fondo sabía que en realidad estaba allí por otro motivo, se veía capaz de aceptar que la mujer que recordaba de su niñez también le importaba.

Por eso se dejó abrazar cuando asintió, aunque no toleraba el contacto físico. Incluso correspondió al gesto con torpeza, mientras musitaba un pésame completamente ensayado que se perdió entre los amargos sollozos de la mujer.

—Le dije que vendría —musitó y dejó que se apartara de él. Por costumbre pasó las manos por las solapas del abrigo que le cubría hasta las rodillas, buscando el mejor aspecto posible. Después se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz y metió las manos en los bolsillos—. Lo siento muchísimo —repitió, pero no miró a la mujer. Sus ojos bicolores se pasearon por la desconocida multitud, hasta que sintió que Margaret sollozaba de nuevo.

—No está aquí. Y no creo que venga —informó—. Está... muy afectado. Llevo dos días sin verle, desde que nos enteramos. Ni siquiera ha venido al velatorio y tampoco contesta a nuestras llamadas. Tampoco nos abre la puerta.

Nathan apretó los labios y asintió. En el fondo había mantenido la esperanza de volver a ver James, pero era evidente que seguía siendo un iluso. Sacudió la cabeza un momento después y continuó hablando, con esa tranquilidad que tanto le caracterizaba.

—He venido por usted, señora Taylor, sé que James no quiere saber de mi. —Hizo una pequeña pausa, consciente de lo mucho que le seguía escociendo esa realidad y después cogió las manos de la mujer, con delicadeza—. No se preocupe. Yo estaré con usted.

Margaret sonrió muy levemente, aún con el gesto inundado de lágrimas y dolor. Apretó su mano durante un momento y después tiró de él hacia el lugar donde el cura empezaba un nuevo salmo.

A Nathan jamás le había gustado la religión. Siempre había creído que solo era una manera de gobernar y de decretar lo que estaba bien y mal, cuando eso era algo de decisión personal. Así que no abrió la boca durante toda la misa, a pesar de que Margaret le miraba insistentemente de vez cuando en cuando. Y fue precisamente en uno de esos instantes, mientras el féretro de Stephen era introducido al nicho con monstruosa lentitud, cuando le vio acercarse desde el otro lado del camino.

Lo primero que sintió fue miedo. Un miedo crudo al rechazo, al asco, al odio. Después se permitió un leve rayo de esperanza, apenas un breve instante, pues no estaba acostumbrado a sentir nada salvo una estudiada indiferencia.

Margaret también le vio. Y rompió a llorar cuando James llegó a su lado y la abrazó con fuerza.

Él, en cambio, fue incapaz de moverse. Solo cuando James levantó la cabeza y le ofreció la mano se sintió con fuerzas para volver a ser quien normalmente era.

—James —se presentó, con la voz ronca y las manos temblorosas.

No le había reconocido. Después de quince años esperando un momento similar, ni siquiera era capaz de reconocerle.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora