Un par de habitaciones más allá, en la cocina, el ambiente era incluso más tenso que el que reinaba en la habitación de juegos de Rosana. A pesar de la alegría que había supuesto la llegada de ambos hombres, el motivo por el cual estaban allí levantaba ampollas en el corazón de Margaret, que sabía que aquella no era una visita de cortesía.
Aún así, se esforzó por mantener la sonrisa y preparó café para todos, a pesar de la hora.
La bomba no tardó en llegar. La noticia de que James se marchaba a Londres de manera indefinida para ingresar en un centro de desintoxicación fue, para ambas mujeres, similar a que les cayera un jarro de agua fría. Si bien eran conscientes de su adicción a las drogas, jamás creyeron que su problema fuera tan grave como para necesitar ayuda de un profesional. De hecho fue en ese momento cuando Margaret supo que su hijo no solo coqueteaba con drogas blandas como el alcohol o los porros, sino que también mantenía una relación muy íntima con la cocaína.
Conocer de primera mano aquella información, de labios de su hijo, supuso un mazazo emocional para ambas mujeres, que sintieron en la piel el mordisco de la culpabilidad y el remordimiento, junto a un sin fin de preguntas que evidenciaban su propia ceguera.
James, sin embargo, no las culpó en ningún momento. Si bien sí lo había hecho tiempo atrás —aunque culpaba a todo ser viviente de su propia debilidad—, ahora, gracias a Nathan y a Michael era capaz de discernir cuánta parte de culpabilidad era suya y cuánta era de otros, así que cargó con su parte con elegancia y se disculpó con la voz rota y el alma arrepentida. Después les explicó el papel que había tenido su mejor amigo en toda aquella historia y dejó que su madre se empapara de ese cariño que siempre le había tenido y que, con el tiempo, había tenido que ocultar para no hacerle daño.
Dadas las circunstancias, pensó, mientras apuraba el café y el tiempo, era lo menos que podía hacer para que se sintiera mejor: devolverle, en cierto modo, a ese hijo que él le había arrebatado durante tantos años.
Tras varios cafés más y las explicaciones pertinentes de lo que iba a ser su vida en el futuro más próximo, en las que incluyó a Ángela y su actual no relación de pareja, James dio la charla por concluida y abrazó a su familia con la fuerza que le quedaba.
Después salieron de la cocina, dejando esta llena de humo de tabaco y olor café, y salieron al salón, donde los últimos rayos del cálido sol ya se habían difuminado en un atardecer rosado y azul que se teñía poco a poco de noche. Noelia decidió entonces hacer algo de cenar, mientras Margaret salía a la terraza a respirar y James iba en busca de Nathan y de su sobrina.
Lo que se encontró al llegar al cuarto de esta fue, sin duda, una auténtica sorpresa que le robó una sonrisa cargada de ternura: ambos estaban sentados en el suelo, rodeados de una pila de juguetes desordenados, e inclinados sobre una mesa infantil llena de otros tantos muñecos. De los dos, evidentemente, era Rosana quien más disfrutaba de la situación, pero James comprobó que Nathan se había relajado lo suficiente como para no ver en la niña un enemigo mortal.
—Y los tiranosaurios siempre están tristes —indicó entonces la pequeña y sacó de una de las cajas más grandes un muñeco de tamaño considerable—. ¿Tú sabes por qué no pueden saltar a la comba, tito Nath?
—Porque tienen los bracitos cortos, nena —intervino James desde la puerta, donde estaba cómodamente apoyado.
—Porque están muertos —contestó Nathan, a la vez, sin ningún tipo de acritud, ajustándose a un hecho tan conocido que le resultaba extraño que la pequeña, con lo inteligente que había demostrado ser durante el rato que habían estado juntos, no lo supiera ya.
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Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?
Misterio / SuspensoEl asesinato cometido por Adam Brown supuso que la vida de James cambiara por completo. Lo que antes había sido una vida fácil y feliz se convirtió en una pesadilla que jamás ha conseguido dejar atrás: ni la bebida ni las drogas han conseguido que...