Capítulo XXII, parte II

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Aquellas palabras dispararon el pulso ya acelerado de James, cuyo corazón, resentido con la vida, envió una oleada de miedo a todo su ser. Ni siquiera lo que había vivido con su padre le había causado una sensación similar. Tan... horrible. Como si el mundo se resquebrajara a su alrededor.

Los laberínticos pasillos de las urgencias del St. Thomas se le hicieron eternos. Cada vez que giraban y atisbaba a ver los escuálidos pies de los enfermos tumbados en camillas sentía que se le revolvía el estómago de una manera muy desagradable.

¿Y si Nath era uno de esos cuerpos cadavéricos? ¿Y si no conseguía volver a hablar con él?

¿Y si...?

—¡Es la séptima puta vez que pido el alta voluntaria!

La voz de Nathan, alzada sobre los gemidos ahogados de los demás pacientes, sacó a James de su cruda ensoñación. Confuso, miró a la enfermera que le acompañaba e hizo un gesto con las manos pidiendo explicaciones.

La mujer apretó los dientes y continuó andando hasta llegar a la habitación de donde surgían los airados gritos del hombre. Al llegar a la puerta se detuvo y miró a James, más molesta que preocupada.

—Se despertó hace una hora. No os avisamos antes porque teníamos que comprobar que estaba estable —explicó, mientras releía los comentarios que sus colegas habían anotado en el informe—. Su novio ha sufrido un ataque de ansiedad y un desmayo debido a la anemia que tiene. Por lo demás... está bien, nada de lo que preocuparse. —Otro grito procedente de la habitación les interrumpió de nuevo—. Aunque debería mirarse lo de su mal humor. —La doctora hizo una mueca desagradable y puso los ojos en blanco—. Tiene a mis enfermeras desquiciadas y eso que todas tienen una paciencia infinita. El hospital tiene muy buenos psicólogos, ¿saben? Quizá sea recomendable que...

Una nueva y airada verborrea surgió de la habitación e interrumpió a la doctora, que se limitó a rodar los ojos mientras les hacía un gesto para que entrasen.

Fue James, por supuesto, el primero que entró, aunque aún no se había hecho a la idea de lo que podía encontrarse tras la puerta. Siendo Nathan de quien se trataba... bueno, bien podía darse de bruces con lo que estuviera pasando, fuera lo que fuera.

Quizá por eso no le sorprendió tanto la escena que detuvo en cuanto irrumpió en ella: Nath a medio vestir, escuálido y lleno de moratones y viejas cicatrices, intentando detener la hemorragia que había provocado la vía al ser arrancada. Y al otro lado de la habitación una enfermera, pálida y con los ojos llenos de resignación, trataba de acercarse a él para convencerle de que volviera a la cama.

—Nath, ¿qué...? —James chasqueó la lengua, se acercó a él rápidamente y apartó sus dedos con delicadeza—. No puedes arrancarte la vía así —murmuró, en voz muy baja, mientras presionaba la herida para detenerla—. ¿Cómo estás?

El hombre se estremeció en cuanto sintió los dedos del militar sobre su piel. Aquel contacto, tan real en mitad de la irrealidad en la que últimamente vivía, hizo que se relajara bruscamente.

—Mejor ahora que estás aquí —contestó y dejó caer la cabeza sobre su hombro, con languidez—. Sácame de aquí, ¿quieres?

James sonrió al oírle y asintió, sin decir nada mientras le mecía contra su cuerpo. Un minuto después, cuando sintió que Nathan se había tranquilizado, hizo un gesto hacia la enfermera, que se acercó a toda prisa.

—Te sacaré de aquí en cuanto pueda, Nath, te lo prometo. Pero ahora tienes que dejar que esta gente haga su trabajo, ¿de acuerdo?

—No necesito quedarme, sé perfectamente lo que van a decirme. Que coma. —Suspiró profundamente y se apartó de James para dejar que la enfermera, que evitaba mirarle a los ojos con todas sus fuerzas, volviera a ponerle la vía—. Lo que no entienden es que no tengo ningún problema con la comida. Es que se me olvida que tengo que comer. ¿Cómo pueden ser tan imbéciles y no entenderlo? Como esta —añadió, mirando con rencor a la mujer—. Poco le ha faltado para perseguirme por la habitación aguja en ristre.

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora