Capítulo XXIII: La casa de las mentiras

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Capítulo XXIII: La casa de las mentiras

El barrio que se extendía ante ellos era el perfecto ejemplo de una disposición ordenada. Las cuatro calles que dividían el espacio convergían en un parque de tamaño considerable en el que, como era obvio, se reunían muchos de los vecinos y que resultaba ser el lugar ideal para marcar el inicio de la búsqueda.

Gracias a la información que les había proporcionado Joe acerca de la casa y su ubicación, Nathan dedujó que encontrarían la vivienda en las dos primeras calles, aquellas orientadas al sur y al este. Su deducción se basaba principalmente en la vaga descripción que el interrogado les había dado acerca de los alrededores y acerca también del jardín, pues era precisamente en el exterior donde ellos habían hecho la reforma.

Los hibiscos, pensaba Nathan, serían la clave para dar con dicho jardín.

—¿Sabes cómo son las flores de hibisco, James?

La pregunta sacó a James de su ensoñación y negó con la cabeza mientras se encendía un cigarrillo. Exhaló el humo con suavidad y le ofreció a Nathan otro del paquete.

—¿Esas son las flores que Joe nos ha descrito? ¿Hibiscos?

—Una malvácea procedente de Asia, sí —afirmó el hombre y encendió también su cigarro—. Flores con forma de trompeta y cinco pétalos perfectos de color rojo, blanco, rosa, morado o amarillo —enumeró del tirón, mientras esbozaba una leve sonrisa y echaba a andar hacia la primera calle—. Solo crecen entre primavera y verano. ¿Podemos decir ya que hemos tenido una suerte de la hostia?

—Tú no crees en la suerte, no me asustes. —James también sonrió, arrastró los pies tras su mejor amigo y se colocó a su altura, aunque su expresión se tornó ligeramente preocupada—. ¿Estás bien?

—¿Crees de verdad que porque diga una sola vez que he tenido suerte voy a estar enfermo? ¿No te das cuenta de lo ridículo que suena?

—Oh, por favor. —James puso los ojos en blanco, le dio un golpe con el codo y sonrió burlonamente al escuchar a Nathan quejarse—. Te lo estoy diciendo en serio. Sé que a estas alturas no tienes que estar nada de bien. Sé perfectamente lo que es pasar el mono, ¿te acuerdas?

—Sobre todo si insistes cada diez minutos en recordármelo, gracias. Eres todo un caballero.

—Nath...

—Estoy bien. De verdad. Estoy ignorando perfectamente bien los sudores fríos, las náuseas y las ganas que tengo de matar a alguien —explicó, con el tono comedido y perfectamente modulado, aunque incluso así era capaz de entreverse el sincero esfuerzo que estaba haciendo por mantener el control—. Dame otro cigarro, me he quedado sin tabaco hace diez minutos.

—Acabas de fumarte uno...

—James. No es una pregunta.

El militar puso los ojos en blanco, le tendió lo que le quedaba de paquete y volvió a meter las manos en los bolsillos. Enseguida escuchó el sonido del mechero y la profunda inhalación de Nathan, que dejó escapar el humo con un suspiro complacido antes de continuar hablando:

—¿Y tú? ¿Cómo lo llevas?

James parpadeó con confusión y durante un momento dejó de escudriñar los jardines para centrarse solo en el hombre que tenía al lado.

—¿Eh?

—Últimamente es algo que me pregunto mucho y me molesta mientras pienso. Y si no pienso me vuelvo loco, ¿entiendes? —Nathan se dio un par de golpecitos en la sien con la yema de los dedos y después se colocó las gafas con gesto nervioso—. Tú y yo. Lo nuestro. El hecho de que estemos juntos. ¿Cómo... lo llevas?

Y vosotros... ¿cómo os conocisteis?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora